Añadiendo a tu fe – 2

La conversión de Abraham
9 marzo 2017
Señor, ¿qué quieres que yo haga?
10 marzo 2017
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De la sección “Renovando el Espíritu” del programa “Los años no vienen solos”.

Escuche aquí el programa:

2ª Pedro 1: Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra:

2 Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús.

Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia,

por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia;

vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento;

al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad;

a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.

Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.

Veíamos la exhortación del apóstol Pedro mostrándonos el modo en que debemos añadir a nuestra fe: Haciendo  todo el esfuerzo. Entonces deberíamos preguntarnos: ¿Estamos trabajando en esto? ¿Estamos siendo intencionales en agregar estas cualidades a nuestras vidas? ¿Cómo nos está yendo? ¿Qué estamos haciendo para nutrir y cultivar nuestra vida espiritual? ¿Estamos siendo diligentes y persistentes?

Quizás es tiempo de revisar algunas áreas de nuestra vida donde nos dejamos ir,  donde somos complacientes, donde no estamos construyendo nuestra fe.

Hemos comenzado a mirar un patrón de crecimiento espiritual en este pasaje de la Escritura. Dijimos que crecer en uno, nos llevará al siguiente, y así sucesivamente.

Hablamos de la virtud y del conocimiento. Lo último que dijimos fue que el conocimiento es el Entendimiento de Dios y de su Palabra que nos da inteligencia para vivir. El conocimiento de la voluntad de Dios, de sus normas para nuestra vida nos llevará a actuar con excelencia.

Y esta gracia nos lleva directamente a la siguiente, que es el dominio propio.  Porque cuanto más conocemos a Dios, más nos conocemos a nosotros mismos. Nos vemos frente a Él; ya no nos comparamos con nadie sino que nos vemos tal como somos  frente a la santidad de Dios, en el espejo de SU Palabra. Entonces entendemos que hay áreas de nuestras vidas en las que debemos ejercer dominio propio: las palabras, los sentimientos, el carácter, los impulsos, la lengua… y las vamos subyugando y colocando bajo el dominio de Dios.

La siguiente cualidad tiene mucho que ver con el dominio propio y es PACIENCIA. Significa la capacidad de padecer o soportar algo SIN ALTERARSE.  Cómo podemos lograr esto?? Bueno,  no es fácil. Implica estar sometidos a la voluntad de Dios, pase lo que pase. Job, a pesar de todas las adversidades que habían sobrevenido a su vida pudo exclamar: “Aunque Él me matare, en Él esperaré”- Job 13: 15

Así vamos llegando a la quinta de estas siete cualidades y es la palabra “piedad”. Pero, ¿qué significa piedad?

Al estudiar los diferentes usos de esta palabra, vemos que tiene que ver con la devoción a Dios y el amor al prójimo. Es vivir una vida moralmente buena. Es la adoración correcta. Es tener una actitud correcta hacia Dios que se manifiesta en un tipo adecuado de vida, en una vida de culto y de reverencia hacia Dios. La persona piadosa es una persona que ha orientado toda su vida en torno a Cristo. Es lo que ilustra el Salmo 16 en el versículo 8, donde David dice: “He puesto al Señor siempre delante de mí”. Es una vida centrada en Dios.

Ahora, esta cualidad podría haber estado perfectamente al final de la lista, sin embargo no está. Si estuviera, quizás podríamos pensar: “oh, podría irme a vivir en una cueva y ser espiritual por el resto de mi vida”. Pero Pedro continúa diciendo: “a la piedad, afecto fraternal y al afecto fraternal, amor”. O sea que no estamos llamados a ser espirituales y retirarnos a vivir a una cueva. El afecto fraternal tiene que ver con el amor que los cristianos han de profesarse los unos a los otros. El amor fraternal que surge de una vida espiritual común.

¿Cuál es nuestra vida espiritual común? A simple vista podría parecer que no tenemos mucho en común con algunos otros cristianos. Pero el hecho es que tenemos el mismo Padre. Estamos relacionados.  Somos hermanos y hermanas en la familia de Dios. Tener afecto fraternal significa amar a los demás en mi familia.

¿No es asombroso cómo podemos ir a la iglesia, trabajar juntos, estar en los mismos ministerios, ver a la gente por años y realmente nunca conocer sus luchas? No saber ni siquiera quiénes son. Se trata de ser sensibles a las circunstancias por las que atraviesan las demás personas, sensibles a sus necesidades. Tiene que ver con cultivar relaciones, no ser un cristiano al estilo Llanero Solitario. Es tener la disposición de sacrificarse por otros.

Luego llegamos a la última de estas características—la cumbre, el vértice de todo. El amor. Ágape. El amor de Dios. Ese amor centrado en otros, desinteresado, sacrificial, amor que sirve, amor que da y que siempre tiene en su corazón los intereses de la otra persona.

Dios amó tanto este mundo caído, quebrantado, necesitado, que ha dado un Salvador. Él nos dio lo que necesitábamos.

Escuchamos a los creyentes hablar sobre amor, y el problema es que queremos empezar por ahí. Queremos que todos se amen. Pero el verdadero amor ágape está en la cumbre. Es el fruto. Es el resultado del proceso diligente del que hemos estado hablando.

Es el resultado de añadir todas estas otras gracias a nuestra fe. No se puede tener amor verdadero apartados de la fe, la virtud, el conocimiento, el dominio propio, la perseverancia, la piedad y el afecto fraternal. A medida que añadas estas cualidades a tu fe, encontrarás que podrás crecer en amor. En el amor a Dios. Ese es el objetivo supremo de nuestras vidas; amarlo a Él con todo nuestro corazón y luego amar a los demás con Su amor.

Deseamos que Dios, a través de este pasaje, haya movido su corazón a tomar algunos pasos, a hacer algunos cambios, a poner en el lugar correcto cada cosa en su vida, que le ayudarían a ser más intencional acerca de estas cualidades.  ¡Y qué aventura puede resultar!

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