Solía amarla, pero la tuve que matar – 1

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Por: Dr. Álvaro Pandiani*

Fe, espiritualidad, carne y pecado; ¡qué ecuación! La dicotomía de ser espiritual o ser carnal, la disyuntiva de vivir lleno del Espíritu o vivir “en la carne”, acompañó mi crecimiento espiritual en el evangelio. Era lenguaje de iglesia; incomprensible al principio, pero tuve que aprenderlo. Entender que Jesús había dado su vida en la cruz para el perdón de mis pecados fue como adquirir un conocimiento maravillosamente básico. Luego vino el inicio de ese camino de fe y espiritualidad; un camino realizado bajo la tutela de hermanos mayores –a veces demasiados de ellos opinando– en el que siempre existía el peligro de caer en la debilidad, la tentación, los defectos de carácter, o ciertos gustos naturales que parecían absolutamente inocentes, para ser exhortado con dureza por haberse uno comportado como –o ser – un cristiano carnal.

La carne. No estamos hablando de un buen asado, sazonado y con su correspondiente guarnición. Hablamos de un concepto que es –curiosamente– espiritual, o que surge de la teología bíblica. Como siempre, debemos referirnos a la traducción de la Biblia más utilizada por los cristianos evangélicos de habla hispana, la Versión Reina Valera (VRV); esa traducción ha marcado a generaciones de cristianos evangélicos, imprimiendo su impronta en el lenguaje particular usado entre “hermanos y hermanas en la fe”, y constituye casi un argot propio de los miembros de una congregación evangélica, en plena comunión y asiduos concurrentes a la misma. La referencia a “la carne”, “estar en la carne” o “actuar en la carne”, que sonaría rarísima para uno de afuera, es fácilmente entendida por cualquier creyente evangélico; en algunos lugares, está entre las primeras cosas que te hacen entender. ¿De qué hablamos los evangélicos, cuando hablamos de “la carne”?

Refiriéndonos, como dijimos, a la VRV, carne es –como se dijo– lo que podríamos llamar un término teológico bíblico, y su significado lo encontramos en la misma Biblia, en función de su uso y contexto. En el Antiguo Testamento, para empezar, el término carne se usa para referirse al cuerpo humano, o al cuerpo de un animal; en Génesis 40:19, por ejemplo, “las aves comerán tu carne de sobre ti” se refieren al cadáver de alguien que sería ajusticiado, y dejado a merced de las aves de rapiña, mientras que en Levítico 6:27, “todo lo que tocare su carne, será santificado” alude al cuerpo del animal ofrecido en sacrificio, según el ritual del judaísmo antiguo. Por otra parte, pasajes como Salmo 16:9, “se alegró…mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente”, y Proverbios 14:30, “el corazón apacible es vida de la carne”, hace alusión al todo del ser humano –corazón, alma, carne– es decir, cuerpo físico y vida interior, como lo expresa el apóstol Pablo en 1 Tesalonicenses 5:23: “todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo”. Probablemente ese sea el sentido de las palabras que describen la unión matrimonial en Génesis 2:24, “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”, que se repiten en el nuevo Testamento (Mateo 19:5); la unión del hombre y la mujer en matrimonio implica la unión de ambos para formar uno solo, como lo expresó Jesús en Marcos 10:8: “no son ya más dos, sino uno”. Volviendo al Antiguo Testamento, también utilizada en sentido de parentesco aparece carne en Jueces 9:2, “yo soy hueso vuestro, y carne vuestra”. La significación se amplía mucho en Isaías 40:6, donde se lee: “toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo”; el sentido de toda carne, aquí, es claramente, toda la existencia humana, o toda la especie humana: todo lo que los seres humanos son, y todas las proezas que puedan lograr, son como algo efímero y perecedero, frente a la eternidad de Dios. Haciendo un resumen, el cuerpo material, el ser humano, el parentesco de familia, la unidad del matrimonio, y la raza humana, todo esto significa el término carne, en el Antiguo Testamento. En ninguno de estos pasajes bíblicos aparece una consideración del término carne en un sentido moral; eso hay que buscarlo en el Nuevo Testamento.

Al cruzar, entonces, hacia el Nuevo Testamento, encontramos el término carne repetidas veces, y con distintos significados; sin embargo, predominan los sentidos de vida humana en el cuerpo, cuerpo humano, vivo o muerto, vida actual –aún la del creyente– parentesco, o existencia física en su totalidad. En Apocalipsis 19:17, 18 se lee “vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Vengan, y congréguense a la gran cena de Dios, para que coman carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes”; aquí el sentido de carne es, literalmente, el de cadáveres de una gran batalla, tendidos sobre el campo a disposición de las aves de rapiña. En Juan 17:2, Jesús declara haber recibido del Padre “potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste”; la traducción DHH dice aquí “todo hombre”; toda carne es claramente una referencia a la humanidad. En Marcos 14:38 está una afirmación de Jesús muy conocida: “Velen y oren, para que no entren en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”; la manida expresión la carne es débil, tantas veces tergiversada, podría representar una apreciación de tipo moral negativa sobre la carne, en el sentido de naturaleza humana corrompida y pecaminosa. Sin embargo, el contexto de esta expresión, dirigida por Jesús a sus discípulos, es el de unos individuos que, tras un día muy largo y lleno de emociones fuertes, estaban en un lugar tranquilo, oscuro y silencioso, ya de madrugada, y que, pese a la orden de su Maestro de permanecer despiertos, se habían quedado dormidos. En la traducción DHH se lee: “Manténganse despiertos y oren, para que no caigan en tentación. Ustedes tienen buena voluntad, pero son débiles”; no parece alterarse para nada el sentido del relato, si interpretamos la expresión la carne es débil como una alusión al cansancio físico de aquellos individuos, que habían caído rendidos por el sueño. Otro pasaje en el que carne alude claramente a la vida actual del ser humano en este mundo es el de Gálatas 2:20, en el que Pablo escribe: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. El mismo apóstol Pablo vuelve a usar carne, con sentido de parentesco o familia, en otros pasajes: Romanos 1:3, en los que afirma que Jesucristo era “del linaje de David según la carne” (“nació, como hombre, de la descendencia de David“; DHH); y Romanos 9:3, en donde habla de los judíos como sus “parientes según la carne”, pues él también era judío.

Hay tres pasajes significativos que hablan de Jesucristo en la carne, y hacen referencia a su cuerpo: Efesios 2:15, donde nos dice que Él abolió “en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”, haciendo aquí una alusión a la obra de Cristo al morir en la cruz, donde su cuerpo fue “partido” (1 Corintios 11:24), es decir, herido y mutilado. También 1 Pedro 3:18, donde dice: “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu”; aquí la expresión muerto en la carne se refiere, literalmente, a la muerte física de Jesús. Y también, 1 Juan 4:2, donde se lee: “Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios”, siendo este pasaje una de las bases de la doctrina de la Encarnación de Jesucristo; Jesucristo venido en carne significa que el eterno Hijo de Dios se hizo hombre, y anduvo entre los seres humanos, como uno más.

En vista de todos estos pasajes, ¿por qué el énfasis –en algunas congregaciones evangélicas– sobre lo carnal, o el estar en la carne? ¿La Biblia también usa el término carne con un contenido moral?

Un pasaje curioso del Nuevo Testamento muestra que, en la fe de Cristo, es posible estar tanto en la carne como en el Señor: Filemón 15, 16: “Quizá se apartó de ti por algún tiempo para que lo recibas para siempre, no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado, mayormente para mí, pero cuánto más para ti, tanto en la carne como en el Señor”. La referencia es sobre Onésimo, esclavo fugado de un amo cristiano, y convertido al cristianismo, que es devuelto por el apóstol Pablo como hermano “en la carne” –pues los esclavos se consideraban parte de la familia de su amo– pero también como hermano en la fe de Jesucristo. Aquí, otra vez, carne es utilizado en sentido de parentesco.

El uso de carne en un sentido moral negativo es prácticamente patrimonio del Nuevo Testamento. Si bien son varios los pasajes bíblicos que usan carne en este sentido, no son tantos como los anteriormente citados, ni son tantos como algunos podrían creer en la actualidad. Un pasaje emblemático acerca de la lucha entre el componente interior, más elevado, la mente o el espíritu del ser humano, y la carne en cuanto naturaleza corporal pecaminosa, es el capítulo 7 de la epístola a los Romanos. Allí se lee, por ejemplo: “sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado” (v. 7). Aquí la traducción DHH poneyo soy débil“; pero esta debilidad no es aquella de los discípulos que se durmieron, ésta tiene un claro sentido moralmente negativo. La expresión carnal –que a los de afuera les puede sonar graciosa y sugerente– deriva de estar en la carne, o también de dejarse llevar por la carne; es decir, no estar “en el Espíritu”, no pensar ni actuar espiritualmente, sino guiarse por las pasiones y bajos instintos, o también por las formas naturales, sin la guía clara del Espíritu de Dios a través de su Palabra. Estos tipos de expresión, este lenguaje y sus implicancias, son muy conocidos y usados entre los evangélicos. También en el capítulo 7 de Romanos se lee: “yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (v. 18); si bien Pablo puede estar refiriéndose a la parte material de su ser –su cuerpo– aquí es más claro aún el contenido moral negativo asociado a carne.

Según Efesios 2:3, “todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”; aquí la connotación es que nuestra carne –nuestra naturaleza humana pecaminosa– tiene deseos, e incluso “voluntad”, o deseos tan fuertes, o tan atractivo es el placer a obtener en casos de ceder a esos deseos, que nos arrastra como si se tratara de alguien que nos obliga a hacer lo que no queremos. Esto recuerda las palabras de Pablo en Romanos 7:5: “mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte”; y también evoca la notable confesión del apóstol en el v. 19: “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”. Esas pasiones pecaminosas de la carne o naturaleza humana, llevan a hacer el mal, a veces como si fuera contra la propia voluntad, y dan fruto de muerte, por alejarnos de Dios y hacernos merecedores de su ira. Un pensamiento similar aparece en el siguiente capítulo de la epístola, cuando Pablo establece algo así como una enérgica confrontación entre la carne y el Espíritu de Dios: “los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (8:5-8). Aquí ya no cabe ninguna duda que carne es, no simplemente el cuerpo o la parte material del ser humano, sino su naturaleza malvada y sometida a pasiones bajas e instintos perversos. Como si el ser humano tuviera en su interior algo maligno –no un demonio, sino algo propio del hombre– que, si se le da rienda suelta, puede emerger y transformarlo en un monstruo. La historia y las noticias nos dan muchos ejemplos de esto. La valoración moral de esta condición humana la da el v. 13: “si viven conforme a la carne, morirán”. Al llegar a este punto, expresado con claridad que el hombre natural, alejado de Dios, está atrapado y sujeto como un esclavo a los deseos y pasiones de su carne –otra vez, de su naturaleza carnal pecaminosa– el apóstol Pablo escribe palabras que han de haber sido el grito agónico de muchos, esclavos de vicios y conductas que los han llevado a hacer el mal que no querían: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24). Y él mismo da la respuesta, cuando dice a continuación: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (v. 25); estos versículos, en la traducción DHH, suenan de la siguiente manera: “¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará del poder de la muerte que está en mi cuerpo? Solamente Dios, a quien doy gracias por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Con esta exclamación triunfal del hombre esclavo de los vicios y pasiones de su carne, que afirma haber encontrado la libertad solamente en Dios y en Jesucristo, finalizamos la reflexión, hasta la próxima entrega de este ciclo carnal.

 

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* Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista, profesor universitario y ejerce el pastorado en el Centro Evangelístico de la calle Juan Jacobo Rosseau 4171 entre Villagrán y Enrique Clay, barrio de la Unión en Montevideo.

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