¿Le importan a Dios los extranjeros?

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51d1c8a379a35Por: Ps. Graciela Gares*

La llegada de 5 familias sirias a Uruguay meses atrás, causó gran revuelo y algunos cuestionamientos y resistencias, cuyos ecos aún continúan, transcurridos muchos meses luego de su arribo. Un nuevo contingente de sirios vendría a Uruguay a finales de este año.

En los últimos años han llegado a nuestro país inmigrantes peruanos, paraguayos, argentinos, chilenos, dominicanos.

En sus albores, nuestra nación se construyó en base al aporte de emigrados españoles, italianos, algunos afrodescendientes y con la ausencia de pobladores nativos.

Por ello, es dable pensar que este país siempre ha sido un lugar de acogida a los extranjeros.

Quizá el gran impacto de la actual inmigración siria esté determinado por la diferencia cultural insoslayable que distingue a las culturas uruguaya y árabe.

Pero este evento, es apenas una expresión mínima del enorme drama humanitario que se vive en el mundo contemporáneo a raíz del movimiento de miles de migrantes que abandonan países como Siria, Libia, Irak, Afganistán o África, huyendo de guerras, conflictos internos, gobiernos autoritarios y arbitrarios, violencia de diverso orden y hambrunas.

Parecería que el mundo no estaba preparado para este masivo fenómeno migratorio y algunos países europeos respondieron cerrando fronteras, hasta que el drama de los que morían intentando llegar a Europa nos golpeó la cara a todos, haciéndonos reflexionar.

Los naufragios en el mar Mediterráneo han sido múltiples, al punto que se dice que ese mar se ha convertido en un gran cementerio de inmigrantes. En 2014 habrían muerto más de 3400 náufragos. En lo que va del 2015, la cifra se acercaría a los 2000. Barcos guardacostas rescatan semanalmente a miles de inmigrantes que han decidido arriesgar sus vidas antes que permanecer en sus países de origen, donde el riesgo de perder la vida era mayor.

Varias organizaciones humanitarias como Médicos sin Fronteras están colaborando en el rescate de las víctimas.

Muchos inmigrantes que lograron sobrevivir a los riesgos de la travesía, fueron luego damnificados por traficantes de migrantes que los extorsionaron y estafaron.

Felizmente, hay gestos humanitarios dignos de destacar en medio de tanta tragedia. Algunos medios de prensa dieron cuenta que en Alemania se recibió a migrantes ofreciéndoles comida, agua y osos de peluche para sus niños. Por su parte, una mujer islandesa expresó en las redes sociales: “Soy madre soltera y tengo un hijo de seis años. Puedo acoger a un chico necesitado. Soy maestra y puedo enseñarle a hablar, leer y escribir en islandés. Tenemos ropa, una cama, juguetes y todo lo que un niño necesita”.

A su vez, en la prensa italiana alguien comentó: “Hay muchos edificios abandonados en algunas zonas de la ciudad capital. Es inmoral tenerlos deshabitados mientras la gente muere.”

Sin dudas, estos gestos de buena voluntad nos devuelven la esperanza en cuanto al sentir solidario de la raza humana que habita el planeta, aunque en otras esferas abunde el desinterés, el individualismo y aún la crueldad hacia el prójimo.

Si bien muchos no estábamos informados, este boom migratorio ya había sido previsto con antelación por los escritores Stephen Castles (investigador y sociólogo australiano) y Mark J. Miller, escritores del libro “La era de la migración: movimientos internacionales de población en el mundo moderno” (1993), donde explicaban el por qué de los flujos migratorios y sus consecuencias.

Según tales autores, migración hubo siempre y siempre la habrá. Así como en el paleolítico, el hombre primitivo se desplazaba buscando la presa que le sirviera de alimento, el hombre contemporáneo se desplaza buscando condiciones para vivir mejor.

En este mundo globalizado, “hay varias razones para esperar que se prolongue lo que se dio en llamar la Era de la migración: las crecientes desigualdades de riqueza entre el norte y el sur tal vez impulsarán a un número creciente de personas a moverse en busca de mejores condiciones de vida; las presiones políticas, ecológicas y demográficas pueden forzar a muchos otros a buscar refugio fuera de sus propios países…”

La globalización económica y el desarrollo formidable de las redes de transporte y comunicación también explicarían la realidad migratoria.

Se trata de una migración forzada, no voluntaria, la que lleva al migrante a abandonar su lugar de residencia. Existen “factores de expulsión”, como la amenaza de exterminio, la persecución religiosa, o el hambre. Asimismo, operan “factores de atracción” que llaman a los migrantes hacia otros países: mejores salarios, paz, condiciones de vida favorables, etc.

La globalización tiene como consecuencia principal el multiculturalismo o diversidad cultural.

Según Castles y Miller, “los movimientos internacionales de población están transformando los Estados y las sociedades en todo el planeta, de manera que afectan las relaciones bilaterales y regionales, la seguridad, la identidad, y la soberanía nacionales”.

Luego del cese de la guerra fría, “los movimientos migratorios internacionales de población constituyen una dinámica clave dentro de la globalización.”

“Las migraciones son simultáneamente el resultado del cambio global, y una fuerza poderosa de cambios posteriores, tanto en las sociedades de origen como en las receptoras. Sus impactos inmediatos se manifiestan en el nivel económico, aunque también afectan a las relaciones sociales, la cultura, la política nacional y las relaciones internacionales. Las migraciones conducen inevitablemente a una mayor diversidad étnica y cultural en el interior de los países, transformando las identidades y desdibujando las fronteras tradicionales”, afirman los autores de la obra que citamos.

La Dra. Silvia Facal Santiago – historiadora y master en migraciones internacionales contemporáneas – expresa: “Porque pertenecemos al planeta Tierra, todas las personas tenemos que poder circular e instalarnos en cualquier parte del planeta. Toda persona debe poder desplazarse libremente del campo hacia la ciudad, de la ciudad hacia el campo, de una provincia a otra y de un país cualquiera hacia otro país.”

Este pensamiento nos parece de recibo, siempre que el migrante venga en son de paz, tal como creemos que lo hace la gran mayoría de la gente que decide migrar.

La Biblia afirma que “Dios es dueño de toda la tierra y de todo lo que hay en ella; también es dueño del mundo y de todos sus habitantes (Salmos 24: 1).

Entonces, nos preguntamos: ¿Por qué nos inquietaría tanto la llegada de extranjeros en masa a nuestro país?

Sin duda encontraremos varias razones para ello. Quizá en primer lugar debamos admitir el miedo a lo desconocido. Para la psicología, el temor y rechazo al que es distinto está en la base de los sentimientos de xenofobia. El miedo al forastero está arraigado en el sentir humano. Puede ir desde la indiferencia y la falta de empatía, hasta actitudes defensivas más agresivas.

Pero la xenofobia también supone una mirada peyorativa a la cultura del extranjero y una sobre-valoración de nuestra propia cultura y tradición. Así surge el mito de la superioridad étnica.

Ni que hablar del temor que nos genera la idea que al dar acogida a los forasteros perdamos el bienestar o el “status quo” que gozamos hoy, o que los recién llegados nos influencien negativamente en nuestros hábitos y costumbres.

Pero la Biblia nos habla del deseo de Dios de que compartamos nuestro pan con el hambriento y amparemos al desamparado:

“El ayuno que yo escogí… ¿No es que compartas tu pan con el hambriento, que a los pobres errantes albergues en casa, que cuando veas al desnudo lo cubras y que no te escondas de tu hermano? (Isaías 58:7).

El pueblo israelita, en la antigüedad, migró de la tierra de Egipto hacia la tierra prometida (Palestina). Este éxodo fue indicado por Dios mismo.

Al salir de Egipto, (país destruido por las 10 plagas) algunos egipcios se sumaron a la caravana hacia la tierra prometida (Éxodo 12:38). Ello no fue censurado por Dios, pero sí les advirtió que no debían seguir las costumbres de los extranjeros que vivían con ellos, muchos de los cuales eran idólatras (Deuteronomio 18: 9 – 12).

En la actualidad, algunos temen que la llegada de población árabe con sus diferentes costumbres, valores y religión pueda influenciarnos negativamente. ¿Por qué no pensar en que seamos nosotros quienes les contagiemos nuestros valores cristianos al darles acogida, mostrándoles el amor de nuestro Dios? ¿Acaso no creemos en el poder transformador del amor de Cristo?

¿Le importan a Dios los extranjeros? Rotundamente: ¡Sí!

Tratándose de un Dios que es rico en misericordia, hay lugar en su corazón para toda la raza humana, aún para los que no le reconozcan a Él como Dios.

La Biblia habla mucho de los forasteros. Aún nos dice que los cristianos somos “extranjeros” en este mundo, yendo en camino a la patria celestial.

El patriarca Abram debió dejar su tierra natal, por orden divina, con la promesa que Dios haría de él una nación grande y le asignaría una tierra para vivir. (Génesis 12).

Como ya hicimos referencia, el pueblo israelita también anduvo como extranjero en tierras que no le eran propias y Dios premió a quienes lo trataron con consideración.

Otra experiencia migratoria que se relata en el texto bíblico es la de Ruth, la moabita, quien abandonó su tierra de origen para ir con su suegra Noemí de regreso a Israel (Ruth 1:16, 22). Al llegar a territorio judío la extranjera fue tratada con solidaridad y respeto, según el proceder que Dios había ordenado a su pueblo.

Múltiples leyes divinas advertían a los judíos sobre cómo debían tratar a los forasteros:

No aflijas al extranjero (Éxodo 22: 21).

Amarás al extranjero (Deuteronomio 10:19).

Prohibición de engañar o robar a los extranjeros (Jeremías 22:3).

No ser injustos con él (Deuteronomio 24: 17).

Proveer alimento a los refugiados en el país, en el tiempo de la cosecha (Levítico 19: 10).

Todo ello estaba en consonancia con el obrar de Dios pues en Salmos 146:9 el salmista David afirmaba: Jehová guarda a los extranjeros.

Aún Jesús realizó un milagro en favor de la hija de una mujer griega, sirofenicia, a pesar que ella no pertenecía al pueblo judío. (Marcos 7: 25 – 30).

Acercar al forastero alimento, abrigo y medicina puede despertar en él el interés de conocer al Dios que nos motiva.

¡Qué bueno sería que los cristianos del siglo XXI nos activáramos para mostrar el gran amor de Dios en medio de la crisis humanitaria que sacude al planeta!

*Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 hs.

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