Vivir vigilados

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Hablar la verdad en amor
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Por: Ps. Graciela Gares*

 

Parte 1:

 

Los seres humanos nos ufanamos de gozar de libre albedrío, es decir, de la facultad de poder elegir y adoptar nuestras propias decisiones, sujeto obviamente a las responsabilidades que nos puedan corresponder. Más allá de la herencia, el medio ambiente o las circunstancias que nos pueden condicionar, aun así somos libres de decidir cómo pararnos frente a tales circunstancias. Ello caracteriza o define el hecho de ser personas. Este margen de libertad y de auto-determinación hace de nuestra vida un desafío interesante, apasionante. No fuimos creados como robots, ni para funcionar como títeres. Nuestra libertad interior de pensar, optar, reflexionar, elegir, estar de acuerdo u oponernos, solo acaba al morir.

Las personas que ingresaron en cárceles o en campos de concentración y enfrentaron circunstancias aberrantes de sobrevivencia, supieron que aún allí nada podía menoscabar su libertad interior de decidir con qué actitud encaraban cada día de vida. En lo cotidiano, los padres de familia se enorgullecen cuando los hijos llegan a la madurez y pueden adoptar decisiones por sí mismos. En una fábrica o taller la productividad crece cuando, aunque el encargado o supervisor no esté, los operarios cumplen de igual modo sus tareas por decisión propia. Asimismo, en un país donde la moral de sus ciudadanos les lleva a hacer lo que deben aun sin estar bajo vigilancia de alguna autoridad, ese país progresa. Pero la prerrogativa de adoptar decisiones libre y responsablemente, si bien es un valor preciado para muchos, suele representar un escollo para quienes desean tener el control de sus semejantes, de modo de condicionar su conducta para que sea funcional a sus intereses egoístas.

Una de las facetas preocupantes del período que estamos viviendo desde que se disparó la crisis sanitaria (pandemia o ataque viral) ha sido la imposición de ciertos controles y la pérdida de libertades individuales, en aras de un interés superior, como lo es la salud pública de nuestros países. La libertad de salir de nuestras casas cuando lo deseáramos, desplazarnos por la ciudad, ausentarnos del país, ir de compras, visitar a un familiar enfermo en un hospital o abrazar a un semejante, nos han sido restringidas y en algunos países aún prohibidas temporalmente. Resignar tales derechos como medida de emergencia es entendible, pero se escuchan voces alarmantes que hablan de que ciertos controles y vigilancia llegaron para quedarse. Ocurre que el desarrollo de las tecnologías digitales las convirtieron en aliados muy útiles de los distintos gobiernos y sistemas sanitarios, para detener o enlentecer la propagación del coronavirus. A partir de allí, los términos “extremar controles”, “vigilancia digitalizada”, rastreo de contactos, han adquirido una legitimación antes impensada.

Recientemente, supimos que gigantes de la informática como Google y Apple eligieron a Uruguay, entre otros países, para probar un software de rastreo de contagios de covid-19, con la aprobación de nuestro gobierno, según noticias de prensa, dado que contribuiría a la vigilancia epidemiológica. Su efectividad requiere que el 40 % de la población descargue voluntariamente la aplicación correspondiente, la cual aportará información sobre posible exposición cercana a un portador del virus, manteniendo el anonimato de los individuos, según expresan. Asimismo, demanda que el contagiado baje la aplicación y cargue en ella sus datos. “Hay que convencer al que dio positivo de que suba sus claves”, expresaba un técnico. La herramienta, según se señala, no apela a la geo-referencia, pues no buscaría saber dónde están los usuarios. Pero todos suponemos qué ocurriría en caso de un uso malintencionado de la misma. Si habitualmente lo nuevo genera resquemores, tratándose de vigilarnos más aún.

En varios países afectados por el covid-19 se han desplegado drones de vigilancia policial para monitorizar a la población detectando aglomeraciones de personas, aplicaciones de rastreo a través del celular para que infectados no abandonen la cuarentena, dispositivos para medir la temperatura, etc. La super-conectividad proporcionada por el advenimiento de la tecnología 5G también sería “funcional” a esta nueva normalidad tutelada. Asimismo, se nos ha solicitado utilizar tarjetas en lugar de dinero para disminuir posibilidades de contagio físico, lo cual sospechamos que también sirve al objetivo que toda transacción ingrese al sistema financiero, contribuyendo a la bancarización de la economía.

¿Cómo se consiguió la obediencia de millones de seres humanos sobre el planeta? Mediante la pandemia del miedo, edificada mediante el asedio constante de cifras de contagiados y muertos, información a menudo sacada de contexto o la difusión de verdades a medias. Mientras tanto, los aluviones de informes periodísticos durante 3 meses no han aportado respuestas claras a dudas legítimas de los ciudadanos: ¿El coronavirus causante del covid-19 surgió espontáneamente o en un laboratorio? ¿Por qué en su genética se han encontrado secuencias de otros virus, por ejemplo del VIH? ¿Por qué insistentemente escuchamos al multimillonario Bill Gates indicando cursos de acción a seguir durante la pandemia si él no es médico? “Zapatero a tus zapatos”, reza un viejo adagio que sería bueno aplicar a ese personaje.

En suma, hoy día muchos avizoramos un trasfondo oscuro tras esta crisis sanitaria global. Pero además, se instala la amenaza que el mundo post-pandemia sea un mundo ilegítimamente hiper-controlado, donde los individuos resultemos menos empoderados para adoptar decisiones libremente. Se rumorea acerca de la instalación de microchips en humanos, vacunación obligatoria con tecnología experimental promovida por Bill Gates, pasaporte covid (condicionado a vacunación previa), control digital de nuestras comunicaciones mediante redes sociales, etc. Y cuando el río suena, agua trae.

Desde el comienzo de esta crisis sanitaria hemos acatado desde las medidas más anti-humanitarias, como permitir que enfermos de covid-19 mueran en total aislamiento en un centro de salud, hasta directivas de dudoso criterio, como aislar a los sanos en lugar de confinar solo a los enfermos. Plagas y pandemias naturales no son eventos nuevos para la humanidad. Existieron siempre. En la época bíblica y durante miles de años, la lepra fue el azote para aquellas sociedades antiguas. Por ello, algunos han recurrido al texto bíblico para pensar en estrategias alternativas. Si comparáramos la lepra con el coronavirus, el grado de contagio parecería ser menor, no obstante la lepra era contagiosa. El pueblo israelita de la antigüedad corrió con ventaja, pues el Médico Divino les marcó el camino a seguir. ¿Y cuál fue la estrategia indicada por el Creador para esa comunidad? Aislar a los enfermos, no a los sanos. María debió salir del campamento hebreo hasta curarse (Números 12:15), el rey Azarías pasó a vivir en una casa apartada (2 Reyes 15:5). Los leprosos que pidieron a Jesús ser sanados se pararon a distancia de Él (Lucas 17:12).

En un artículo de la revista El Correo de Madrid (2013) titulado “¿Por qué disminuyó la lepra en la Edad Media?“, se expresa lo siguiente: “Hasta finales de la Edad Media, la lepra infectaba a una de cada 30 personas en Europa. La razón por la que se controló la enfermedad fue la reclusión y aislamiento de los individuos infectados, por lo que los individuos sanos y sobrevivientes desarrollaron resistencia a la lepra”. Algunas voces se han levantado para cuestionar el confinamiento al que nos han inducido, ya que se opone a la esperada inmunidad del rebaño, que debería operarse naturalmente al activarse el excelente sistema inmune del que Dios dotó a la especie humana. Confinar a los sanos agrava la epidemia, según la Dra. Chinda Brandolino (Argentina).

Como ocurre en situaciones de guerra, las órdenes recibidas durante una pandemia no se discuten y se obedecen. Pero esto no puede transformarse en un modo de vida. Una vez controlada la contingencia sanitaria las libertades individuales deben ser reestablecidas en su totalidad, porque son inherentes a nuestra condición humana. De lo contrario, correremos el riesgo de pasar de seres con libre albedrío a individuos obedientes, amaestrados, vigilados. Y nuestros Estados democráticos habrán devenido en Estados gendarmes. Todo ello ¿a tono con el nuevo orden mundial? En tal caso, deberemos hablar de desorden o caos mundial, ya que atentará contra la esencia del ser humano y el orden natural dispuesto por el Creador para sus criaturas.

Debemos estar atentos. El mismo Dios, dador de la Ley, escogió respetar la libertad que Él mismo nos confiriera y hablar a su pueblo despertando sus conciencias: “El cielo y la tierra son testigos de que hoy les he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Yo les aconsejo, a ustedes y a sus descendientes, que elijan la vida, para que vivan ustedes y su descendencia” (Deuteronomio 30:19). Asimismo, el líder Josué dijo al pueblo de Dios: “Escojan hoy a quien servir, si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuya tierra ustedes ahora habitan. Por mi parte, mi familia y yo serviremos al  Señor” (Josué 24:15). Y Elías también al confrontar el pecado de su pueblo les formuló un planteo similar: “Hasta cuando vacilarán entre dos opiniones?: si Jehová es Dios síganlo, y si Baal vayan en pos de él” (1 Reyes 18:21 ), respetando el derecho de su comunidad a decidir por sí mismos.

Nuestro libre albedrío hoy está amenazado. La única vigilancia pertinente y legítima sobre el planeta corresponde a Dios:

El  Señor recorre con su mirada toda la tierra, y está listo para ayudar a quienes le son fieles” (2 Crónicas 16:9)

 

*Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h

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