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“Susténtame conforme a tu palabra, y viviré; y no dejes que me avergüence de mi esperanza” v. 116
La Biblia nos presenta un personaje llamado José, a quien sus hermanos apodaban “el soñador”. Lo llamaban así porque tenía sueños que, cuando leemos su historia completa, entendemos que eran de parte de Dios, anticipándole todo lo que Él haría en su vida y en Israel, su pueblo.
A propósito de sueños, ellos pueden ser experiencias ya vividas que mientras dormimos se presentan en nuestra mente, por lo general, entremezcladas unas con otras de manera fantasiosa. También pueden ser meras quimeras o ilusiones de lo que quisiéramos tener en la vida. Y por supuesto, los sueños también pueden expresar simbólicamente los anhelos del ser humano por alcanzar sus metas.
De manera que de esos tres tipos de sueños los últimos son muy dignos de ser tenidos, pues la vida se hizo para emprender proyectos (soñar), no para dejar de hacerlos (dormir). Y de estos sueños podemos pensar en que:
- Sueñan los que pasan por la vida, duermen los que la dejan pasar.
- Sueñan los que tienen esperanza, duermen los que la perdieron.
- Sueñan los que alcanzan sus logros, duermen los que nunca los buscan.
- Sueñan los que aman, duermen los que dejaron de hacerlo.
- Sueñan los que le muestran a todos su esperanza, duermen los que se avergüenzan de tenerla.
Entonces, emulemos a José teniendo sueños dignos de alcanzar; pero más que tenerlos, pongámoslos en las manos de Dios; y por supuesto, hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para lograrlos.
Hernán Díaz Castro, Venezuela