La necesidad de ser mirados

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selfiePor: Ps. Graciela Gares*

Capturar y publicar  imágenes es el hobby de muchos hoy día. Existe un auge de la fotografía digital, que se expresa en el incremento de ventas de  dispositivos móviles con cámara fotográfica, los populares auto-retratos o “selfies” editados en las redes sociales, fotografías y filmaciones personales subidas a youtube, o buscar aparecer a cualquier precio en los ámbitos mediáticos (como se observa en la TV de países de la región).

En ocasiones, estas conductas tienen un sesgo transgresor, como los “selfies” con connotación sexual (posturas provocativas) o las filmaciones íntimas de una pareja, que en caso de ruptura de la relación amorosa se convierten en un arma de doble filo.

En contextos televisivos cercanos a nuestra sociedad, algunas personas optan por contar públicamente intimidades, pelearse en vivo o romper a llorar, para volverse “mediáticos” y convocar la atención de cierto sector de televidentes.

La intencionalidad exhibicionista caracteriza a la postmodernidad. Parecería que necesitamos mostrarnos a los demás,  que disfrutamos al ser mirados o que sentimos un deseo narcisista de no pasar desapercibidos.

Una primera lectura indicaría que las conductas de “llamado de atención” ponen en evidencia el déficit de ser atendidos por los demás, que todos padecemos. La vida al servicio de producir para consumir no nos estaría dejando tiempo ni energía para contemplar al prójimo, comprenderlo, atenderlo.

La mala resolución de este dilema llevaría a muchos –en especial adolescentes y jóvenes-, a auto-exponerse, haciendo lo que sea efectivo para llamar la atención (adoptar poses o posturas raras, exhibir partes de su cuerpo, mostrarse en la intimidad, etc.).

Una lectura más profunda de estos hechos indicaría que la mirada de los demás es importante para la constitución de nuestra identidad personal, porque la mirada del otro nos aporta un reconocimiento de nosotros mismos como personas, que es un nutriente fundamental para la salud emocional. Para “existir” como seres humanos necesitamos encontrarnos con la mirada del otro. Tomamos conciencia de existir para los otros cuando nos miran y reconocen. Por ello, la necesidad de atraer la mirada de los demás.

A poco de nacer comenzamos a sentir la necesidad de la mirada materna. El bebé busca la mirada de la madre, recorriendo la habitación hasta encontrarla. Cuando la halla sonríe, sostiene la mirada, y aún podrá dormirse mirándola.

Para el recién nacido no basta sólo con recibir alimento y abrigo. Para que llegue a ser una persona sana es preciso que sea mirado y especialmente atendido.

Luego, a medida que va creciendo, reclamará insistentemente la mirada de su madre, padre u otro adulto mientras juega  o desarrolla otra actividad: “mirá mamá como salto, mirá como escribo, etc.”

Esta necesidad de concitar la mirada de los demás nos acompañará toda la vida.

Muchos conflictos entre los adultos tienen como eje el habernos sentido ignorados por el otro. ¡Y cuántos conflictos se resuelven rápidamente cuando le devolvemos al ofendido el reconocimiento debido!

Despertar el interés de los demás hacia nosotros es una necesidad constitutiva de la especie humana, según el pensador búlgaro contemporáneo Tzvetán Todorov quien dijo: “todos tenemos una necesidad imperiosa de los otros,…. porque adquirimos el sentimiento de nuestra propia existencia por la mirada de los otros. Es el deseo más ardiente de los humanos. La necesidad de ser mirado, de ser reconocido, es la fuente de todas las demás necesidades.”

“Desde el momento en que viven en sociedad los hombres sienten la necesidad de atraer la mirada de los otros. El órgano específicamente humano son los ojos” … Los efectos de esta necesidad se asemejan a los de la vanidad: queremos ser mirados, buscamos la estima pública, intentamos interesar a los otros en nuestra suerte; la diferencia es que se trata de una necesidad constitutiva de la especie, tal como podemos conocerla, y no de un vicio.” (Todorov, La vida en común, 1995, p.32).

En el campo de la psicología, la mirada es más que el mero contacto visual. Supone prestar atención, regalar al otro nuestro tiempo, tolerar lo diferente que veo en el otro, aceptarle como es.

Mirarnos no es lo mismo que vernos. Hay miradas críticas, que desvalorizan o ignoran al otro. Necesitamos la mirada del otro, pero no cualquier mirada, sino la que conlleve reconocimiento, aceptación, respeto, una mirada amorosa.

El célebre pediatra y psicoanalista inglés Winnicott (1896 – 1971) decía que “el primer espejo es el rostro de la madre, y que una de las funciones de la madre, de ambos padres y de la familia es proporcionar un espejo, figurativamente hablando, en el cual el niño pueda verse…”.

En el año 1967 Winnicott publicó “El papel de espejo de la madre y la familia en el desarrollo del niño”, cuya tesis central señalaba que “en el desarrollo emocional individual el precursor del espejo es el rostro de la madre”.

Él otorgaba un rol esencial a la función materna pues sostenía que “el niño al mirar la cara de la madre se ve a sí mismo…”

Según Winnicott, una madre “suficientemente buena”, mira a su niño con una mirada de reconocimiento y amor. Lo ve como alguien distinto de ella (no como una prolongación de sí misma) y lo acepta como tal, un nuevo ser con identidad propia.

Para que esto ocurra, la madre o adulto referente para el niño debe  tener una personalidad medianamente saludable, que pueda renunciar a su propio narcisismo para atender al bebé, brindándole su tiempo y un amor que sea incondicional.

La mirada materna en los primeros años de vida es la que aporta a la construcción de la autoestima. Es por tanto básica, primordial, para la conformación de nuestra identidad.

Quizá desde ese momento nos volvemos vulnerables y dependientes de la mirada del otro, ya que nuestra conciencia de existir y ser amados nos la aportó la mirada materna.

Si esa mirada además nos hizo sentir seguros, vivenciar que somos interesantes, importantes, nos será fácil desarrollar una personalidad segura e independiente. Pero si aquella mirada inicial nos devolvió la imagen de ser débiles y vulnerables, correremos el riesgo de volvernos seres flojos y dependientes, pues como dijo el sociólogo francés Alain Coullon, “nos volvemos tal como nos describen”.

Con el transcurso de la existencia, la vida nos enseña que para ir madurando es preciso ir abandonando la dependencia de la mirada de los otros, dejar de estar pendiente de esa mirada. Pero en general, no nos resulta sencillo afirmar nuestra identidad, prescindiendo del juicio de la mirada de los otros.

Ya nuestro Hacedor, que bien nos conoce, nos lo había advertido:

“El hierro se afila con el hierro, y el hombre en el trato con el hombre.” (Prov.
27:17).

Es muy probable entonces, que detrás del exhibicionismo de muchos en la web, esté la angustiosa necesidad de saberse o sentirse reconocidos para sentirse vivos, sentir que existen como personas.

Pero las prisas y falsas prioridades en la vida cotidiana nos sustraen de dar a los que nos rodean el tiempo, la atención y el reconocimiento que requieren. Quizá éste sea uno de los mayores déficits que sufren los contactos humanos en la actualidad.

El escritor del libro de Hebreos (La Biblia) instaba:

“Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras”. Hebreos 10:24.

Según Marcos 10: 17 – 27 (La Biblia), cuando un joven que amaba las riquezas corrió a preguntarle a Jesús cómo alcanzar la vida eterna, Jesús le miró con amor.

Y a través de todo el texto bíblico, se siente la mirada atenta y amorosa de Dios hacia el ser humano que entra en su presencia para aprender sus verdades. A veces se torna una mirada de juicio pero ofrece de inmediato perdón y sanidad.

Si Dios nos creó sensibles a la mirada de los demás, será cuestión de escoger de qué miradas nos volveremos dependientes y de quienes buscaremos la aprobación para consolidar nuestra identidad.

En la mirada de los otros hoy día solemos encontrar competencia insana, juicio interesado, crítica injusta o falta de misericordia. Si hoy nos aclaman, seguro que mañana pueden olvidarnos.

Mejor que el juicio inestable, a menudo injusto y a veces despiadado que podemos recoger exponiéndonos a las miradas de los otros en las redes sociales o en los ámbitos mediáticos, ¿por qué no escoger buscar la mirada de amor y aprobación de nuestro Creador?

Dios manifiesta que nos conoce a cada uno desde antes de nacer (Salmo 139:13). Que ni un cabello de nuestra cabeza cae al suelo sin que Él lo note (Mateo 10:30). Estamos vivos porque Él nos sustenta (Hebreos 1:3). Nos reconoce como creación suya, nos mira con amor y está dispuesto a satisfacer cada una de nuestras necesidades legítimas, si le damos a Él el primer lugar de nuestra vida.

* Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 hs.

8 Comments

  1. elrusoperes dice:

    Y me permito agregar que usar un término según una acepción equivocada no es un error de “ortografía”.
    De nada.
    Abrazo.
    Bendiciones.
    Chau.

  2. graciela gares dice:

    Estimados Selva y Esteban,

    si bien esto no hace al fondo del tema del artículo, me permito aportar una fundamentación al término empleado:

    En el Diccionario Panhispánico de Dudas:

    desapercibido -da. ‘Inadvertido o no percibido’. Hoy se emplea casi exclusivamente en la expresión pasar desapercibido (‘no ser notado o percibido’),… Esto es un extracto. Ver definición completa en el Diccionario Panhispánico de Dudas.

    Bendiciones,
    Graciela

  3. Selva dice:

    Bueno el artículo. Pero, hay un error ortográfico. “Desapercibido”, significa no estar preparado. No se dice “pasar desapercibido”. Lo correcto es: “pasar inadvertido”.
    Un saludo a RTM. Muy buena la programación!

  4. José dice:

    Muy de acuerdo con estas observaciones!

  5. Gustavo dice:

    Realmente otra buena reflexion comi nos tiene acostumbrados radio transmundial.

  6. Silvia dice:

    ahora entiendo el porque de tanta “selfie” ultimamente !!!

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