Tambores de guerra santa – 4

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christianismo-islamPor: Dr. Álvaro Pandiani*

Iniciamos la cuarta y última entrega de esta serie sobre cristianismo e islam retomando la línea de pensamiento con que terminábamos hace una semana, acerca de cómo las voces que se alzaban para denigrar a Jesús de Nazaret, figura sagrado del cristianismo, se han alzado fundamentalmente en culturas otrora cristianas, más que entre musulmanes, y observando que también entre seguidores del Islam se habían levantado quienes denigraron a Mahoma, aunque sean muchos menos conocidos en occidente, siendo más probable que la mayoría de los disidentes religiosos islámicos no salga nunca a la luz. Y esto es comprensible; baste pensar en lo que le pasaría a quién se atreviera a hablar contra Dios, Cristo, la Biblia o la Iglesia en la época de la Santa Inquisición – como de hecho le pasó a muchas personas que discreparon con la Iglesia en aquellos tiempos, que fueron tiempos de ignorancia y oscurantismo, de intolerancia e imposición de ideas y creencias oficiales por medios seculares. También en tales tiempos, durante la Edad Media, se produjo lo que, y ya lo citamos en esta serie, se denominó la “injustificada agresión” de las Cruzadas, el ataque militar reiterado de la cristiandad occidental contra el mundo islámico (Hindley G. Las consecuencias. En Las Cruzadas, Peregrinaje Armado y Guerra Santa. Ediciones B, S.A., Barcelona, 2005. Pág. 385-393); pero agresión injustificada, según muchos, si se olvida que las conquistas musulmanes en el norte de África y Oriente Medio, durante los siglos VII y VIII, se llevaron adelante en tierras anteriormente cristianas, como también recordamos.

¿Cómo ve hoy día el mundo musulmán a occidente? El historiador Hindley, citando lo escrito por el libanés Amin Maalouf en Las cruzadas vistas por los árabes, nos trasmite una reflexión escalofriante: “Parece claro que el Oriente árabe sigue viendo en Occidente a su enemigo natural. Contra ese enemigo, cualquier acción hostil – ya sea política, militar o basada en el petróleo – no se considera más que una legítima venganza”. Al leer cosas como ésta, parece comprensible la reacción de un lector, que en el blog del artículo publicado en 2010 en Iglesia en Marcha, me escribía: Al hermano Álvaro, le invito que así como critico el error de este pastor, critique también cómo los islámicos secuestran niñas de cristianos y las obligan a matrimonios con musulmanes para obligarlas a cambio de religión, o cómo los que se convierten al cristianismo tienen que huir porque su vida corre peligro. ¿Por qué atacamos tan duro un error de un cristiano, y callamos ante la maldad del islamismo?. Reproduzco este pasaje de su comentario, en primer lugar porque es la opinión de una persona, y como tal me merece mucho respeto; segundo, porque más allá de los ejemplos que ofrece – secuestro de niñas para obligarlas a casamientos con musulmanes, y el peligro de vida que corre un musulmán que se convierte a Cristo – el lector pregunta por qué callamos ante la maldad del islamismo. Y quizás deberíamos contestar que callamos ante la maldad de los musulmanes, de la misma manera que callamos ante la maldad de los cristianos; o porque estamos ocupados tratando de corregir la maldad de los cristianos, nuestra propia maldad. Tal vez si nos dedicáramos a echarles en cara a los musulmanes sus maldades, ellos tendrían mucho que decir de nosotros también; y tal vez sería mejor que la relación entre el cristianismo y el islam fuera un beligerante intercambio de recriminaciones e insultos, y no de misiles y coches – bomba. Y tampoco podemos olvidr otra cosa: el mundo posmoderno, nacido de las cenizas de una civilización otrora “cristiana”, se corta las venas clamando por los derechos humanos y reivindicando a los marginados, pobres y oprimidos. Pero ese mismo mundo posmoderno y poscristiano, revolviéndose indignado contra un cristianismo aún vital y pujante, al que ve todavía impertinentemente vivo, nos señalaría con el dedo a nosotros, los cristianos, exigiéndonos que en todos esos temas (secuestro de niñas, mutilaciones de sus órganos genitales como sucede en Nigeria, etc.), miráramos las cosas desde el punto de vista de la cultura islámica, no desde el nuestro – pues la Palabra de Dios ya no es universal, en su concepto. En otras palabras: tolerancia y respecto a la diversidad, banderas del posmodernismo vigente en occidente, aunque en el “oriente árabe” tales banderas no existan (y para muestra de esto basta un botón: varias mujeres parlamentarias uruguayas de izquierda, que aquí defienden la perspectiva de género, el aborto y la homosexualidad, cuando fueron a Irán se colocaron obedientemente el velo sobre la cabeza). Entonces, lo dicho: en el oriente árabe, las banderas son otras muy diferentes.

Llegada la reflexión a este punto, parece oportuno mirar la Biblia para ver si encontramos alguna orientación sobre la más adecuada postura cristiana en una relación tan espinosa y accidentada a lo largo de la historia. Al respecto, me viene a la memoria el pasaje de Mateo 17:24 – 27, en el que los cobradores del impuesto del Templo abordan a Pedro – con la cortesía habitual de los recaudadores de impuestos – y le increpan si acaso su “maestro” pagaría o no el impuesto del Templo (tributo de dos dracmas – el equivalente de dos jornales de un campesino – que todo israelita adulto debía abonar una vez al año para el mantenimiento del Templo de Jerusalén). Cuando Pedro, después de asegurarles que su maestro pagaría, se encuentra con Jesús, éste lo conduce a razonar que Él, como Hijo de Dios, no estaba en realidad obligado a ese pago. Sin embargo, agrega que para no ofender a los representantes de la autoridad religiosa nacional, pagará. Acto seguido, da a Pedro las directivas para que éste consiga el dinero (media un milagro de precognición, o demostración de omnisciencia, o incluso omnipotencia, en el modo en que se obtiene el dinero, pero no es ese el tema de esta reflexión). Interesa destacar la actitud de Jesús: Él no quería ofender a los cobradores de impuestos, o a aquellos a quienes estos representaban. La ofensa podía darse ante una negativa de Jesús a pagar el impuesto, o más probablemente al declararles que no pagaría por ser Hijo de Dios. Esta aseveración habría sido, indudablemente, una provocación para las autoridades religiosas de Israel. Y Jesús, en ese momento, no quiso provocarlos. Esto es llamativo, al ser éste el mismo Jesús que en otras oportunidades declaró públicamente ser el Hijo de Dios, y también quién en otra ocasión llamó a los fariseos y escribas hipócritas, víboras, ciegos, entre otros apelativos (Mateo capítulo 23). ¿Qué mayor provocación que tales calificativos dirigidos a los sacrosantos personeros de la religión nacional? ¿Cuál es la diferencia entre el episodio de los cobradores del impuesto del Templo, y el discurso dirigido a los líderes religiosos en Mateo 23? Una respuesta a esto podría ser la siguiente: el discurso a los líderes religiosos fue pronunciado en Jerusalén pocos días antes de la crucifixión, cuando Jesús sabía que su tiempo se terminaba y había unas cuantas verdades pendientes de ser dichas, y que debían ser dichas a oídos de todo el pueblo, aunque eso significara una provocación. En el caso de los cobradores del impuesto del Templo, tal provocación era innecesaria.

Esta idea, que una provocación innecesaria no forma parte del espíritu trasmitido por Jesús a sus seguidores, podría servir para evaluar la pertinencia, y el carácter genuinamente cristiano o no, de cosas como la quema del Corán, las caricaturas de Mahoma, o la película “La inocencia de los musulmanes”. ¿Es aplicable este principio de no provocar innecesariamente, en la relación con los seguidores del islam, que por lo visto siguen viendo al occidente “cristiano” como enemigo (aunque occidente ya no es muy cristiano que se diga)? ¿Es aplicable, cuando los musulmanes siguen actuando con abierta intolerancia, con amenazas y sentencias de muerte, contra los cristianos residentes en los países islámicos, y contra todos los que ellos entienden son culpables de blasfemia, apostasía o sacrilegio contra sus figuras sagradas? Más allá de las “maldades” del islam, que en aquella ocasión hace tres años ya nos señalaban, cabe preguntarse si es pertinente que nosotros veamos a los musulmanes como “enemigos”, por lo menos si para iluminarnos al respecto recurrimos a las enseñanzas de Jesús y al cristianismo bíblico (no al de las Cruzadas, sino al cristianismo bíblico). Y si ese fuera el caso, si verdaderamente por ser nosotros cristianos los musulmanes son nuestros enemigos, entonces deberemos referirnos una vez más a lo dicho por Jesús en el Sermón del Monte: “amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44). Mandato de Jesús que ha sido sistemáticamente desobedecido por los cristianos a lo largo de los siglos.

Salvo por aquellos que, en obediencia a ese mandamiento y a la Gran Comisión, “provocan” a los musulmanes con la única “provocación” necesaria y legítima: compartiendo con ellos el evangelio del amor y el perdón de Dios en Jesucristo, muchas veces a riesgo de sus vidas.

Que ellos sean nuestro ejemplo.

 

* Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.

(Adaptado del artículo Tambores de guerra santa otra vez, publicado en el mismo sitio web en noviembre de 2012)

 

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