La esperanza cristiana en la era poscristiana – Segunda Parte

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Dr. Alvaro Pandiani

El hombre es un ser biopsicosocial, nos dicen hoy como una novedad maravillosa, descubierta en los últimos decenios; como cristianos asentimos a este postulado, introduciendo eso sí, una pequeña modificación: el hombre es un ser biopsicoespiritual y social ( “… todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo”; 1 Tesalonicenses 5:23). La muerte en este contexto es un factor anormal, una usurpación, un elemento de sospecha de que algo anda mal en la naturaleza humana; una evidencia, en fin, del juicio y castigo de Dios por el pecado inherente a aquella naturaleza, que trunca la vida creada por Dios y arroja hacia ignotas y fantasmagóricas regiones a espíritus desvalidos, almas desnudas, seres incompletos. No podemos negar, si miramos solamente la creación natural, que la muerte aparenta ser el final normal de la vida. Pero si estamos abiertos a un mundo esotérico y aceptamos la existencia de esos seres inteligentes, no humanos, incorpóreos, a los que podemos dar cualquier nombre, pero que en la cosmología bíblica son llamados ángeles o demonios, también debemos aceptar que esas razas u órdenes de seres distintos fueron creados para vivir, y para ellos la muerte no forma parte de su existencia.

No podemos aceptar la muerte con naturalidad, por mucho que nos esforcemos. Las imágenes de una producción televisiva, basada en una narración de ciencia ficción en la que se presentaba una sociedad futurista recibiendo con tranquilidad la muerte de sus integrantes (“Mundo Futuro”), dista mucho de nuestra cotidianidad. A pesar de haber progresado tanto, teniendo a las espaldas cinco o seis mil años de civilización, y perteneciendo la mayoría de la humanidad a alguna religión de las que ofrecen esperanza para esta vida y la venidera, la muerte sigue siendo un golpe desolador y desesperante.

Así como decimos que ese final natural de la vida es un final que cuesta terriblemente aceptar como normal, es no menos difícil aceptarlo como necesario. Desde el punto de vista cristiano la muerte es necesaria en dos aspectos. En primer lugar es como ya dijimos el principio del juicio y castigo definitivo por el pecado; este juicio y castigo se inicia por el estado de muerte espiritual, o separación de Dios, quién es la vida, de aquel que, ateo, agnóstico o simple indiferente, “vive sin Dios” (Efesios 2:1; Colosenses 2:13; 1 Tesalonicenses 5:6); y tiene su conclusión definitiva en el estado de muerte eterna, o segunda muerte.

“… a vosotros, los que sois atribulados, daros reposo junto con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Estos sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder ” (2 Tesalonicenses 1:7-9; véase también Apocalipsis 20:14,15; 21:8).
La muerte física es entonces necesaria como punto de corte de la historia vital individual de una persona; conclusión de un período de prueba y de ejercicio de la paciencia amorosa y llena de gracia de Dios hacia el humano pecador. En segundo lugar, así como hay personas de vida fructífera que aplican toda su inteligencia, tiempo y saber para el bienestar de sus semejantes, y del mundo en general, también existe la contrapartida negativa en seres humanos cuya indecencia, locura y maldad los ha convertido en verdaderas plagas que requirieron ser extirpadas. La muerte homogeneiza la situación quitando del escenario a los actores de los mejores y peores dramas de la humanidad y llevando a cero las condiciones que debe enfrentar cada nueva generación. Según la Biblia, la primera preocupación del Creador una vez que el pecado se infiltró en su creación, fue evitar que los humanos prolongaran su existencia en ese estado, caído en pecado y maldición (Génesis 3:22-24). En este sentido la necesariedad de la muerte, impuesta por Dios, es un acto de misericordia de su parte. Asusta intentar imaginarse qué sería el mundo si todos los tiranos, dictadores, asesinos, psicópatas, herejes, etcétera, que la raza humana ha producido en su triste historia, estuvieran hoy aún con vida, empujándose unos a otros para obtener un lugar.

Desde el punto de vista humano la necesariedad de la muerte se confunde con su carácter inexorable en la situación de enfermedad irreversible. Familiares, médicos, y en última instancia, en algunos pero no en todos los casos, los propios enfermos, anhelan ese final liberador de una situación triste, desesperada y sin esperanza. Y sin embargo cuando el desenlace se produce el dolor de la pérdida y la angustia de la separación son difícilmente mitigados por el recurso del consuelo que representan todos los argumentos acerca del descanso final al que el difunto finalmente llegó.

El carácter inexorable de la mortalidad del hombre se expresa en la Santa Biblia en diversas formas, y cada una agrega algún aspecto a ese principio general de lo inevitable:

“Todos de cierto morimos y somos como agua derramada en tierra que no puede volver a recogerse” (2 Samuel 14:14a). “Agua derramada en tierra que no puede volver a recogerse” es una apropiada figura para ilustrar el carácter definitivo y sin retorno del morir.

“Yo se que me conduces a la muerte, y a la casa a donde va todo ser viviente” (Job 30:23). Destaca aquí que el solo hecho de vivir implica desplazarse por la línea del tiempo hacia un destino único y universal, lo que también se nota en el Salmo 49:10: “… se ve que aún los sabios mueren; que perecen del mismo modo que el insensato y el necio, y dejan a otros sus riquezas”.
Eclesiastés 8:8 expresa otro punto importante: “No hay hombre que tenga potestad sobre el aliento de vida para poder conservarlo, ni potestad sobre el día de la muerte. Y no valen armas en tal guerra, ni la maldad librará al malvado”. “No valen armas en tal guerra” puede entenderse, entre otras cosas, como una alusión a los esfuerzos terapéuticos aplicados en un intento de retrasar a lo menos el desenlace final.

Colgado en el pasillo de uno de los pisos de internación del Instituto de Enfermedades Infectocontagiosas de Montevideo, Uruguay, luce un cuadro firmado por un tal Franz Glaubacker, y fechado en 1928. Representa a un moribundo semidesnudo, sobre uno de cuyos miembros se ha cerrado ya la mano esquelética de la Muerte. El enfermo caído se aferra a un hombre de pie, vestido de camisa, corbata y pulcra túnica blanca, que con la mano extendida en autoritario gesto, parece ordenar a la Muerte detenerse. Siempre me pareció que sería más apropiado que el lugar del médico en ese cuadro fuera ocupado por Jesucristo, único verdadero vencedor de la muerte. Este fue mi parecer como creyente, la primera vez que vi la pintura. Catorce años después, al volver a verla ya como médico, sabiendo en líneas generales qué se puede curar, qué se puede paliar, y ante qué situaciones no somos más que espectadores impotentes de un drama que tiene siempre el mismo desenlace, mi parecer no ha cambiado.
Ese drama cotidiano de la vida y el morir es el que motiva esta reflexión.

¿Y usted que opina?

3 Comments

  1. Carolina Vallejo dice:

    Varias cosas . La vejez es gris o la han hecho gris? Ceo que nosotros los otros podemos revertir desde el lugar en que estemos esto. Creo que en nosotros está esa imagen gris que anteponemos cuando vemos un viejo.
    Debemos trabajar desde la intención , desde la idea y la acción para revertir esto. En Cristo se puede trabajar para que la vejez tenga un propósito , un proyecto. Desde que nacemos la muerte es algo ineludible.

    Si, se puede saber morir habiendo depositado la esperanza en Cristo y sólo en El. Puedo hablar con propiedad porque acompañé a mi madre en un proceso de separación que tuvo momentos difíciles que Dios permitió. Tb. hubo momentos bonitos de esperanza y confianza plena en Cristo , Señor y Salvador.Dios da paz al que parte y al que queda.

  2. Carolina Vallejo dice:

    Llegó a mis manos hace un tiempo un catálogo de pintura y como no hay casualidades estoy tbajando varias láminas para relatos y meditaciones. Aconsejo tal vez ver por internet un cuadro de Juan Manuel Blanes que puede aparecer bajo los siguientes nombres. “El triunfo de la Medicina”, “Triunfo de la ciencia” o “Alegoría”. Obviamente el que tiene el poder sobre la vida y la muerte, el que decide finalmente es Dios.
    En jesús hay paz y se renueva la ESPERANZA a pesar de la tristeza momentánea.
    Slamos 37: 37 como toda la Palabra siempre ayuda.

  3. Carolina Vallejo dice:

    Entre la vida y la muerte, entre la muerte y la vida hay un dulce encanto. Y sin lugar a dudas enontrar ese encanto como cristianos siendo profesionales o personas que acompañamos implica un disfrute único.Una lucha contrareloj para salvar o paliar, para ayudar y para tragarse las lágrimas. ¿Raro, no? No , no es raro y cuanto se aprende . Hace poco, cuidando a una hermana en la fe, me di cuenta cuanto me enseñó en pocas palabras y sentí que la pude apoyar pero más me enseñó ella a mi. Se produjo el corte con el tiempo histórico, ahora en la presencia del Señor y se aviva nuestra esperanza. Maravilloso y sin igual , dulce encanto.

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