¿Viste el farolito?

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Farola 1[1]Por: Dr. Álvaro Pandiani*

Hace muchos años apareció en nuestros televisores un espacio de la Intendencia Municipal de Montevideo en el que se veía una de esas clásicas columnas de alumbrado de las plazas públicas de antaño, con tres o cuatro esferas de vidrio opaco recubriendo las lámparas de incandescencia. Una voz gangosa, caracterizando a un borracho, decía: “¿viste el farolito?”, a lo que otro ebrio contestaba: “le pegamo’ con las mano atada”. Ante la incredulidad del primer interlocutor, aparecía en la pantalla una piedra que destrozaba la esfera y la lámpara, desplomándose los fragmentos de vidrio con estruendo sobre el pavimento. El espacio exhortaba a los montevideanos a que, distanciándose de tales actitudes, procuraran cuidar el entorno público de la ciudad, el cual, atendido por trabajadores municipales, es patrimonio de todos.

Este aviso, muy pertinente por cierto, en aquel momento y cuánto más ahora, toma ocasión en una actitud que parece formar parte de la idiosincrasia de algunos uruguayos: la actitud de no respetar el patrimonio público, ni mirar por el bienestar de los demás, cuando dicho patrimonio de todos y dicho bienestar ajeno se antepone a la expresión y/o realización de mis impulsos y deseos: deseos de ostentar mi superioridad sobre mis congéneres, o de demostrar mi desprecio por las normas de convivencia de la sociedad; asimismo, deseos de inferir daño en forma indirecta a quienes considero “distintos”, a los económicamente más afortunados, por los que me supongo menospreciado, o no comprendido, o aún perseguido; igualmente, deseos de infringir gratuitamente las leyes y disposiciones puestas en vigencia por las autoridades, por el solo hecho de hacerlo y con el único fin de ser mirado por los de mi círculo como un tipo “vivo”, un trasgresor, un modelo a imitar por los demás, quienes me mirarán con admiración; y también, deseos de afirmar mi personalidad, quizás débil y vacilante, mediante el expediente de exteriorizar mis ideas, mis sentimientos y aún mis instintos, ante la mirada de los demás, haciendo caso omiso de sus derechos, y con el desparpajo de la indiferencia frente a los principios que guían y las normativas que rigen la vida de la comunidad.

En el mensaje televisivo referido el “farolito”, según la retorcida manera de pensar que nace de esta actitud, está no para alumbrar un lugar público, proporcionando comodidad y  seguridad a los vecinos; está para que yo demuestre mi buena puntería, aún bajo los efectos del alcohol, y lo poco que me importa la reacción de las autoridades ante el daño que provoqué. De igual forma el paredón de una casa, que el dueño de la misma limpió y pintó con esfuerzo y/o poniendo dinero de su bolsillo, no está así para que dicho dueño pueda ver su casa bonita y presentable, sino para que yo lo ensucie, enchastre y arruine con el falso arte de los graffiti, escribiendo tonterías, insultos a los rivales deportivos o políticos, pueriles ensayos de poesía, o por qué no, también obscenidades; todo lo cual puede no gustar o desagradar a la familia que allí vive, lo que no le importa al escritor callejero, que considera legítimo ejercer su derecho a dejarle a la sociedad su particular “mensaje”. Por otra parte, los asientos de un ómnibus no son para que los ciudadanos puedan sentarse y viajar cómodos, sino para que yo los raye, los raje y los despedace, para poder así “expresarme”. No hablemos de los refugios de las paradas de ómnibus, sobre todo aquellos que cuentan con publicidad luminosa, los cuales periódicamente aparecen despedazados, en general las madrugadas de viernes a sábados y sábado a domingo, cuando la juventud sale de los locales bailables. Aunque en este caso ya tendríamos que introducir en la discusión el abuso de alcohol y drogas, como parte de ese talante de transgresión y desprecio por los límites que apuntan a una convivencia pacífica.

Más allá del problema de la ausencia de educación, de la que tanto nos han hablado las autoridades como solución a los problemas de delincuencia, violencia y vandalismo, o quizás podríamos decir, de una “subeducación” que va segregando una subcultura distinta de aquella que los uruguayos tradicionalmente asociamos con lo “normal”, segregación ésta que surgiría de políticas económicas y sociales llevadas adelante por las autoridades de turno, parece que hay aquí una actitud básica de egoísmo, cuando no de egocentrismo; de creer que yo soy el centro del mundo, el eje del universo; que mis intereses tienen prioridad sobre los de los demás, y que mis derechos son lo más importante a defender. Tal vez no nos equivoquemos al pensar que esta actitud básica sea uno de los puntales de esa presunta “subeducación”, que enseña la premisa “primero yo, segundo yo, tercero yo”, que omite la clásica referencia al límite natural de los derechos de cada uno (los derechos de los demás), y que en definitiva parece la emergencia de una forma de convivencia primitiva, una “ley de la selva urbana”, en la cual la supervivencia dependería de la fuerza o de la astucia con la que desplazar al otro, para prevalecer.

Lo interesante es comprobar que esta “subeducación”, con su aberrante premisa, parece en realidad impregnar todos los niveles de la escala social. Es que en realidad, la actitud egoísta, egocéntrica y soberbia, que pisotea al otro y lo considera una herramienta para alcanzar los propios intereses, forma parte de la naturaleza humana. Por eso no es raro que semejante talante individualista, atemperado quizás por la noción de antiguos valores que luchan por sobrevivir en la conciencia de algunas personas, emerjan en determinadas situaciones, comprobándose la presencia de esa actitud básica: el eje del mundo soy yo. Siguiendo esta línea, uno puede llegar a pensar que los familiares, los vecinos, el gobierno, las autoridades, las organizaciones no gubernamentales, y toda entidad o institución de servicio, están exclusivamente a MI servicio.

Duro es comprobar que, incluso dentro de nuestra comunidad evangélica, pueden existir personas que consideran que la iglesia, los hermanos en la fe, el pastor, las organizaciones paraeclesiásticas, sobre todo las dedicadas a ayuda y asistencia social, y todos aquellos que toman sobre sí el ministerio, que significa, entre otras cosas, “servicio”, y reciben el calificativo de “siervos” de Dios, están para servirles, pero no para ser servidos por ellas. Por eso, cabe tener presente que hacerse cristiano implica algo más que adoptar una religión, tomar una Biblia e ir a la iglesia; implica conversión, con cambios profundos. En el tema que nos ocupa implica volver a incorporar aquellos antiguos valores, los valores cristianos de amor, entrega, renuncia de sí mismo, humildad, compasión por los demás, sobre todo los menos afortunados, nulo derecho a juicio sobre los otros; y, justamente, servicio. Implica comenzar a comprender que la posición adecuada a adoptar ha de ser la de servir a los demás en ese espíritu de amor y sacrificio, anteponiendo a nuestros propios intereses los de nuestros semejantes. Porque en un sistema basado en el amor (y no en el egoísmo), los unos se preocupan por los otros, y nadie pretende que sus derechos prevalezcan sobre los derechos de los demás.

Un sistema que, tal vez, suene a utopía; pero que es, ni más ni menos, el sistema que Jesús mandó a sus discípulos.

“… el mayor entre vosotros sea como el más joven, y el que dirige, como el que sirve… Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22:26, 27).

¿Viste el farolito? NO lo rompas; cuidalo, para bien de tus semejantes.

*Álvaro Pandiani es columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” donde se presentan estos materiales, los días martes 21:00 a 21:30 hs. en el 610 AM.

3 Comments

  1. Gabriel dice:

    GRACIAS AL DR. ALVARO PANDIANI Y GRACIAS A DIOS POR ESTE HERMANO QUE CON CADA PALABRA EDIFICA A LA IGLESIA DEL SEÑOR.

  2. Ester dice:

    Este artículo tiene múltiples lecturas. En relación a la iglesia, los integrantes muchas veces tenemos un emprendimiento. Dios nos muestra un ministerio dentro o fuera de la iglesia. Ese ministerio es un farolito. No todos comprenden (aunque dicen comprender) la voluntad de Dios para tal o cual hermano/a y la voluntad de Dios es soberana. Y también intentan muchas veces romper el farolito. Tengamos cuidado no dejemos que nos rompan el farolito y tampoco se lo rompamos a otro.De todo un día daremos cuenta delante de Dios.
    Gracias al escritor por poner temas tan cotidianos y que nos permiten pensar y reflexionar con respeto.

  3. Ester dice:

    ¿Viste el farolito? Si, claro que si en todo espacio y tiempo, y lugar público e incluso privado. Pasa por pintadas, falta de higiene, destrozos de todo tipo y especie.Es parte de la uruguayez, lamentable por supuesto no todos. Desde balcones , desde autos se tira basura y sin importar; así como tb. otras personas al buscar en los contenedores hacen algo parecido. Quiere decir que esa subeducación se da a todo nivel socio-económico. Si hablamos de subeducación significaría que hay unos cuantos uruguayos por debajo de la educación o lo que creemos educación.Tal vez el término se esté reconceptualizando, no se. Daría para un debate.Como espacio de resistencia debe seguir bregándose con certeros llamados a la reflexión y debate.
    En fin la educación no lo puede todo pero es importante a nivel institucional y familiar.

    En cuanto lo referido a la iglesia todos debemos ayudar a todos en forma visible o en forma no visible. Existen ministerios públicos y están los otros silenciosos sin que tu izquierda sepa lo que hace tu derecha.
    Ministerior dentro y/o fuera de la iglesia ,de acuerdo a lo que cada uno es llamado por el Señor.Amén
    Servir siempre servir en el monte o en el valle, en forma visible o silenciosa ,Dios ve todo.

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