Voluntarios de guerra

Estén firmes
13 noviembre 2023
Siga participando
14 noviembre 2023
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Por: Ps. Graciela Gares

Parte 1:

Parte 2:

Las guerras han sido una constante en la historia del ser humano sobre la Tierra. La primera ocurrió cuando Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató; es decir, eligió un modo violento de resolver un conflicto. Y desde allí hasta hoy, cada cultura o civilización ha participado en algún conflicto bélico, mundial o regional con las secuelas conocidas: muertes, devastación, pobreza, heridas, estrés post traumático.


A un año del inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania y a más de un mes del conflicto bélico entre Israel y terroristas palestinos de Hamás, nos preguntamos si tendremos que habituarnos a convivir con estos dramas en este siglo XXI.
¿Acabaremos acostumbrándonos sin prestarles mucha atención, mientras miles de civiles y militares están viendo sus vidas convertidas en un infierno? ¿Nos volveremos indolentes ante los relatos de horror? ¿Cómo sanaremos luego estas heridas? ¿Nos inmunizaremos de alguna forma frente a las cifras de heridos y muertos que siguen escalando? Quiera Dios que no, pero el riesgo existe.


Un escritor dijo que la guerra genera temor pero a la vez fascina. La industria armamentística exhibe sus mejores producciones, es decir, armas de guerra cada vez más masivas y letales, que causan asombro. Y el mundo espiritual de las tinieblas celebra la sangre derramada, los niños huérfanos o asesinados y las familias en shock.


Muchos se han preguntado por qué existen las guerras y ninguna explicación aporta una justificación convincente.
Si nos volvemos al texto bíblico encontraremos el origen de los conflictos armados:


“¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de ustedes mismos? Desean algo y no lo consiguen. Matan y sienten envidia, y no pueden obtener lo que quieren. Riñen y se hacen la guerra. No tienen, porque no piden. Y cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones.” (Santiago 4: 1 -2)


El rey David, hombre de guerra pedía: “Líbrame, oh Señor, de los hombres malignos; guárdame de los hombres violentos, que traman maldades en su corazón; que cada día provocan guerras.” (Salmos 140: 1 – 2)
Con las guerras como telón de fondo, les proponemos prestar atención a un fenómeno curioso.

Los voluntarios en tiempos de guerra


Las guerras traen aparejado el desplazamiento forzado de miles de ciudadanos civiles que huyen de las zonas de conflicto para salvar sus vidas, las de su familia y las pertenencias que puedan cargar consigo. Pero existe una situación paradójica: la de aquellos que se auto-convocan y se dirigen al sitio del conflicto para participar entusiasta y voluntariamente de la guerra. Quizá se hable poco de ellos, pero existen. No son sólo varones, ni gente desocupada, ni personas poco pacíficas o necesitadas de dinero. Son ciudadanos del mundo que deciden ir hacia zonas de guerra movidos por la compasión, la vocación de servicio, un deseo de justicia, el amor a un pueblo, pero también por otras razones más profundas y existenciales, que nos interesa explorar.


Lawrence Leshan, un psicólogo clínico que trabajó 5 años para el Ejército de los Estados Unidos, observó que participar en una guerra ayudaba a algunos individuos a alcanzar un bienestar psicológico que satisfacía sus necesidades de autorrealización personal. Concluyó que la persona evaluaba que “finalmente era alguien en este mundo”, porque “alguien realmente le necesitaba”. Sentía que trascendía más allá de sí mismo al pertenecer a un grupo y sentirse esencial para el logro de los objetivos del mismo. Ello le causaba una sensación de euforia y de estímulo sin precedentes.


En su libro “La psicología de la guerra” Leshan atribuye a uno de los personajes de Shakespeare el siguiente discurso: “Dadme a mí la guerra, es lo que digo: excede a la paz como la noche al día; hace vivir, despierta, produce ruido y da qué hablar en abundancia. La paz es una verdadera apoplejía, un letargo; adormece, es sorda, amodorrada (adormecida), insensible; engendra más bastardos que hombres destruye la guerra.” (Tragedia Coriolano)
Es decir, que no toda la raza humana se posiciona de igual modo frente a las luchas armadas de los pueblos. Y deseamos que solamente sean unos pocos los que las vean como un dinamizador de la existencia de los pueblos o las civilizaciones.


Por su parte, creemos que Dios sigue diciendo como en tiempos antiguos: “Porque yo no quiero la muerte del que muere” (Ezequiel 18:32). Prestemos ahora atención a aquellos que la ven como un reto irrenunciable para sí mismos como seres humanos: el caso de los voluntarios que se están sumando por “motus propio” para ayudar hoy en el conflicto bélico de Israel con Hamas.


Tuvimos conocimiento de un grupo de colombianos y también personas de otros países que se voluntarizaron en el Ejército de Defensa de Israel, dejando atrás sus hijos pequeños y familia en su país de origen. En general, son adultos jóvenes, hombres y mujeres que deciden poner en pausa sus vidas personales para ayudar en estas emergencias humanas. Entre ellos se encuentra un señor de 76 años, ex paracaidista, junto a su esposa e hija, una joven odontóloga. Es decir que la edad no es un obstáculo para ofrecerse como voluntario, si la persona posee buena salud.


En principio, los voluntarios no irán al frente de batalla, sino que asumirán tareas de sostén y apoyo para los soldados que participan de la guerra. Harán trabajos administrativos de apoyo al personal de operaciones que está en el campo de batalla, prepararán botiquines médicos y viandas para los soldados, harán tareas de logística y mantenimiento y cualquier otra contribución que requieran quienes están en el frente de lucha. Ellos admiten que asumen los riesgos que ello supone; por ejemplo, ser secuestrados por Hamás o morir en algún ataque enemigo contra las bases militares. Son admitidos voluntarios de entre 18 y hasta 90 años, y se voluntarizan por 3 meses aproximadamente.


El Ejército israelita hoy cuenta con soldados en actividad, reservistas y varios voluntarios de todas partes del mundo que sienten que “Israel los necesita”. Son católicos, evangélicos y judíos sionistas, entre otras filiaciones. Uno de ellos decía: “tengo el don de servir y me gusta Israel”. Preguntados si lo harían en otro país, afirman que sí, pues su vocación es servir. Ellos viajan pagando su propio boleto aéreo y el hotel durante los fines de semana cuando no están de servicio. Y no recibirán remuneración por el trabajo voluntario que realicen. No se trata de gente desocupada o no calificada: médicos y paramédicos también se están ofreciendo porque quieren ir a servir. Todo el mundo es útil ahora en Israel, expresaba alguien; hasta un discapacitado.


Muchos de los voluntarios dejaron en suspenso sus trabajos en Estados Unidos u otro país para centrarse en la forma de ayudar a Israel y viven la tarea como muy gratificante y alguno la ha descripto como una fantástica aventura. Señala que conoció gente maravillosa, lugares fascinantes y contribuyó un poco a la causa de Israel.
Una chica mexicana que también vivió su voluntariado en Israel hace algunos años menciona la experiencia como “lo más maravilloso” que le ocurrió en su vida. “…de verdad que traspasó mi corazón, ver a los jóvenes que exponen sus vidas cada día por su Dios, su Nación y su pueblo”.


Todo esto nos habla de la complejidad de la psiquis humana y su capacidad de respuesta frente al horror de la guerra. Mientras la población afectada huye a través de los corredores humanitarios habilitados para ello, cada voluntario camina hacia el peligro, enfrenta los miedos y arriesga lo más valioso que posee, su propia vida, buscando llenar su vacío de sentido y propósito de vida. Mientras en el mundo muchos corren tras lo económico y material, gastan su vida en pasatiempos o entretenimientos en la web y no pocos se declaran deprimidos o ansiosos, otros individuos se muestran muy felices y motivados cuando persiguen una causa noble que trasciende sus propios intereses egoístas.
Y esto nos enfrenta al motivo último de la existencia humana. ¿Para qué estamos vivos?


El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, en un principio postuló que la principal motivación para la vida humana era la búsqueda del placer. Pero el psiquiatra vienés Víktor Frankl se opuso y definió al hombre y a la mujer como seres en búsqueda de sentido y afirmaba citando a Nietzsche que “quien tiene un por qué para vivir, soporta casi cualquier cómo”. La actitud de los voluntarios nos recuerda que somos seres trascendentes y nuestra alma se rehúsa a aceptar que vivamos vidas egoístas e intrascendentes. Creados por un Dios que en esencia es amor, nuestro espíritu se perturba cuando vivimos afanados por el bienestar material y los placeres propios. Necesitamos dar nuestra vida por alguna causa noble.


Dios nos ha fijado metas altas: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, toda tu mente y todas tus fuerzas” (Marcos 12: 30) y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Mateo 22: 39)
Cuántos procesos depresivos se abortarían si en lugar de lamer nuestras heridas y carencias, dijéramos como Saulo de Tarso (Pablo): “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9: 6).

Ps. Graciela Gares Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h

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