Unos tipos intransigentes

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Intransigente - PandianiPor: Dr. Álvaro Pandiani*

Todos más o menos entendemos qué queremos decir cuando hablamos de una persona como “intransigente”. Nos referimos a alguien que no afloja, que es inflexible, que no da el brazo a torcer; una persona que no “transige”, es decir, que no consiente, ni tolera, ni aguanta, a veces que ni siquiera escucha, u “oye”. El ser intransigente puede ser visto como un defecto, o como una virtud, según la situación en que se manifieste esta característica de la personalidad de un individuo. Un padre de familia que de ninguna manera quiere aceptar la decisión de un hijo sobre su futuro personal – sea trabajo, carrera a seguir, o la persona que eligió para unirse en matrimonio – porque no se ajusta a sus expectativas – las del padre – va a ser visto como terco, intolerante e implacable, y prácticamente en ningún caso esta actitud recibirá el elogio o el beneplácito de terceros (porque nunca faltan terceros que opinan). Si ese mismo padre, ante una situación que amenaza la vida y el bienestar de su hijo – una enfermedad grave o una adicción – lucha denodadamente, sin flaquear y sin rendirse, hasta que logra rescatar al hijo que ama, será visto como alguien tenaz, firme y exigente, y esas cualidades serán reconocidas por los demás como muy positivas. Fácilmente se concluye que ser un tipo intransigente, siempre y en toda situación, no es lo más adecuado. Lo prudente parecer ser tener la capacidad de adaptarse a las circunstancias; es decir, ser flexible, que es lo opuesto a ser intransigente.

Resulta curioso que cuando uno examina los sinónimos de “intransigente” que nos ofrece el programa Word del paquete de Office, además de términos como testarudo, tenaz, contumaz, celoso, ciego, severo e intolerante, aparecen palabras como “sectario” y “fanático”. Y eso nos evoca lo intransigentes que pueden ser algunas personas cuando pertenecen a ciertos colectivos. Por ejemplo, en cuanto a ideología, a colectividades políticas, y en cuanto a creencias y dogmas, a comunidades religiosas. Recuerdo hasta el día de hoy la escena de un culebrón mexicano o venezolano – de eso no me acuerdo, ni tampoco del nombre – pero sí de la escena, en la cual una mujer le enrostraba a un cura el ser “obstinado”, y la respuesta del sacerdote era: “¿y qué hombre de Dios no lo es?”. Los cristianos evangélicos somos intransigentes en algunas cosas; por ejemplo, en nuestro apego a la Biblia como única y autorizada Palabra de Dios para guiar toda nuestra vida, fe y conducta. No somos flexibles en eso; no podemos serlo. Aceptamos toda la Biblia y sólo la Biblia como el mensaje de Dios a la humanidad perdida. Como dice uno de los grandes postulados de la Reforma Protestante del siglo 16: sola scriptura, sólo las Sagradas Escrituras de la Santa Biblia. También somos intransigentes en nuestro cristocentrismo; sólo Jesucristo es el Salvador, el Redentor, el camino al Padre celestial. Porque la Biblia nos dice que: “no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12), y también que: “hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5). Es decir que Jesús no forma parte de un “club sagrado”, junto con Buda, Mahoma, Confucio y Zoroastro; en la Biblia, Él nos dice claramente que nadie va hacia el Padre celestial sino es por Él (Juan 14:6), y para nosotros esa verdad no es negociable. El cristianismo tiene doctrinas fundamentales: sólo la Biblia como Palabra de Dios, un único Dios en Tres Personas, sólo Jesucristo como Salvador del mundo, la salvación sólo por la fe, y algunas otras. Lo inamovible de las doctrinas fundamentales del cristianismo para aquellos que abrazamos la fe en Jesucristo, la noción de su carácter sagrado, que nos lleva a creer tales doctrinas fundamentales con obstinada firmeza, o en otras palabras, a ser intransigentes en nuestra fe en las doctrinas de la Biblia cuando las mismas son atacadas por quienes creen diferente, o no creen en nada, puede conducirnos a considerar la firmeza, la tenacidad, la obstinación, la intransigencia, como virtudes en sí mismas, independientemente de las circunstancias, o de la situación de que se trate. Si trasladamos esa obstinada intransigencia a lo cotidiano, a nuestras relaciones con las personas, se trate de quienes comparten nuestra fe cristiana, o de aquellos que no creen como nosotros, pero con los que compartimos el hogar, el barrio, el ámbito de trabajo, u otros escenarios en que interactuamos con la gente, esa intransigencia puede ser vista como algo negativo, como una actitud que no se condice con el amor cristiano, y que por lo tanto no deja la mejor impresión, ni ensalza el necesario testimonio de Cristo en nosotros.

Un episodio de la temprana historia cristiana, registrado en el Nuevo Testamento, merece considerarse en este contexto. En Hechos 15:36 – 39 se lee lo siguiente: “Después de algunos días, Pablo dijo a Bernabé: volvamos a visitar a los hermanos en todas las ciudades en que hemos anunciado la palabra del Señor, para ver cómo están. Bernabé quería que llevaran consigo a Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos, pero a Pablo no le parecía bien llevar consigo al que se había apartado de ellos desde Panfilia y no había ido con ellos a la obra. Hubo tal desacuerdo entre ambos, que se separaron el uno del otro”. El trasfondo de este incidente entre dos importantes personajes de la Iglesia Primitiva nos lleva al capítulo 13 del libro de los Hechos. Allí vemos a Bernabé y Pablo llamados por el Señor de entre otros  profetas y maestros que había en la iglesia. A continuación, ambos abandonan la ciudad de Antioquía de Siria, para iniciar lo que se conoce como el primer viaje misionero del apóstol Pablo, una gran misión de predicación del evangelio cristiano que los llevó a Chipre, y luego Asia Menor. En dicho viaje predicaron, ganaron convertidos y fundaron iglesias cristianas en varias ciudades: Pafos, Perge, Listra, Iconio, Derbe y Antioquía de Pisidia. Lucas – escritor de Hechos – nos informa que al salir Antioquía de Siria “Tenían también a Juan de ayudante” (13:5); éste era Juan Marcos, un cristiano de la iglesia antioqueña, sobrino de Bernabé según Colosenses 4:10, que se unió al equipo misionero formado por su tío y por Pablo, pero que luego de los meses pasados en Chipre se separó de ellos para regresar a Jerusalén (Hechos 13:13). No se explica cuál fue la causa de esta decisión de Marcos de abandonar el grupo para dirigirse a Jerusalén, aunque sí sabemos que allí vivía su madre, y la casa de ella era lugar de reunión de la iglesia de esa ciudad (Hechos 12:12). Evidentemente, al apóstol Pablo no le gustó nada que Marcos se hubiera mandado mudar cuando apenas había comenzado la misión, y llegado el momento de iniciar el segundo viaje misionero, cuando Bernabé quiso contar de vuelta con su sobrino, Pablo no lo aceptó ni quiso dar el brazo a torcer. Según el relato, el desacuerdo fue tal que Bernabé y Pablo se separaron, y aunque se desprende del libro de Hechos que al principio fueron muy buenos compañeros – quizás muy buenos amigos – nunca más volvieron a trabajar juntos.

¿Tuvo razón Pablo en su actitud? ¿O fue mala y negativamente intransigente?

Cuando se lee el libro de Hechos de los Apóstoles es notorio el protagonismo que adquiere progresivamente ese hombre llamado Saulo de Tarso, cuya conversión posterior a su encuentro con Jesucristo en el camino a Damasco se relata en el capítulo 9. A partir de este incidente, el libro habla exclusivamente del apóstol Pablo, su obra de predicación y extensión del evangelio de Cristo, y las vicisitudes que le tocó vivir durante las décadas de su agitada vida como apóstol del Señor. Es que la obra de Pablo fue monumental, pues sembró de iglesias el Imperio Romano, sentando así las bases del triunfo del cristianismo en el mundo grecorromano, trescientos años después, y de la preponderancia de la fe cristiana en la civilización occidental por casi veinte siglos. No sólo el libro de los Hechos, sino también casi todo el Nuevo Testamento habla de Pablo. Para sucesivas generaciones de cristianos, durante los últimos dos mil años, después de Jesús de Nazaret, Pablo ha sido el gran paradigma. De hecho, él es el paradigma – el modelo – del siervo de Cristo, sufrido y fiel hasta el fin en la obra de su Señor. A tal punto esto es así, que podemos llegar a creer que, como sucede con Jesús, todo lo que Pablo hizo estuvo bien. He leído a grandes comentaristas bíblicos argumentando de diversas maneras para justificar la conducta adoptada por el apóstol Pablo en este incidente. Según ellos, Pablo estuvo muy bien en rechazar a Marcos, pelearse con Bernabé y disolver para siempre – mientras vivió – un equipo de trabajo que al inicio había funcionado muy bien. Dado que el relato de Hechos evidencia cómo la obra de Pablo fue respaldada por Dios con milagros, sanidad de enfermedades y de personas poseídas por espíritus, llenura del Espíritu Santo en los discípulos, liberaciones milagrosas de peligros graves, y que también evidencia la fidelidad a toda prueba del apóstol al Señor, aún cuando su vida estuvo amenazada, todo eso induce a algunos a pensar que Dios puso su sello de aprobación sobre todo lo que Pablo hizo; incluso, cuando se negó a dar una segunda oportunidad a un joven ayudante.

Sin embargo, aunque el Nuevo Testamento no es muy expresivo sobre lo que sucedió luego del penoso episodio relatado, que Pablo diga al final de su vida, en carta dirigida a Timoteo: “Toma a Marcos y tráelo contigo, porque me es útil para el ministerio” (2 Timoteo 4:11), demuestra que en algún momento y por alguna razón, el apóstol se vio obligado a recapacitar sobre su actitud, y: o entendió las razones de Marcos para abandonar el equipo en aquel primer viaje misionero, o le dio una segunda oportunidad a Marcos, y éste mostró su valía para la obra de Dios. Es que, en realidad, lo que Pablo hizo cuando rechazó a Marcos y discutió con Bernabé al punto de distanciarse definitivamente de él, fue exhibir una actitud intransigente, casi intolerante, por no decir rencorosa con aquel ayudante que no pudo completar ese primer viaje misionero con ellos. En ese momento el gran apóstol, quizás llevado de un exceso de celo, es decir, celoso de la obra de Dios – y celoso también es sinónimo de intransigente – se negó a ofrecer una segunda oportunidad a Juan Marcos. Pero Dios sí le dio una segunda oportunidad a Marcos, y no fue menor; fue instrumento inspirado por el Espíritu Santo para escribir uno de los cuatro evangelios canónicos, considerados por todos los cristianos como Palabra de Dios. Marcos vuelve a ser mencionado en el Nuevo Testamento por el apóstol Pedro, en las salutaciones finales de su primera epístola universal, de la siguiente manera: “La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con ustedes, y Marcos mi hijo, les saludan” (1 Pedro 5:13). La cercanía de este hombre a los grandes apóstoles, y su lugar en la obra de Dios en aquel tiempo memorable de la iglesia primitiva, desmienten el valor y la pertinencia de la intransigencia y el exceso de celo en el relacionamiento de los cristianos entre sí, y con los de afuera, es decir, con aquellos a quienes debemos el evangelio de amor y perdón en Jesucristo.

Porque esta historia nos deja grandes lecciones. Primero, que también los grandes, incluso un apóstol, pueden equivocarse; segundo, que la intransigencia intolerante y rencorosa no es una actitud cristiana. Ambas lecciones las conocemos. Pero, y tercero, el celo – y el exceso de celo – por la obra del Señor, aunque aparente ser muy loable y recomendable por parecer piadoso, por parecer la evidencia de una gran consagración, la evidencia de una fe inquebrantable y una profunda dedicación a Cristo, si no lo balanceamos con el amor, puede llevar a que nos extralimitemos, menospreciando, rechazando, e hiriendo a otros. Juan Marcos logró reponerse, y demostró su valía como discípulo de Cristo y siervo de Dios. Otros tal vez queden por el camino, incapaces de reponerse de las heridas emocionales provocadas por una actitud intransigente y severa, difícilmente reconciliable con el amor.

Si herimos, estamos mal, pues el Señor nos mandó amar a todos con un amor que incluye entrega, sacrificio, pero también mansedumbre, ternura y bondad.

Que lo tengamos en cuenta.

 

__________________
* Dr. Alvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario

3 Comments

  1. miguel dice:

    “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.…” (Rom.7.15- ). Nosotros conocemos un dicho y es que Dios escribe derecho en reglones torcidos. Pero sin Juan Marcos no se separa de Pablo (y si Pablo luego lo llama en su vejez, debió reconocer en J. Marcos el mismo servicio humilde o amor a la obra de Dios); Juan Marcos no hubiera acompañado a Pedro y escrito el evangelio de Pedro que conocemos Canónicamente como el Evangelio de Marcos quien lo escribió (dicen del joven que seguía a Jesús con una sábana después que huyeron todos los discípulos). Debemos de aceptar que Pablo también haya enriquecido su crecimiento espiritual con esta separación, aún sin que podamos hoy asegurar en qué?.

    • Álvaro Pandiani dice:

      Hola, Miguel; gracias por dejar su comentario.
      No me queda claro si es una afirmación o un interrogante, pues al final usted pone un signo de interrogación.
      Si es un interrogante, mi respuesta es sí. Creo que Dios usa toda situación para enriquecer y bendecir la vida espiritual de sus hijos; incluso acciones cuestionables, como la actitud intransigente y rencorosa que exhibió el apóstol Pablo en esa oportunidad.
      Si es una afirmación, bueno, es un ejemplo de algo que mencioné: justificar de alguna manera que lo hecho por Pablo estuvo bien, no porque haya estado bien, sino porque se trata de Pablo. No voy a agregar palabras para expresar mi desacuerdo con esa postura, más de lo escrito en el artículo.
      Me gusto lo de que Dios escribe derecho en renglones torcidos. En este caso el renglón torcido habría sido la fea actitud del apóstol Pablo.
      Un gran abrazo, y muchas bendiciones.

  2. elrusoperes dice:

    Muy buena la foto; muy ilustrativa de lo que se habla.

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