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LECTURA: FILIPENSES 3:17-21
“Hermanos, sed imitadores de mi y mirad a los que así se conducen, según el ejemplo que tenéis en nosotros.” v.17
En nuestra cultura la acción de imitar se ve como algo negativo. Tal vez se deba a que se usa en sentido humorístico exagerando defectos de las personas o ridiculizándolos. Tampoco ninguna obra de arte es valiosa si es una “imitación”.
Una vez alguien me regaló un “Rolex”. Algunos cuando me miraban el brazo se maravillaban. Pero yo sabía que el reloj había costado diez dólares en el barrio chino de Nueva York. Por lo tanto, su valor dependía de la ignorancia de la persona que lo viera. Definitivamente las imitaciones no son apreciadas en nuestro medio.
Sin embargo, en el pasaje de hoy vemos a Pablo animando a los cristianos a imitarle. Hasta suena un poco atrevido a nuestros oídos escuchar que alguien diga. “Sed imitadores de mi”. ¿Qué sucedería si uno de nosotros pastores dijera desde el púlpito: “Hermanos, deben imitarme”? Seguramente sería catalogado como pretencioso. Pero Pablo lo hace con seriedad y varias veces. De modo que su enseñanza debe ser apreciada.
Siempre hay actitudes y conductas que debemos imitar en el buen sentido de la palabra. Lo que Pablo quería era que los cristianos reprodujeran su entrega y su decisión de ser fiel al Señor y a su llamado. Imitándole a él, evitarían ser impresionados por los falsos maestros que venían intentando trastornar la fe y la conducta de los fieles.
No hay nada incorrecto en imitar la fidelidad de un cristiano destacado, su entrega y su integridad. Esas “imitaciones” sí son valiosas.
Alberto Gonzalez, Cuba
Debemos imitar a los que son fieles a Jesucristo
