Vivir con certezas

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Por: Ps. Graciela Gares*

Parte 1:

Parte 2:

Parte 3:

La bienvenida que pudimos dar al 2021 fue muy acotada. Con la recomendación de mantenernos dentro de la “burbuja” familiar y la fiscalización de las aglomeraciones festivas, muchos nos quedamos con ganas de dar rienda suelta a los deseos de volver a interactuar con familiares, amigos y conocidos. Este comienzo de año atípico concentró temores y esperanzas. ¿Nos contagiaremos? ¿Sobreviviremos? ¿Llegarán a tiempo las vacunas salvadoras?

El comienzo del segundo trimestre del 2021 nos encuentra algo fatigados por meses de lucha contra un enemigo biológico enigmático, que no hemos podido controlar, mientras percibimos la incertidumbre de los líderes mundiales que elaboran directivas sobre la marcha. A más de un año de la declaración de pandemia, no hay certezas sino especulaciones sobre el origen natural o intencional la misma y no hemos descubierto un remedio eficaz para enfrentar al germen destructor.

Muchos percibimos que la información que nos llega es intencionalmente sesgada. Hoy sabemos que el coronavirus SARS cov- 2 no es un virus de por sí letal, sino que su índice de mortalidad es bajo para la población en general; de hecho, algunos lo cursan de modo asintomático y un porcentaje mayoritario de infectados sobrevive a la enfermedad. De las defunciones, algunos fallecen de patologías previas, siendo paralelamente, portadores del virus.

¿Por qué se crean titulares de prensa sobre fallecidos por el contagio y no acerca de quienes logran superarlo, que son la mayoría? ¿Por qué en el año transcurrido, no se efectuaron estudios en la población asintomática -portadora del virus- para descubrir sus fortalezas y procurar reproducirlas en el resto de personas proclives a infectarse? Sin descartar vacunarse, ¿el sistema inmune del ser humano podría ser fortalecido para combatir a este virus y sus variantes? ¿Por qué las autoridades sanitarias de cada país no desarrollaron durante el 2020 campañas masivas preventivas a través de la dieta, vitamina C u otros recursos profilácticos ante un patógeno que ataca la inmunidad del cuerpo?

Y mientras aún no dominamos a este enemigo viral, hay agoreros que visualizan la eventualidad de futuras pandemias, y no tienen reparo en anticiparlo, sin medir el impacto para la salud mental de la población que tales anuncios aparejan. Convendría evaluar la progresión de los índices de depresión, aumento en consumo de tabaco, alcohol y otras drogas y suicidios a nivel mundial, desde el inicio de la emergencia sanitaria.

¿Por qué se omite hablar sobre las consecuencias psíquicas por afectación de la salud psico-emocional en la gente, a raíz del confinamiento prolongado, la restricción en los vínculos sociales, la falta de interacción interpersonal cara a cara, la saturación de información acerca de cifras de contagiados y muertes? Mientras las autoridades sanitarias y políticas, nacionales y mundiales, enfocan sus baterías en la batalla contra la propagación del contagio por coronavirus, la salud mental ocupa un secundario rol de cenicienta de la historia.

El miedo, como respuesta fisiológica de supervivencia, es una emoción protectora pues nos avisa que estamos en peligro. Activa en nosotros una alerta, liberando hacia la sangre hormonas como el cortisol y la adrenalina que preparan nuestro cuerpo para atacar o para huir. Nos genera un estado de vigilancia alta ante una amenaza: un animal peligroso, un vehículo que se nos acerca al cruzar la calle o una persona en actitud sospechosa. Una vez que cumple su función de avisarnos, y procedemos a alejarnos del peligro, esta emoción debe desactivarse.

Pero en circunstancias como la actual, donde la catarata diaria de mensajes atemorizantes no cesa de llegarnos, podemos pasar del estado de alerta a la angustia, al shock, al estrés postraumático. Puede provocarnos desde úlceras, baja respuesta inmunológica hasta desórdenes mentales como la depresión.

¡Nos están empujando a vivir sin certezas!

No pocas personas están experimentando insomnio, frustración, irritabilidad, aumento o pérdida del apetito, angustia, dificultad de concentración, paranoia e ideas suicidas. Vivir sin certezas nos paraliza. Perdemos el rumbo. Todo parece envolverse en una bruma. Vivir sin certezas resta motivación a la vida y conduce a la desesperanza.

¿Para qué luchar si un simple virus puede echar por tierra todo nuestro proyecto vital? ¿Para qué cuidar la salud, si una minúscula partícula inanimada puede derrotar a nuestro sistema inmune y acabar con nuestra vida? ¿Qué será de todo lo que amamos en un futuro incierto? ¿Será que existe un designio para quitarnos cualquier certeza hacia el futuro, de modo de debilitarnos emocionalmente, haciéndonos presa fácil del miedo y tornándonos dependientes y dominables?

En las guerras, existen tácticas para debilitar al enemigo de modo de volverlo vulnerable y fácilmente conquistable: diseminar noticias falsas, aislarlo de sus contactos, quitarle todas sus certezas o refugios en los cuales pueda apoyarse.

Los periodistas del mundo parecen haber recibido orden expresa de no hablar sobre el 99 % de la población que cursa asintomática el ataque del coronavirus SARS cov-2 y cuáles fueron las fortalezas que les ayudaron en ello. Nos enteramos solo a través de las plataformas digitales o en el “boca a boca”. Además, las agencias noticiosas se esmeran en minimizar posibles efectos secundarios adversos de las vacunas en algunos pacientes, dato necesario para dar un consentimiento informado. Este retaceo de la información ofende la inteligencia de los ciudadanos. Algunos hechos dan cuenta de la rebeldía de sectores de la población mundial frente a esta gestión de la crisis.

Como efecto rebote de esta campaña de miedo, algunos han decidido desafiarla, optando por el re-encuentro social, en fiestas privadas, reuniones familiares, playas o espacios públicos. ¿Rebeldes? ¿Carecen de percepción de riesgo o desfallecen por falta del “oxígeno” que representa el contacto social?

Algunos hubiésemos preferido otro modo de gestionar la pandemia.

  1. Cada nación volviéndose a Dios y buscándole para que Él haga cesar este azote en su país.
  2. Médicos y nutricionistas enseñando a las personas cómo fortalecer y activar su sistema inmune para que logre derrotar al virus en caso de infectarse y genere anticuerpos de defensa.
  3. Cada país, a través de sus científicos investigadores, generando las vacunas apropiadas a su perfil de población y a la cepa del patógeno que ingresó a su territorio.
  4. Quizá, disponer movilidad restringida y acceso prioritario a vacunas solo para los más vulnerables.

Mientras los líderes que hoy detentan el poder en el mundo quieren convencernos que debemos habituarnos a vivir sin seguridades, y en una incertidumbre indefinida, Dios, Creador nuestro, entendió que necesitábamos vislumbrar parámetros seguros para caminar en la vida terrena. Por eso nos regaló la fe: “Es pues la fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).

Por tanto, hablemos de certezas, de seguridades que nos da la fe en medio de esta pandemia:

  • Ningún evento personal, familiar o mundial está fuera del control divino. “¿Quién puede decir que algo sucede sin que el Señor lo ordene?” (Lamentaciones 3:37)
  • Nuestra vida y la de los nuestros se extenderá todo el tiempo que Dios lo disponga. Él dice: “Yo hiero, y yo sano; y no hay quien pueda librar de mi mano” (Deuteronomio 32:39)
  • Ante la muerte, sufriremos tristeza pero no como los que no tienen esperanza (1 Tesalonicenses 4:13)

Con esa perspectiva, consideremos algunos puntos que quedan bajo nuestra responsabilidad:

Es un buen negocio cuidar la salud de nuestro organismo.

Esta pandemia está oficiando de tamiz. Quienes logran pasar la prueba son quienes no padecen co-morbilidades (otros padecimientos pre-existentes). De modo que vale la pena alimentarse saludablemente: con productos naturales, sin químicos, orgánicos si fuera posible, y con alto valor nutricional como frutas, verduras frescas, legumbres, frutos secos y en menor proporción pescado, carnes rojas. En poco contribuyen a la buena salud los productos refinados, alimentos y jugos elaborados por la industria. ¡Aprovechemos el confinamiento para volver a cocinar en nuestros hogares y así empoderémonos respecto a nuestra salud!

Evitemos el sedentarismo, caminemos lo suficiente diariamente, en lo posible en escenarios naturales, exponiéndonos al menos 20 minutos al día al sol. Mantengamos a raya el estrés, evitando las sobre-exigencias, metas o ambiciones desmedidas, actitudes competitivas, o alimentar temores. Respetemos los tiempos de descanso: 6 horas de sueño nocturno, más un día completo de descanso semanal, como lo prescribió Dios en Éxodo 34:21; Génesis 2:3. Cultivemos un espíritu alegre, agradecido e invirtamos tiempo con las personas que amamos (Proverbios 17:22).

Sin vida social todo ser humano languidece.

Dios nos diseñó con necesidad de interactuar con otros. La comunicación digital o por video-conferencia no colma nuestra necesidad intrínseca de contacto físico, cara a cara. Pensamientos atribuidos al filósofo surcoreano Byung Chul Han lo explican sabiamente:

“La comunicación digital nos extenúa muchísimo. Es una comunicación sin resonancia, una comunicación que no nos da la felicidad. En una videoconferencia, por motivos puramente técnicos, no podemos mirarnos a los ojos. Clavamos la vista en la pantalla. Nos resulta agotador que falte la mirada del otro”. Y agrega: “la mera presencia corporal del otro tiene algo que nos hace sentir felices”. Pero señala: “El otro se ha convertido en un potencial portador del virus con el que tengo que mantener la distancia”.

Tal distancia social aniquila nuestras reservas anímicas interiores.

Sin vida espiritual no es posible trascender las circunstancias difíciles.

“Comamos y bebamos que mañana moriremos” o “muerto el perro se acabó la rabia” suenan como frases huecas en las circunstancias actuales. Avivemos nuestra espiritualidad ejercitando la fe en Dios. Aprovechemos la pandemia y cuarentena obligada para cultivar amistad con nuestro Creador, comenzando por conocerle leyendo el texto sagrado más vendido del mundo, la Biblia. Las crisis son oportunidades privilegiadas para acercarnos a Dios porque nuestra insuficiencia queda de manifiesto y nuestro corazón se humilla.

“Clama a mí y te responderé, y te daré a conocer cosas grandes y ocultas que tú no sabes” (Jeremías 33:3).

No vivamos atemorizados.

El infundir temor como estrategia de control de la expansión de la pandemia no parece haber dado en todos los casos los frutos esperados. No es factible mantener a una multitud atemorizada todo el tiempo. Como seres inteligentes procuremos información veraz para procesarla y adoptar las decisiones que nos guíen a protegernos y cuidar a los nuestros.

Evitemos la exposición continua a noticias trágicas relativas al coronavirus, para proteger nuestra salud emocional.

A diario nacen y mueren seres humanos, aún en épocas de no pandemia. Pero no es saludable que nos repitan el “parte diario de bajas”, varias veces al día. Los cristianos defendemos la vida. Pero si Dios dispone lo contrario, sabemos que eso no es el final.

Recordemos quién tiene el control y descansemos en ello.

Porque Yo soy el Señor tu Dios, que sostiene tu mano derecha; yo soy quien te dice: No temas, yo te ayudaré… porque yo mismo te ayudaré; el Santo de Israel es tu redentor” (Isaías 41: 13 – 13).

*Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h

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