Bienestar emocional en la pandemia
11 mayo 2020Primeros auxilios
12 mayo 2020Lectura: Filipenses 2:14-16
«Haced todo sin murmuraciones y contiendas» v. 14
Las escuchamos todo el tiempo y en muchas modalidades. En el trabajo, en la casa, en el restaurante, en el banco, en la escuela, en el hospital. Nos quejamos del tránsito, de la delincuencia, de los políticos, de la aplicación de la justicia, de la economía, del clima. ¡De todo y de todos! Analistas de sociología han planteado que la queja se ha convertido en un hábito en nuestro tiempo y que usualmente alimenta un clima de negatividad.
Las quejas pueden ser justificadas y tener un resultado positivo si se plantean con franqueza y respeto ante quien tiene posibilidad de resolver la situación. El problema es cuando éstas derivan en murmuración y chisme, o cuando no tienen fundamento y se verbalizan ante quienes no tienen ninguna facultad para aportar una solución. Dicen que la queja no anda sola; la acompaña una gran y desagradable cuadrilla: la inconformidad, la contrariedad, la ira, el enojo, la amargura, el odio, la violencia, la rebelión. Con razón la han definido como la prostitución del carácter.
En la Biblia hay eventos que revelan que la queja es una conducta frecuente y recurrente del ser humano. Muchas de esas historias no terminaron bien. Asimismo hay en la Escritura exhortaciones y principios que nos ayudan a tener otra actitud al respecto: orar a Dios pidiendo la guía antes de manifestar verbalmente cualquier inconformidad. Él puede ayudarnos a replantear cómo manejarnos en cada situación. También es útil reflexionar sobre nuestra actitud: ¿Qué ganaremos con quejarnos? ¿Cambiará para mejor el asunto? ¿Buscamos que alguien sea penalizado por la situación? ¿Será Dios glorificado con lo que diga?
Georgina Thompson, República Dominicana