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foto_espiritunavidenoContradicciones de una festividad sagrada, popular, pagana y cautivante

Dr. Alvaro Pandiani.
El mundo festeja una navidad que le es propia. Una navidad que combina rasgos propios de nuestro tiempo (modas y espectáculos que, siguiendo las pautas culturales actuales, celebran una navidad en la que está ausente aquel significado prístino que mencionamos), con tradiciones antiguas; algunas de esas tradiciones tienen un débil precedente bíblico, y otras son por completo legendarias, fruto de un sincretismo entre hechos y personajes del pasado cristiano remoto, y elementos del paganismo precristiano, que la Iglesia “cristianizó” para extender su hegemonía espiritual.

Son las leyendas de navidad.

El espíritu navideño ha evolucionado al mejor estilo darwiniano. El antiguo espíritu navideño embargaba a las personas con la llegada de la navidad y el clima particular que ésta provocaba, con sus cuentos e historias de fantasía y misterio maravilloso, su ambiente tan particular creado por el canto de villancicos, sus rituales de reunión familiar para compartir la cena de nochebuena, sus costumbres alimenticias representativas (que se mantuvieron cuando los europeos cruzaron la línea del ecuador, hacia unas navidades veraniegas), y la muy especial atmósfera de alegría, reconciliación, solidaridad, paz, generosidad, anhelo, nostalgia y esperanza. Ese espíritu navideño ha mutando en otra cosa. En estas modernas navidades, signadas por el consumismo, la alegría por el nacimiento de Jesús, y la solidaria generosidad hacia el otro, han trocado en una explosión de deseos materialistas, que pueden ser colmados o no, pero que en cualquier caso dejan un sabor vacío y amargo en el alma. Dice la socióloga española Minerva Donald: “Durante las navidades se siente un deseo casi compulsivo de adquirir lo último que ofrece el mercado y quienes no pueden hacerlo se sienten frustrados y desgraciados. Tanto, que odian estos días y sólo piden que pasen lo antes posible. Para muchas gentes son días de tristeza, de soledad y desamparo. Unas fiestas no deseadas porque es cuando con más crudeza se muestra la hipocresía humana. Varios son los sociólogos consultados que consideran que, en la actualidad, la Navidad es la fiesta de los grandes centros comerciales. Que no queda nada de ese trascendentalismo que caracteriza la celebración del nacimiento de Cristo” (¿Sigue vivo el espíritu navideño?; latino.msn.com/especiales/felicesfiestas/article.aspx?cp-documentid=1356862).

Los árboles de navidad, las ramas de muérdago, las guirnaldas, las luces de colores, los pesebres, las imágenes de Papá Noel, y de los Reyes Magos en nuestra Latinoamérica, nos hablan de tradiciones ligadas irreductiblemente a las fiestas navideñas. Y aunque son profusamente usadas por los negociantes para estimular el consumismo del que hablamos, tienen un lugar en las tradiciones más antiguas, y para muchos, más queridas de esta época del año. Hoy por hoy para la mayoría de la gente, la imagen más representativa de la navidad no es la figura de un pesebre, en el que se representa el nacimiento de Cristo, sino la postal de un paisaje cubierto de nieve; un bosque de pinos, sumido bajo la luz de la luna, con una cabaña en la que se discierne un árbol de navidad con las luces encendidas. Ni que hablar de la figura de Papá Noel, mito nórdico asimilado al cristianismo hace algunos siglos, que ha penetrado nuestra cultura latina en los últimos decenios, merced al bombardeo cultural constante a que nos tienen sometidos, sobre todo, las producciones cinematográficas provenientes de los Estados Unidos. El mito de Papá Noel (o Santa Claus) ha desplazado en gran parte a los Reyes Magos en el imaginario popular, y en la fantasía de los niños, siempre ávidos por esos personajes que en muy particulares fechas del año vienen en la noche (del 24 de diciembre o del 5 de enero) para colmarlos de regalos. Estos dos mitos se suman actualmente en nuestra sociedad. Hace algunas décadas, quienes traían los regalos a los niños eran los Reyes Magos. Treinta o cuarenta años atrás, Papá Noel (o Santa Claus), era una figura navideña propia de los países del norte (Estados Unidos, Europa); una figura anecdótica, algo que no nos pertenecía, y que veíamos a través del cine y la televisión, proveniente sobre todo de los Estados Unidos, amén de la literatura, y nos permitía conocer cómo se celebraba la navidad en esos países. Hoy en día, Papá Noel está instalado entre nosotros. Su imagen y su presencia dominan la navidad en el Río de la Plata, y no sería aventurado especular que la mayoría de los niños (y las personas en general) conocen mejor la “historia” de Santa Claus (que vive en el Polo Norte, acompañado por innumerables duendes jugueteros; que existiría una Mamá Noel, o Señora Claus; que viaja en un trineo volador tirado por renos, etc.), que la historia del mismísimo Niño Jesús. Este hecho tiene diversas lecturas.

Nos habla en primer lugar de la penetración cultural norteamericana, que a través de su producción literaria, pero fundamentalmente audiovisual (cinematográfica), exporta la imagen del “modo de vida americano”, con su comodidad, seguridad económica y estilo moderno. Vale recoger aquí algunos comentarios de autores que han reflexionado sobre el tema. En El Árbol de Navidad (Diccionario de Mitos y Leyendas; www.cuco.com.ar/arbol_de_navidad.htm) leemos: “el ARBOL DE NAVIDAD… en los últimos decenios se ha “laicizado” pasando a formar parte del conjunto de usos navideños, ligados al consumismo y como imitación del AMERICAN WAY OF LIFE. Sus orígenes son germánicos y tiene un significado DE RETORNO, está vinculado a la imagen de seguridad y opulencia de América vista a través de los ojos de los inmigrantes o a través de filmes ligeros, que USA vertió en kilómetros de celuloide sobre EUROPA, durante la post-guerra”. Sergio Sarmiento, un autor mexicano, proveniente de una sociedad fuertemente influida por su vecino del norte, dice: “En nuestro país, los niños ricos reciben sus regalos navideños de Santa Claus, una figura nórdica introducida en México por vía de los Estados Unidos. Los niños pobres, en cambio, reciben los suyos -cuando los tienen- del Niño Dios en la mañana de Navidad o de los Reyes Magos, el 6 de enero”; un poco después agrega: “Los sabios, nos señala Mateo, presentaron oro, incienso y mirra como un homenaje a Jesús. Con el tiempo estos presentes se convertirían en una tradición de regalos de juguetes, en la Epifanía del 6 de enero, que harían las delicias de los niños en buena parte del mundo. Esta tradición se limita, en buena medida, a los países católicos y ortodoxos. En las naciones protestantes el intercambio de regalos tiene lugar en Navidad. De ahí que, nuestras clases medias y altas, influidas por la vida en los Estados Unidos, hayan adoptado la costumbre de dar regalos a los niños en Navidad”; y también: “La gente del pueblo, que se identifica con los sabios de oriente, no puede dejar de aspirar a la celebración navideña, ya que la percibe como más moderna. El deseo de lograr un progreso social influiría así en la creciente predilección por Santa Claus. La televisión, con su enorme influencia y sus intereses comerciales, apoyaría de alguna manera esta tendencia” (Los Reyes Magos, una tradición aún arraigada; especiales.yucatan.com.mx/especiales/reyes/editorial3.asp) (los énfasis son míos).

Indudablemente, esa influencia ha llegado hace tiempo al Cono Sur, y condicionó un cambio en nuestras costumbres. Resulta llamativo recordar que, en nuestro país, durante el siglo 19, también existía la tradición de que en la noche del 24 de diciembre el Niño Jesús traía regalos a los pequeños; tradición que fue desapareciendo durante el siglo 20, tal que cuando Papá Noel aterrizó con su trineo (¿o en el Air Force One?) ya tenía el terreno despejado para instalarse. La última observación de Sergio Sarmiento nos lleva de la mano a la segunda reflexión sobre este fenómeno regalero de fin de año. La alusión a los “intereses comerciales” nos hace mirar nuestra situación actual. Como les pasa a los mexicanos, Papá Noel desembarcó y está firmemente instalado, pero los Reyes Magos se resisten obstinadamente a retirarse. Esto redunda en que, merced a las intensas e inescapables campañas publicitarias de cada diciembre, los padres se enfrentan a una cuestión comprometedora: sus pequeños, en la inocencia, fantasía y fascinación por la magia propia de los niños, esperan la llegada de personajes mágicos y misteriosos, que mientras ellos duermen les traerán regalos, ¡dos noches al año, separadas por menos de dos semanas! Tal vez una familia tipo norteamericana pudiera soportar tales gastos, pero no la mayoría de las familias latinoamericanas (salvo los pocos privilegiados de siempre). Lo interesante es que los estadounidenses no celebran la fiesta de los Reyes Magos, ni dan regalos a sus niños en esa fecha. Mientras tanto, por aquí los padres se enfrentan a una disyuntiva cruel: defraudar la inocente fantasía de sus hijos, o cumplir en las dos fechas con los esperados regalos, a como dé lugar; así sea sumergiéndose en planes promocionales y ofertas a pura cuota, que los tendrán acogotados durante la mayor parte del nuevo año. Resulta curioso y removedor descubrir, nada menos que en estas fechas navideñas, el efecto nocivo de la invasión cultural proveniente de Norteamérica, sobre la alicaída economía de la mayoría de las familias uruguayas. ¡Otro ejemplo de la importancia de mantener nuestra cultura y nuestras costumbres, frente a la penetración foránea!

1 Comment

  1. Carolina Vallejo dice:

    Interesante. Ya en el 900 José E. Rodó alertaba acerca de los peligros del Norte en clara alusión a la Norteamericanización en distintos aspectos de la vida y esto no ha escapado. Me animo a decir que antes (desde la colonización ) y paralelamente al Norte se ha dado la Europeización . Dos formas claras de colonización cultural, política, económica. A las claras está que no hemos podido independizarnos realmente, seguimos siendo colonizados y lo peor del pensamiento y del espíritu.Varios autores afirman que la globalización existe desde la conquista. El tema es nuestra falta de crecimiento e independencia de todo esto y cuando marcamos la diferencia se nos tilda de muchas cosas.

    Esto es como una mil hoja (saben que es?) al verdadero significado de la Navidad (ir a la Biblia, Lucas 2:1-7) se le han superpuesto otros significados, tradiciones acuñadas por pueblos.

    En cuanto a la alimentación europea que persiste aún hoy fue(tpo. pasado) una forma que tuvo el inmigrante de mantenerse unido a sus pares, vínculo afectivo q necesitó para sobrevivir fuera de su patria.

    Reivindiquemos el verdadero espíritu navideño que es el bíblico y no otro.
    No olvidar solos nunca estamos cuando Cristo está en nuestras vidas.

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