La importancia de respirar bien

El enojo
2 septiembre 2019
Necesidad de perdonar
4 septiembre 2019
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4 septiembre 2019

Por: Ps. Graciela Gares*

 

Parte 1:

Parte 2:

Parte 3:

Parte 4:

 

La historia del hombre sobre el planeta comenzó cuando Dios sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente (Génesis 2:7). El escritor bíblico definía a Dios diciendo: “Él es quien da a todos vida y aliento…” (Hechos 17:25 b). Varias veces en la Escritura Sagrada el acto de respirar aparece ligado al aliento de vida. En 1ª Reyes 17 una traducción bíblica expresa: “Después de un tiempo, el hijo de la viuda, que era la dueña de la casa, se enfermó y estaba tan mal que apenas respiraba” (v. 17).  El Señor respondió a la oración de Elías y el niño comenzó a respirar de nuevo.¡Estaba vivo! (v. 22).

Respirar es la primera función que desarrollamos al nacer y también la que define el fin de nuestra existencia sobre esta tierra, cuando damos el último suspiro. Siendo esta una función tan trascendente para los vivientes, llama la atención que muchos no le prestemos debida atención y que la ejerzamos distraídamente. No ocurre así en las culturas orientales. Ellas han hecho un culto y su caballito de batalla del cuidado y atención a la respiración. Asociándola a la práctica de la meditación laica y bajo el paraguas de filosofías como el budismo, han salido de sus fronteras e invadido a Occidente adoctrinándonos sobre el ejercicio de la respiración a través del yoga, las posturas corporales adecuadas (asanas), el silencio y la meditación.

La mente racional que gobierna a Occidente y el positivismo ideológico asociado, nos inducen permanentemente a hacer foco en el movimiento continuo, la productividad y la competencia, y a estimar como tiempo improductivo el que dedicamos a descansar, meditar o respirar profunda y conscientemente. Dado que la mecánica respiratoria opera de modo automático, regulada por el sistema nervioso autónomo, no todos se preguntan qué tan eficazmente cumplen esa función, salvo aquellos que se dedican al canto, la locución o la declamación. Pero la eficacia de la función respiratoria no solo es fundamental en actividades artísticas como la música o la poesía, sino que impacta en la salud y en la calidad de nuestra vida en general.

Tan pronto nacemos, instintivamente comenzamos a respirar utilizando toda nuestra capacidad pulmonar y continuamos así mientras crecemos. Basta oír a un bebé llorar para advertir el uso superlativo que hace de sus pulmones. Pero a medida que avanzamos en edad, el trato con nuestro cuerpo va cambiando. Nos volvemos sedentarios, nuestra mente se carga de afanes y preocupaciones, nos habituamos a vivir en tensión y comenzamos a desatender funciones básicas de nuestro organismo, como la nutrición, el sueño, el movimiento y la respiración. El ritmo de vida acelerado que llevamos también agita nuestra respiración y la torna superficial, entrecortada, irregular. Por ende, no llenamos debidamente nuestros pulmones de aire y tampoco los vaciamos correctamente al exhalar. Los adultos en general usamos muy poco la capacidad pulmonar que tenemos.

La mecánica respiratoria consiste en absorber aire atmosférico, trasladarlo a los pulmones donde se extraen sustancias gaseosas que lo componen (oxígeno, nitrógeno, entre otros), y expelerlo modificado, es decir cargado de dióxido de carbono (anhídrido carbónico) y partículas de desecho. Al respirar se cumplen en nuestro cuerpo varias funciones: un intercambio gaseoso, la regulación de la acidez de los líquidos extracelulares, la regulación de la temperatura corporal, eliminación de agua y fonación. Inhalamos y exhalamos aire unas 20.000 veces al día. Lo normal en adultos son 12 a 20 respiraciones por minuto, en movimiento rítmico.

Se reconocen al menos dos tipos de respiración: diafragmática – abdominal (profunda) o toráxica (superficial). Los bebés y niños pequeños respiran abdominalmente (dilatando el vientre), en cambio los mayores a menudo lo hacemos solo toráxicamente. Una correcta respiración diafragmática envía a cada célula del organismo la dotación de oxígeno necesaria para las funciones vitales. Pero un adulto estresado desarrolla una respiración corta, insuficiente, jadeante, que apenas provee a sus pulmones un mínimo de oxigenación. El oxígeno es el principal nutriente de cada célula de nuestro organismo. Lo necesita para oxidar los alimentos ingeridos y convertirlos en la energía que necesitamos para vivir. Sin oxígeno, el cuerpo no puede generar energía. Se han efectuado pruebas en laboratorio quitando oxígeno a células normales para constatar su reacción. Las células corporales a las que no llegaba el oxígeno necesario, podrían volverse anómalas o cancerosas. El oxígeno es también un poderoso alcalinizante, pues reduce el Ph sanguíneo. En caso de malos hábitos respiratorios, ingresa poco oxígeno a la sangre y ello contribuye al aumento de la acidez en el medio interno, creando un terreno propicio para enfermedades como el cáncer.

El naturópata chileno Manuel Lezaeta catalogaba al aire como el principal alimento de los pulmones y un eficaz medicamento. Sostenía que no basta con respirar, sino que es preciso hacerlo bien. Las personas que llevan vida sedentaria y hacen poco ejercicio físico puede decirse que respiran a medio pulmón, pues solo se despliegan las vesículas receptoras del aire con respiraciones profundas y prolongadas. Él recomendaba como ejercicio ascender cerros para nutrir mejor los pulmones, o acercarse a playas o montañas donde el aire está exento de materias impuras, perjudiciales para la vida. Asimismo, recomendaba hacer ejercicios respiratorios al levantarse y antes de acostarse, frente a una ventana abierta, en invierno y verano, para favorecer la purificación de la sangre y la eliminación de gases tóxicos de los pulmones.

El hecho fisiológico de respirar resulta afectado significativamente por nuestras actividades o por la falta de estas (el sedentarismo), así como por las diversas emociones o estados de ánimo que experimentamos a diario. Bajo estrés, nuestra respiración se vuelve entrecortada, superficial, jadeante y ello nos genera diversos malestares físicos. Estando ansiosos, la respiración se torna rápida, poco profunda, acelerada, de modo que los pulmones no se completan de aire, siendo menor la dotación de oxígeno recibida. Ello afecta la oxigenación cerebral pues nuestro cerebro es un gran consumidor de oxígeno. Es difícil razonar con claridad estando ansiosos. El miedo o un susto suelen paralizar por un instante nuestra respiración. La tristeza, por su parte, genera respiraciones profundas, tipo suspiros. Una respiración inadecuada, amén de generar sensación de falta de aire y fatiga, impacta la actividad de otros sistemas del organismo, acelerando el ritmo cardíaco, tensando los nervios, disminuyendo el desempeño intelectual.

Es imposible respirar correctamente si antes no corregimos posturas corporales viciosas como andar encorvados o encogidos y nos erguimos. Un mal hábito es respirar por la boca. Las paredes interiores de la nariz poseen finos vellos capaces de retener partículas de polvo u otros materiales que no deben llegar a nuestros bronquios. Respirar por la boca no permite filtrar tales partículas del aire, ni calentarlo previo a su pasaje a los pulmones. En caso de ingreso por vía aérea de virus o bacterias, los pulmones producen células macrófagas y moco para captarlos y eliminarnos mediante el mecanismo de la tos. La sabiduría divina (no el azar, ni la evolución) han creado este complejo y eficaz mecanismo para sostener y proteger la actividad respiratoria, que es vital para nuestra subsistencia.

La actividad humana sobre la tierra ha logrado contaminar fuertemente la atmósfera sobre las ciudades, hasta hacerla casi irrespirable. Se han vuelto muy comunes las afecciones respiratorias en la población. El cigarrillo, la polución de los motores vehiculares, de los aerosoles, los residuos de la producción fabril (y hoy agregaríamos la quema de bosques en la Amazonia) han incrementado exponencialmente el fenómeno de broncoespasmo en niños y adultos, el epoc (enfermedad obstructiva crónica), el asma, las bronquitis, etc. Tales afecciones, en la medida que disminuyen la capacidad respiratoria de quienes las padecen, les impiden una correcta oxigenación del organismo y por tanto, deterioran su calidad de vida. Un nuevo trastorno identificado por la medicina y que comenzó a diagnosticarse cada vez con más frecuencia, es sufrir de apnea del sueño. Apnea es la detención momentánea de la respiración durante el sueño. Esta alteración de la función en la fase onírica suele acompañarse de ronquido fuerte o resoplido (pero no todo roncador sufre de apnea). Quien sospecha sufrir este desorden debe efectuar consulta médica ya que esta patología, si no es tratada a tiempo, puede acarrear problemas cardíacos y daños cerebrales con el paso de los años, amén de somnolencia diaria con riesgo de accidentes.

Como hemos visto, los beneficios de una correcta respiración son múltiples. Por tanto, en medio del fragor de las actividades diarias es aconsejable detenernos algunos minutos en diversas ocasiones del día para respirar profundo y tranquilamente. Cantar mejora la frecuencia y profundidad respiratoria, siendo un ejercicio saludable, además de una actividad placentera. Orar y meditar en nuestro Dios contribuye a una buena relajación y nos predispone a respirar mejor.

Las culturas orientales son maestras en disciplinas como el yoga, que enfatiza recuperar el buen hábito respiratorio. Muchos cristianos recelamos de tales disciplinas pues hemos visto que llevan infiltradas subrepticiamente filosofías religiosas que no compartimos (ejercicios que incluyen por ejemplo “un saludo al sol”, que sería idolatría). No obstante, es justo reconocer su “expertise” en relajación muscular y oxigenación del cuerpo. Pero no nos llamemos a engaño: el bienestar que el yoga o el mindfulness (mente plena) proporcionan es momentáneo. En cambio, la experiencia de una relación personal con Dios proporciona paz duradera y eterna. Y el hecho de amanecer cada día respirando, es una prueba de la gracia de Dios hacia nosotros.

 

Todo lo que respira alabe al Señor
(Salmo 150: 6)

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