La Familia Líquida

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Casualidad o Causalidad
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Por: Esteban Larrosa

Si le preguntamos a la sociología actual acerca del concepto de “familia”, ella nos diría que la familia “es una institución social que reúne a los individuos en grupos cooperativos encargados de tener y cuidar a los niños.” ¿En qué se sustenta esta “unidad social”? Los especialistas dirían: en el parentesco, que es “un vínculo social basado en la sangre, el matrimonio, o la adopción”; esto agrupa a las personas en familias. Pero lo que da a entender esta definición es que este concepto es muy variable, dependiendo de la cultura de la que hablemos, y que por tanto no podemos afirmar que clase de “familia” es el modelo específico a seguir. Por ello, el concepto tradicional de: un padre, una madre y los hijos unidos por el matrimonio se relativiza, puesto que responde a una concepción judeo-cristiana del mundo que , se dice, “hoy no sirve” como norma, dadas las nuevas tendencias de vida familiar.

No es de extrañar entonces que la cultura posmoderna (que nos domina autoritariamente) ataque y quiera destruir el modelo de familia bíblico. Ataque que se refleja directa o indirectamente en muchas iniciativas legislativas que rondan los parlamentos del mundo occidental. La excusa son los manoseados conceptos de libertad e igualdad, en pro de una tolerancia mal concebida. La proclama es “liberar” a las personas de un modelo opresor que favorece a unos, pero que somete y excluye a otros. Por supuesto que el patriarcado, los sistemas económicos e ideológicos deshumanizantes y las religiones opresivas han dejado tanto sabor amargo en la boca, que la reacción es, hasta cierto punto, comprensible.

Sin embargo, esta ideología dominante quiere ocultar el hecho de que la familia no es una mera construcción política, económica, social o religiosa (como se quiere etiquetar), para sustentar el dominio de un género sobre otro y de los poderosos sobre los más débiles. Si reducimos la familia a eso, sería la institución más perversa que haya existido en la tierra. Es cierto que por vía de los hechos han surgido nuevas conformaciones “familiares”, muchas de las cuales encuentran vacíos legales. ¿Cómo defender por ejemplo los derechos legales de quienes integran una relación concubinaria y entre ellos la de los niños fruto de esa relación? Por supuesto, que el legislador y las autoridades competentes deben resolverlo para no desamparar las necesidades de contención que ellos tienen. Pero la cuestión que debería dirigir el debate es la de si con las nuevas leyes no se está “emparchando” una realidad, pero debilitando la estructura de la familia legítima. Y en esto, deberíamos realizar un amplio debate acerca de cómo lograr una contención adecuada del fruto de estas uniones precarias, pero a su vez sin menoscabar “la base de la sociedad” que ya de por sí tiene muchas grietas en su estructura que amenazan con un derrumbe.

Este ataque a la familia es parte de lo que Zygmunt Bauman identifica como la “disolución de los sólidos”. En las propias palabras del sociólogo polaco: “Los fluidos se desplazan con facilidad. ‘Fluyen’, ‘se derraman’, ‘se desbordan’, ‘salpican’, ‘se vierten’, ‘se filtran’, ‘gotean’, ‘inundan’, ‘rocían’, ‘chorrean’, ‘manan’, ‘exudan’; a diferencia de los sólidos, no es posible detenerlos fácilmente –sortean algunos obstáculos, disuelven otros o se filtran a través de ellos, empapándolos.” Esta sociedad, que sumerge a las nuevas generaciones en relaciones familiares líquidas, sin consistencia, sin límites, cuya ausencia de autoridad es sustituida por un dominio autoritario y violento, está produciendo los efectos que vemos hoy día en la vida social. Pues la familia pierde firmeza, los vínculos son cada vez más inestables y efímeros, se pierde el por qué y para qué estamos juntos. Ni hablemos del amor, que es reducido a una serie de actos instintivos, y por los cuales las personas se convierten en objetos descartables que utilizamos para calmar los apetitos egoístas. Y esto referido no solo a lo sexual, sino a todas las relaciones intrafamiliares, en que la idea de “amar al prójimo como a uno mismo” es cambiada por una versión utilitarista. ¿Dónde queda lo que subraya el apóstol Pablo en 1 Corintios 13? El dice que el amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, sino que se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Sin duda que esta solidez hoy está diluida en los actuales vínculos líquidos.

Como vemos, la sociedad de hoy está en medio del debate de varios de estos problemas, sin entender mucho sus consecuencias y la necesidad de recuperar la solidez desde un modelo a seguir que esté libre de todas las etiquetas ideológicas, económicas, culturales, religiosas y políticas que han manoseado una institución pensada y creada por Dios para el sano desarrollo de sus integrantes. Un modelo familiar que parece difícil de alcanzar porque la familia líquida tiende a desbordar los diques de contención, pero que es necesario restablecer si queremos sobrevivir como sociedad.

Lic. Esteban D. Larrosa

Director Radio Trans Mundial Uruguay

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