Sociedad en red

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Por: Ps. Graciela Gares*

En la actual “Sociedad del espectáculo y la apariencia” todos estamos expuestos a la mirada ajena. Aún antes de nacer, los papás comienzan a subir fotos de ecografías del hijo o hija todavía en la panza de la madre, el primer baño del bebé, sus berrinches, primeros pasos, el ingreso a la escuela y así sucesivamente, de modo que se dice que hay bebés que ya “nacen en las redes sociales”.

Los videos e imágenes de un niño comienzan a ser compartidos en los medios electrónicos muy tempranamente, aún antes que él tenga conciencia de ello y pueda opinar si está de acuerdo o no con esa exposición pública.

De hecho, algunos opinan que los padres violan derechos de la criatura cuando publican fotos infantiles de las cuales en la adolescencia el hijo podría sentirse avergonzado ante sus amigos, por ejemplo. Esos testimonios gráficos antes se compartían intimidad del hogar o de la reunión de amigos, pero ahora han migrado hacia el ciberespacio de las redes, hacia una audiencia infinita en internet.

Desde que el uso de dispositivos electrónicos se masificó, formamos parte de una “sociedad en red”, una comunidad virtual que desborda a los Estados y países y se constituyó en un nuevo canal para las relaciones sociales, de amistad, de pareja, etc.

Psicólogos expertos en estas nuevas tecnologías advierten que a la hora de subir una foto a una plataforma electrónica es necesario preguntarse si la persona dentro de 5, 10 o 15 años se sentiría cómoda con lo que hoy publica, pues aunque se intente luego borrar algún contenido subido a internet nunca desaparecerá totalmente.

El mayor auge en el uso de estas herramientas se verifica entre adolescentes y jóvenes.

Es interesante observar que las nuevas generaciones (nativos digitales) manejan un vocabulario oral y escrito bastante limitado. Hablan poco de sus vivencias y emociones ya que les cuesta poner en palabras sus sentimientos, pero tienden a ilustrar mucho de lo que viven con fotografías, videos o emoticones. Y las redes sociales les brindan una plataforma ideal para ello.

Por su parte, las generaciones mayores están venciendo su natural resistencia a estas tecnologías innovadoras.

Según Debord, autor del libro La Sociedad del Espectáculo, “El espectáculo es una relación social entre personas mediatizada por imágenes.”

Se ha vuelto muy fácil grabar imágenes y publicarlas. A veces se suben fotos colectivas de un viaje o una celebración, donde aparecen rostros de muchas personas que no dieron su consentimiento expreso para tal divulgación.

Por ello, el derecho a la propia imagen se ha vuelto vulnerable. Cualquiera puede tomarnos una foto y luego subirla al ciberespacio de la web, usándola con fines comerciales, publicitarios, etc.

Una foto es información gráfica respecto a la figura física de alguien. Es la representación de nuestro aspecto físico que nos hace reconocibles. Y la imagen propia guarda estrecha relación con nuestra dignidad, honor y derecho a la intimidad.

Asimismo, la destructividad de cualquier forma de “bullying”o acoso se ha incrementado debido a que contamos con herramientas tecnológicas ultra eficaces para la difusión de un mensaje agraviante acerca de otra persona. En cuestión de minutos se puede sembrar dudas o destruir la reputación de alguien que quizá no lo merece.

Todos queremos salir bien en las redes sociales. Cuando publicamos auto-retratos sonrientes pretendemos que se interprete que somos felices, aunque media hora después estemos llorando desconsoladamente nuestros fracasos y evitemos postear la imagen que lo refleje. Como se dice en el campo de la publicidad “vendemos humo”.

En la “sociedad del espectáculo y la apariencia” importa más el “parecer”, y no tanto el “ser”. Procuramos mostrarnos afortunados, dichosos y al publicarlo montamos un show que no refleja lo que somos. Una selfie capta nuestro aspecto exterior, nunca nuestro estado del alma.

Nos asombraría enterarnos que detrás de muchas imágenes de satisfacción y realización personal, se oculta una vida sin propósito, sin rumbo y con un gran vacío existencial.

Muchos cuentan con orgullo las centenas de amigos virtuales que poseen en su red social, pero no tienen ni un amigo real junto a ellos cuando se deprimen o necesitan un abrazo.

En su poema “Mass media” Mario Benedetti decía:  

“De los medios de comunicación

en este mundo tan codificado con internet y otras navegaciones,

yo sigo prefiriendo el viejo beso artesanal

que desde siempre comunica tanto”.

 

Y no podemos menos que coincidir con él en que el afecto virtual no tiene nada que hacer al lado del amor real y que la presencia física junto al amigo es insustituible.

La sociedad del espectáculo y la apariencia en la que nos movemos nos demanda mentir sonrisas aunque estemos tristes; “producirnos” para deslumbrar a otros.

Nos induce a exhibirnos, estar presentes y buscar estrategias para llamar la atención y ser populares. También fomenta el culto a la propia imagen.

Nos convoca a desinhibirnos y hacer público lo privado, des-sacralizándolo y vulgarizándolo. La derrota del pudor llega al límite cuando alguien se fotografía en la ducha y luego lo comparte a sus amigos. O las parejas se filman en la intimidad y luego se filtra a la red, ese canal de comunicación sin límites.

En general, el adolescente es vulnerable y acata todos los “mandatos” que estén de moda.

Por ello, se fotografía adoptando posturas o gestos de moda; luego lo sube a la web y espera como “recompensa emocional” recibir muchos “me gusta” o “like” que halaguen su alicaída autoestima o alimenten su narcisismo.

Los medios electrónicos nos tientan a construirnos una identidad digital que no tiene por qué corresponderse con la realidad. Proyectamos lo mejor de nosotros mismos.

Las fotos se suben o postean para ser elogiadas y quien las recibe ya conoce las reglas de juego y no se atreverá a cambiarlas. Se verá obligado a decir ciertos cumplidos como: “qué bien se te ve!”, “hermosa”, “guapo”, etc.

En ocasión del cumpleaños de una joven, colocaron en Facebook una foto de los rostros unidos y sonrientes de la cumpleañera con sus papás, cosechando comentarios elogiosos, como: ¡Qué familia hermosa! o ¡Qué familia feliz!

Pero en la realidad sus padres están separados y la joven mantiene una relación difícil con ambos.

La actual generación de adolescentes y jóvenes está creciendo en este contexto virtual irreal y ello representa un  verdadero drama ya que la apariencia suplanta lo real.

La conducta de los individuos en la “sociedad del espectáculo y la apariencia” da cuenta de la gran soledad del hombre y la mujer del siglo XXI y su desesperado esfuerzo de reclamar atención, afecto y compañía.

También refleja una muy baja auto-valoración, inseguridad y tendencias narcisistas.

La soledad no obedece a la ausencia de compañía humana sino a la falta de vínculos interpersonales significativos, que nos respeten, acompañen, muestren interés genuino en nosotros y toleren nuestros defectos. No pocas personas, cansadas de buscar infructuosamente el afecto en aquellos con quienes conviven, lo están buscan entre extraños a través de los caminos que hoy nos provee la tecnología.

Así se explica la adicción a internet en personas solitarias.

Las personas no estamos solas pero sí solemos estar encerrados en nosotros mismos. No nos abrimos por comodidad o para evitar sufrir. En la red nos parece que corremos con ventaja porque nos protege el anonimato, nos permite forjar una identidad virtual y además, si la relación se complica podemos deshacernos del supuesto amigo, bloqueándolo. Y seguimos en soledad!

Cuando Dios planteó amar al prójimo como a nosotros mismos nos instaba a un vínculo de mayor riesgo, que asumiera compromisos, que tolerara desplantes, perdonara, fuera paciente para esperar los tiempos del otro, etc. Suponía ser canales a través de los cuales Dios pudiera amar a la humanidad. Amando comprometidamente como lo hizo Cristo, quien estuvo dispuesto a dar la vida por el bien de sus amigos y enemigos.

¡Cuán lejos nos está llevando esta “sociedad del espectáculo y la apariencia” del viejo mandato divino!

Cuando el profeta de la antigüedad, Isaías, anticipaba la llegada del Mesías, lo definía como alguien que no daría crédito a las apariencias:

El Espíritu del Señor reposará sobre él, espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor. Él se deleitará en el temor del Señor; no juzgará según las apariencias…” (Isaías 11: 1 -3)

Antes aún, el profeta Samuel había sido instruido directamente por Dios al respecto, en ocasión de la elección del primer rey de Israel:

“Pero el Señor dijo a Samuel: No mires a su apariencia, ni a lo alto de su estatura, porque lo he desechado; pues Dios ve no como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón.”  1 Samuel 16:7

También Jesucristo advertía a sus discípulos al respecto:

No juzguéis por la apariencia, sino juzgad con juicio justo. (Juan 7:24)

Y en cuanto al culto a la propia imagen en esta “sociedad en red” en que nos toca vivir, coincidimos con el apóstol Pablo cuando en una de sus cartas a las iglesias afirmaba:

La persona que merece aplausos no es la que habla bien de sí misma, sino aquella de quien el Señor habla bien.”  2 Corintios 10:18

¡Ojalá que como Noé, Abraham, José, David, Pablo y otros que nos precedieron busquemos alcanzar el “me gusta” de Dios!

*Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 hs.

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