Su mano invisible
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Actuar con madurez
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LECTURA BÍBLICA: SALMO 139:13- 18
“Mi embrión vieron tus ojos…” v.13
Hace unos meses coincidí en una iglesia con uno de mis mejores amigos de la adolescencia. Él vino felicísimo y emocionado a saludarme, pero cuando le abracé y le pregunté su nombre porque no lo reconocía, mi amigo palideció.
Me recordó entristecido que las pocas veces que nos habíamos encontrado desde que terminamos nuestros estudios en la misma escuela había sucedido igual, ¡y ello le acongojaba mucho porque él me recordaba como uno de sus más queridos y fieles amigos!
Traté de argumentarle que dejamos de vernos por muchísimos años, que ambos cambiamos físicamente y que él pudo reconocerme porque sabía que sería el predicador en ese día. Pero mi amigo estaba herido, mis explicaciones no le convencieron y su dolor era evidente.
Con Dios, jamás nos sucederá algo semejante. Él nos ve y reconoce aunque estemos en medio de una multitud o en el más remoto rincón del mundo. Aun en el caso de que nos alejemos por un tiempo de su presencia y sumergidos en nuestros propios intereses no le tomemos en cuenta, habrá fiesta en los cielos cuando volvamos a su regazo. Como el padre de la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32), él corre, se echa sobre nuestro cuello, y nos besa. Así son las riquezas de la gracia divina.
Necesitamos ser apreciados y recordados porque pocas emociones suelen ser más devastadoras para un corazón humano que sentirse olvidado o ignorado por alguien que ama. No obstante, nada semejante nos ocurrirá para con nuestro Padre Celestial pues su amor y cuidado jamás nos faltarán. Él conoce a cada uno de sus hijos .
Alberto I. González, Cuba
Jamás podemos dudar del amor de Dios
