La muerte en la posmodernidad

La importancia de la filosofía
5 noviembre 2020
El perfume de los cristianos
5 noviembre 2020
La importancia de la filosofía
5 noviembre 2020
El perfume de los cristianos
5 noviembre 2020

Por: Ps. Graciela Gares*

Cada 2 de noviembre el calendario nos convoca a una jornada de reflexión en recuerdo de aquellas personas cercanas a nuestro corazón a quienes les tocó partir de este mundo. Debido a la pandemia es una celebración atípica, ya que están desaconsejadas las aglomeraciones de personas en ámbitos públicos o privados, si no se guarda el distanciamiento social. Pero ello no impedirá, sin dudas que en días previos o posteriores las personas rindan homenaje a sus difuntos.

Cada cultura tiene su modalidad de vivir este trance, desde el recogimiento tradicional en la cultura uruguaya, hasta las fiestas en honor a los muertos en la cultura mejicana. Pero no solo la pandemia que desde hace meses azota al planeta está alejando a los deudos de tales celebraciones. También el advenimiento de la postmodernidad ha enfriado el espíritu del hombre contemporáneo para quien la palabra “muerte” es un término que se desea evitar.

Ocupa un lugar cada vez más restringido y residual en nuestro diálogo cotidiano, pues la quitamos del escenario de la vida diaria. Aún solemos ocultarle a los enfermos graves que su final se aproxima y deben prepararse para el más allá. Acabamos nuestros días en un hospital o sanatorio, entre rostros extraños y conectados a máquinas, en lugar de en la tranquilidad del hogar.

En un artículo de investigación de la Facultad de Psicología de Buenos Aires, titulado “El hombre de hoy frente a la muerte”, su autora Paula Pochintesta señala que la muerte se ha tornado una “cuestión técnica”, que pretendemos explicarla como consecuencia de un fracaso en el proceso de cura llevado a cabo por la medicina convencional. De allí que enfermos y pacientes depositan todas sus expectativas en la figura del médico para su salvación. Como si pretendiéramos creer que si se hallara la cura para todas las enfermedades, el hombre no moriría y viviría para siempre.

Pero desde la óptica divina, nuestra partida de este mundo terrenal no está ligada exclusivamente al devenir de un proceso de enfermedad, sino que está determinada de antemano por un decreto de Dios que dice: “Está establecido para los hombres que mueran una vez y luego de ello, el juicio” (Hebreos 9:27). No es preciso estar enfermo para morir, solo basta que el Altísimo nos pida devolverle la vida como en la parábola del rico necio que recibió el mensaje: “Esta misma noche te van a reclamar la vida” (Lucas 12:20). La muerte es consecuencia inevitable de haber pecado y no de que no se halla aún encontrado la cura para tal o cual disfunción del organismo. Así lo estableció Dios cuando dijo: “el alma que pecare ésa morirá” (Ezequiel 18:20).

Las expectativas fundadas en los facultativos para extender la vida humana son fallidas pues los médicos también se mueren a causa de ese decreto divino. Un relato bíblico de la antigüedad relata ese hecho cuando dice: “En el año treinta y nueve de su reinado, Asa se enfermó de los pies. Su enfermedad era grave, pero aun en su enfermedad no buscó al Señor, sino a los médicos” (2 Crónicas 16:12 -13). Y luego murió. No implica dejar de recurrir a la medicina sino des-endiosarla, a ella y al médico. Darle su justa ponderación. Ellos hacen lo que pueden pero quien decide el final de la existencia del hombre es el dador de la vida, nuestro Creador.

Si bien cada 2 de noviembre es un día de recuerdo de los que partieron, también es un día de reflexión para los que estamos vivos. Muchos intentarán evadirse, no pensar, planificarlo como un fin de semana largo propicio para una vacación “light”. Pero por más que avance la ciencia y hayan cambios en la cultura, el hombre no podrá desembarazarse del azote de la muerte, el final de su existencia sobre la tierra, y el pasaje al más allá. El artículo “El hombre de hoy frente a la muerte” plantea cómo en la postmodernidad la muerte es vista como un elemento discordante. Percibe al hombre postmoderno como el “hombre light” esa persona que carece de esencia, que es consumista, relativista, un hombre sin referentes, sin puntos de apoyo, convertido en un ser libre que se mueve pero no sabe a dónde va, un hombre que es veleta. Un ser vacío que vive en la era del vacío y lo único que le interesa es su ascenso social, obtener placer a toda costa, así como también despertar admiración o envidia. Padece la “enfermedad de la abundancia”.

Este ser humano “light” viviría en la cultura del shopping y del zapping. Del “shopping” porque permanentemente piensa en adquirir cosas en un escenario parecido a un montaje escenográfico que tiene la apariencia de ser inclusivo, donde todos pueden circular por allí pero pocos realmente pueden adquirir cosas, aunque vivan la fantasía de tocar con la mirada todo lo que allí se exhibe. Y también lo define como parte de la cultura del “zapping” aludiendo a lo instantáneo, lo efímero, sin lugar para el proceso reflexivo, que persigue la novedad incesantemente. ¡Cuán fiel reflejo de esta era postmoderna!

En tal esquema mental la muerte aparece como una frustración y un escollo. Alguien llamó a la muerte “el viejo Predicador”, que nos trae a tierra y nos recuerda que nuestro pasar por esta vida es transitorio y salvo que busquemos ampararnos en los beneficios del sacrificio de Jesucristo, quien venció a la muerte para el ser humano, de lo contrario estaremos a merced del castigo que nuestro pecar merece a los ojos de Dios.

Cuando nos enfrentamos a la realidad de la muerte se conocen quienes son los perdedores y quienes los ganadores de esta vida. Quienes arreglaron sus cuentas con Dios y tienen paz, no desean la muerte, pero tampoco les produce pavor. La ven como un pasaje a una realidad superior, eterna y de bendición. Ojalá que muchos en este día quieran ser igualmente bendecidos y beneficiados con la paz que da tener las cuentas arregladas con Dios.

Estimamos que ante la muerte ha de ser la única ocasión donde los que no tienen fe envidian a los que sí la tenemos. Nos consuelan las palabras del apóstol Pablo: Hermanos, no queremos que ignoren lo que va a pasar con los que ya han muerto, para que no se entristezcan como esos otros que no tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4: 13).

Los muertos en Cristo resucitarán. ¡Esta es nuestra esperanza!

*Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *