No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre

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De la sección “Renovando el Espíritu” del programa “Los años no vienen solos”.

Escuche aquí el programa:

Reflexión escrita por Nelson Rivas

Mientras estuvo en la tierra Jesús se condujo “sin rodeos”. Cuando tuvo que hacerlo, desnudó las intenciones del corazón humano en cuestión de segundos. Aquellos que estaban aferrados a un juego de reglas y tradiciones se molestaron por ello. Jesús derribaba el absurdo juego de reglas y dogmas al que pretendían someter a la gente.

En esta oportunidad, en Mateo 15:2, acababan de lanzar otro dardo al Maestro con el fin de hacerle errar en su conceptualización de lo que significa una relación del hombre con su Creador: “¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan”. Sin tanto meditar, pues lo absurdo no necesita de mucha meditación para ser clasificado como tal, Jesucristo les da de nuevo una cátedra en cuanto a lo que es una relación con Dios. Llamó a la multitud y les dijo: “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre”.

Al oírlo, los discípulos se acercaron y le dijeron: “¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra?” (v.12) . Los verdaderamente afortunados siempre son sus seguidores, sus aprendices, los que nunca dicen “no tengo necesidad de que me enseñes, Jesús”, sino que al contrario le ruegan que les explique lo que él siempre quiso enseñar. Así que Pedro le dijo: “Explícanos esta parábola”. Son estos los que aprenden. Los que dicen “estoy ciego, hazme ver”, y nunca los que dicen “veo, no necesito que me abras los ojos”. 

A los primeros, les explica lo que esa profunda frase quiere decir: “¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina? Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre (…)”.

Dos principios resaltan al escuchar a Jesús enseñar esto:

  1.  El ser humano busca “ganar” la aprobación de Dios por la vía de los “haz estos” y “no hagas aquellos”. Religión en su máxima expresión.
  2.  Dios, por el contrario, va al origen de toda maldad: el centro del corazón humano, el cual conforme hemos ido creciendo y madurando ha sido formado por un sistema de valores que conocemos como “mundo”, más que alejado de la rectitud y la integridad. Es allí donde nacen, tal y como nace el agua en una vertiente natural, los malos pensamientos que nos llevan al mal vivir con los demás. También los homicidios provocados aun sin armas, que nos llevan a matar a otro corazón humano. Entre otras maldades, los hurtos con los cuales despojamos a nuestros familiares, amigos, de todo lo humanamente “despojable”, a veces robándoles hasta su felicidad si es posible, con tal de quedar satisfechos nosotros mismos. A ese grado llega el egoísmo humano. También el destrozar la reputación del otro levantando falso testimonio o maldecir a Dios. Sí, todo eso nace en el corazón. ¡Qué vida tan miserable!

Es por todo esto que aunque elaboremos una larga lista de “leyes” o “reglas”, ellas nunca podrán transformar el corazón humano. Porque no pasa de un intento que va de afuera hacia adentro, en un esfuerzo del hombre por mejorarse a sí mismo, incluso en forma impuesta, con el fin de agradar a Dios. Sin embargo, la verdadera transformación se da de adentro hacia afuera, y si y solo si Jesucristo entra al mentado corazón y la provoca y promueve. Nunca esa transformación ocurrirá de otra manera. Esa es la verdadera transformación humana. Las demás son burdas falsificaciones que a menudo engañan hasta al mismísimo corazón.

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