Trasfondo teológico de la situación de enfermedad

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Por: Dr. Álvaro Pandiani*

En la Biblia, como en la historia tanto pagana como cristiana, las grandes calamidades que han azotado a las comunidades y a los individuos, se han interpretado como actos de justicia de la Divinidad, la que retribuye de esta manera a los hombres por sus malos actos. Como se ha comentado, el concepto de castigo es una tradición casi universal. La enfermedad física se inscribe dentro del catálogo de calamidades que tendrían ese objetivo. La Biblia da testimonio de la antigüedad de ese concepto; también da el respaldo escritural necesario para considerar que, en ciertos casos, la enfermedad física, individual o epidémica, sí fue expresión de un acto judicial de Dios contra la maldad humana. Pero también vimos y comentamos que no toda enfermedad, calamidad o desastre que acarrea sufrimiento al ser humano, puede ser interpretada mecánicamente como un castigo.

La base de toda esta situación la buscaremos en el fondo de la historia bíblica. Si miramos los primeros capítulos del Génesis, vemos un mundo ideal, sin enfermedades, crímenes ni desastres; un paraíso donde la existencia humana transcurre en una atmósfera de paz y felicidad tal, que no solo se hace difícil imaginar, sino aún creer. Cuando el pecado de la primera pareja humana arruina la relación del hombre con su Creador, sobreviene la primera gran calamidad: el alejamiento de Dios; según la Palabra de Dios, el momento en que el universo es maldecido por Dios señalaría el inicio del estado de cosas tal como lo conocemos. Aquel estado paradisíaco queda solo en el recuerdo, un recuerdo que va haciéndose más vago conforme pasan los años, los siglos y milenios; un recuerdo que, comparado con el dolor y la miseria humana a lo largo de la historia, se vuelve tan increíble que, finalmente, se le adjudica un carácter mítico o legendario. Los sacrificios, sufrimientos, males y efectos de la opresión del hombre sobre el hombre, presentes desde el principio de la historia humana, o desde la prehistoria, se habrían originado en aquel pecado que nos hizo perder el paraíso. Dice el apóstol Pablo en Romanos 5:12: “como el pecado entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. La universalidad del pecado se afirma reiteradamente en la Biblia (1 Reyes 8:46; Eclesiastés 7:20; Romanos 3:12,23). El pecado humano no es exclusivamente la desobediencia, como lo fue en el caso de la primera pareja humana, mítica para algunos, pero las consecuencias son las mismas: la “muerte”, entendiendo por tal, la separación efectiva de Dios, con todas sus secuelas negativas para el bienestar y felicidad de los seres humanos.

Es pues un estado de pecado; no un acto pecaminoso específico, como mentira, robo, orgullo, o inmoralidad sexual, sino una condición presente en el mundo, que la naturaleza humana apropia y asimila. Dice el apóstol Juan: “toda injusticia es pecado” (1 Juan 5:17). En el nivel de lo absoluto, en el designio eterno de Dios, la justicia consiste en que los pensamientos, emociones y voluntad del hombre giren alrededor de Dios mismo; para eso Dios nos creó. Jesús dijo: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento” (Marcos 12:30). Cuando Dios no ocupa el centro del corazón humano, el hombre vive como si Dios fuera un accesorio que utiliza cuando necesita, o directamente como si Dios no existiera. Esa situación prevalece en el mundo; Dios está “ausente”, y la maldad impera, con todas sus consecuencias; el universo sin Dios marcha en un curso desordenado, y como dice el apóstol Pablo en Romanos 8:22: “toda la creación gime”. El resultado del estado de pecado en que está sumergida la raza humana es una vorágine de circunstancias adversas que la azotan: hambre, guerras, desastres naturales, y enfermedades. Enfermedades que no son resultado de actos judiciales directos de Dios, sino una consecuencia natural del estado sin Dios en el que vivimos.

El estado de separación entre Dios y la humanidad es iniciativa de la humanidad (“la tierra se prostituye apartándose de Señor”, Oseas 1:2; “vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro y vuestro Dios”, Isaías 59:2). El pecado humano cava la sima que separa a Dios de los hombres, hasta que ésta se transforma en un abismo infranqueable. El abierto rechazo de Dios (Salmo 81:11; Proverbios 1:24) conduce a andar por la vida a tientas, en la incertidumbre del futuro y sufriendo las consecuencias de haberse apartado del Creador. La indiferencia es igualmente reprobada por la Biblia. El grito angustioso del profeta: “¡Tierra, tierra, tierra, oye palabra del Señor!” (Jeremías 22:29), parece querer sacudir al mundo para sacarlo del letargo, para que oiga la voz de Dios y ya no le sea indiferente, para que no siga por su propio camino, guiado por su propia prudencia y confiando en sus filosofías humanas, que no tienen ni pueden darle las soluciones a sus problemas.

Pero el cuadro moral del mundo no termina allí, sino que el panorama es mucho más sombrío. Como dijimos antes, la maldad impera en el mundo; pero este imperio del mal no consiste en la actividad de un principio abstracto, sino en el accionar inteligente de una mente suprahumana que domina la atmósfera espiritual de la tierra. El apóstol Juan dice: “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19). Jesús le llamó el “príncipe de este mundo” (Juan 12:31; 14:30; 16:11). ¿Quién es este maligno príncipe del mundo? Es el mismo llamado en otras partes de la Biblia el adversario, el ángel del abismo, el príncipe de los demonios, el diablo (1 Pedro 5:8; Apocalipsis 9:11; Mateo 4:1; 12:24). Satanás, el antiguo querubín protector, que a causa de su perfección se llenó de orgullo y quiso usurpar el lugar de Dios, siendo arrojado del cielo a la tierra (Ezequiel 28:16,17; Isaías 14:13,14; Lucas 10:18); el que ahora se dedica a engañar al mundo, así como a causar daño, muerte y destrucción (Apocalipsis 12:9; Juan 10:10). La Biblia afirma que Satanás puede causar enfermedades; se asevera directamente que él fue quién provocó la enfermedad de Job (2:7). Según el libro de Job, Satanás provocó la enfermedad y las otras desgracias del patriarca, y después desapareció definitivamente de la escena, dejando a Job sumido en el sufrimiento y en el debate consigo mismo, con sus tres amigos y con Dios. Sobre esta base se pretende argumentar, e incluso establecer como doctrina, que las enfermedades son provocadas por posesión demoníaca. La realidad es que en la Biblia vemos ejemplo de enfermedades que, con criterio amplio, podríamos decir que son una manifestación de actividad espiritual maligna, o demoníaca, presente, y enfermedades que son secuela de actividad demoníaca en el pasado; y vemos enfermedades que se nombran sin ninguna relación con demonios, espíritus malignos, o cualquier entidad extrahumana inteligente (el ciego de nacimiento de Juan 9; Bartimeo, en Marcos 10; la hija de Jairo, en Lucas 8; la multitud en Genesaret, en Mateo 14).

El panorama mundial del mundo está dado por la raza humana en crasa indiferencia, abierta oposición, o beligerante rebeldía contra el Creador del universo, rodeada de una atmósfera espiritual maligna de actividad satánica. Nos dice Reinhold Seeberg, historiador de las doctrina cristiana, acerca del pensamiento de los Padres Apostólicos del siglo II después de Cristo: “Hay un consenso general en lo que atañe a la pecaminosidad y miseria (particularmente la muerte) de la especie humana, la cual, por su desobediencia, está perdida ante Dios y librada a la locura de la idolatría, el poder de los diablos y la condenación eterna” (Seeberg, R; Manual de Historia de las Doctrinas, Tomo I. Casa Bautista de Publicaciones; 1967).

Si cambiáramos el lugar desde el cual contemplar el cuadro, podríamos mirarlo, por ejemplo, desde la perspectiva de Dios. Lo primero que encontramos es que Dios no es indiferente a lo que ocurre en la tierra. En Génesis 6:5,6 leemos: “Vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos de su corazón sólo era de continuo el mal; y se arrepintió Jehová de haber hecho al hombre en la tierra, y le dolió en su corazón”. Este pasaje nos da una idea más profunda sobre Dios y el pecado; no la concepción legalista del pecado que Dios castiga mecánicamente, por la necesidad de una ley impersonal, sino la doctrina que considera el pecado una ofensa a Dios, una molestia moral a la Divinidad. El profeta Habacuc dice: “muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio” (1:13). Dios tampoco es indiferente a la actitud que se esconde tras la exteriorización manifiesta del estado de pecado; en Ezequiel 6:9 dice: “yo me quebranté a causa de su corazón fornicario que se apartó de mí”. Se nos dice que el “quebranto” entendido como aflicción, tristeza, angustia, abruma el corazón de Dios al contemplar el mundo en constante alejamiento moral, apartándose de Él. El quebranto y el dolor, la tristeza y el desagrado, pronto se transforman en ira. El apóstol Pablo dice en Romanos 1:18: “la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad”. La justicia de un Dios justo exige el castigo y pronuncia la sentencia: “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Ya hemos visto que, según la Biblia, “no hay hombre que no peque” (1 Reyes 8:46), por lo cual “la muerte pasó a todos los hombres” (Romanos 5:12). Ya una vez Dios destruyó el género humano de un solo golpe a causa del pecado (Génesis 6). El nuevo comienzo no trajo sino un estado de cosas peor. ¿Por qué no un segundo y definitivo golpe? ¿Qué es lo que detiene la mano de Dios? ¿Por qué el mundo y sus habitantes no fueron transformados hace mucho tiempo en una nube de polvo cósmico?

Hay quienes opinan que Dios difiere su ira y su castigo, y por lo tanto no aniquila a la humanidad, para que sus actos creativos del universo, la vida y el hombre no hayan sido en vano. Si bien algunos pasajes de la Biblia parecerían apoyar este planteo (Isaías 45:18; Josué 7:9; Ezequiel 36:21), pretender que el mismo es la única explicación para la paciencia divina sugiere una perspectiva corta de vista acerca de Dios. Según este planteo, Dios posterga el castigo definitivo para evitarse a sí mismo un sentimiento de frustración personal. Creemos que existe un motivo más profundo, que se esboza tanto en el antiguo como en el nuevo testamento (“no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino y que viva”, Ezequiel 33:11; “El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”, 2 Pedro 3:9), y que se expresa magníficamente en las palabras magnas de la Biblia: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).

El mundo se aleja velozmente de Dios, pero con mayor velocidad, Dios se acerca al mundo en Jesucristo. El motor que impulsa ese veloz acercamiento es el amor de Dios a la humanidad perdida. Dios es quién toma la iniciativa; el mundo no había pedido un Salvador, sino que Dios envió a su Hijo al mundo para que en Él depositemos la fe que hace posible la salvación.

Y como resultado del ministerio y obra del Hijo de Dios, multitud de enfermos y sufrientes recibieron un beneficio inmediato. Ese será tema de una entrega posterior de este ciclo.

 

(Extractado de La enfermedad – Aspectos teológicos, Capítulo 4 del libro Cielo de Hierro Tierra de Bronce, Editorial ACUPS, Montevideo, Octubre de 1998).

 

* Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista, profesor universitario y ejerce el pastorado en el Centro Evangelístico de la calle Juan Jacobo Rosseau 4171 entre Villagrán y Enrique Clay, barrio de la Unión en Montevideo.

3 Comments

  1. Carmen dice:

    Está muy bueno el análisis, voy a guardar todos los estudios, gracias por publicarlos e informarnos de aalafo tan importante. Dios les bendiga.

  2. monica dice:

    me interesaría recibir por mail otros comentarios sobre el tema. Muchas gracias. Bendiciones

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