Amar y creer sin haber visto
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“Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas.” v.44
Cada día recibo recordatorios de los cumpleaños de las personas que forman parte de mis redes sociales y saludo a cuantos puedo. Un día abrí la página de un antiguo amigo al que alguien felicitaba efusivamente expresándole mucho aprecio y mejores deseos de muchos años más de vida, ignorando que, penosamente este amigo falleció hace mucho tiempo y su cuenta en las redes aún está vigente. Pensé en la expresión: “Informados de todo, enterados de nada.”
La virtualidad nos ha robado tanto que podemos cultivar relaciones sumamente superficiales. Algunas cosas han cambiado dramáticamente: desde nuestra coexistencia remota, laboramos, “vamos” a las reuniones de la iglesia, hacemos las compras, pagamos las cuentas. Todo parece muy conveniente, pero se va generando un aislamiento y una indiferencia poco saludable. Nos cuesta retornar a los encuentros con otros seres humanos, familia, amigos, hermanos.
Pero la vida real sigue y no puede ser sustituida. Hay gente que ha logrado preservar estilos de vida “clásica” en los que la tecnología y la alta y frecuente exposición en las redes sociales no son una prioridad.
Y es que la vida real tiene acceso a todos nuestros sentidos: tocar, oler, sentir el calor y el frio. Hasta comer y saborear alimentos tienen más sentido cuando los prepara y sirve alguien que tiene significado fraterno para nosotros, en el contexto de una reunión en persona. Definitivamente, hubo vida antes y continuará habiéndola, más allá de lo virtual.
La Biblia me hace añorar esa comunión que tenían los primeros cristianos, que siempre estaban juntos y tenían todas las cosas en común.
Georgina Thompson de Johnson, Estados Unidos
La vida real es indispensable