La eutanasia llega a Uruguay: abrimos la caja de pandora

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Por: Ps. Graciela Gares*

 

Parte 1:

Parte 2:

Parte 3:

El 22 de octubre de 2012, cuando el Parlamento uruguayo aprobó la ley de despenalización del aborto, abrimos la caja de pandora. La vida humana dejó de ser considerada sagrada y supimos que vendrían otros permisos para quitar la vida al prójimo que se hallara en situación de indefensión. Se instauró la cultura de la muerte. Era entonces cuestión de tiempo aguardar que la omnipotencia humana anhelara además de disponer de la vida de los bebes no nacidos, arbitrar el fin de la existencia de personas en situación crítica de salud.

En este convulsionado 2020, y para sorpresa de todos en plena pandemia, ingresó al Parlamento uruguayo un proyecto de ley que exime de responsabilidad a médicos que, a solicitud de sus pacientes catalogados por los propios facultativos como “incurables y terminales”, les ayuden a poner fin a sus vidas. La eutanasia (muerte provocada por piedad) o el suicidio asistido (ayudarle a darse muerte a sí mismos) “beneficiaría” a enfermos mayores de edad, psíquicamente aptos, portadores de una patología terminal, irreversible e incurable o afligidos por sufrimientos insoportables.

Inicialmente deberá cumplirse una entrevista, luego se recabará una segunda opinión 15 días después, firmada por otro médico, quien previamente examinará en persona al paciente indagando si este conoce su situación, e informándole de los tratamientos paliativos disponibles y sus efectos. Al menos tres días después de la segunda entrevista, si el enfermo mantiene su decisión de adelantar su partida, lo deberá hacer constar por escrito ante dos testigos. El médico no será testigo válido, ni ambos testigos podrán ser herederos del moribundo. En cualquier etapa del proceso el enfermo podrá revocar su decisión.

Nuestras primeras reflexiones generales son las siguientes:

A. Esta iniciativa legal ratifica y acentúa la fuerte medicalización de la vida humana en la sociedad occidental y el endiosamiento del facultativo en un momento en extremo delicado de la existencia. La figura del médico, un ser mortal cuyo saber no es ilimitado, desplaza y reemplaza a la intervención del Dios Todopoderoso. Para la comunidad de fe esto una aberración. Según reza el texto bíblico, “El Eterno formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se volvió un ser viviente” (Génesis 2:7). El patriarca Job lo ratificaba diciendo: “El Espíritu de Dios me ha hecho, y el aliento del Todopoderoso me ha dado vida” (Job 33:4). “Porque en Ti (Dios) está la fuente de la vida”, decía el escritor de Salmos 36:9. “El Señor quita la vida y la da; nos hace bajar al sepulcro y de él nos hace subir”, confesaba Ana, futura madre del profeta Samuel en tiempos antiguos (1 Samuel 2:6).

B. El contexto histórico-social posmoderno constituye un suelo fértil para iniciativas como esta, ya que la humanidad del siglo XXI rechaza y se resiste a aceptar e integrar realidades naturales propias de la peripecia humana sobre la tierra, como son la vejez, el dolor y la muerte.

C. Ya se ha señalado lo inoportuno del momento de presentación de la iniciativa, atento al complejo contexto sanitario nacional e internacional. Cuando el país, la región y el mundo han paralizado sus actividades para reducir muertes por el coronavirus, otras mentes evaluaron oportuno ingresar al Parlamento un proyecto cuyo fin será acelerar la muerte de otros ciudadanos. Es difícil de entender, salvo que se desee sacar ventaja de la distracción de la atención de la ciudadanía.

Garantías o seguridades de la iniciativa parlamentaria

El proyecto de ley parece ofrecer garantías para que ningún médico sea el ideólogo y ejecutor a la vez de la muerte de un paciente. En la teoría se puede decir que están dadas todas las garantías. Pero no conviene ser ingenuos en una situación dramáticamente delicada y de consecuencias irreversibles. Veamos lo que ha ocurrido en Holanda, donde la eutanasia está legalizada desde hace tiempo. Tomaremos como referencia la investigación contenida en el libro “Seducidos por la muerte” (2009) del catedrático de psiquiatría Herbert Hendin (Nueva York), donde se relata que la habilitación legal para dar “muerte por piedad” fue usada como salida rápida y dio pie a abusos y arbitrariedades fuera de todo control:

  1. Para liberar camas se eliminaban pacientes que “no morían lo suficientemente rápido”.
  2. Médicos sugerían al paciente la eutanasia o admitieron habérsela aplicado sin consultar.
  3. Familiares, médicos y enfermeros presionaban a pacientes para que pidieran eutanasia.
  4. Familiares proponían al enfermo optar entre ser internado en alguna residencia al cuidado de extraños o aceptar muerte asistida, poniéndolo entre la espada y la pared y provocando que algunos la solicitaran para evitar ser una carga para su familia o el Estado.
  5. Médicos daban muerte a pacientes porque en opinión de los facultativos no tenían una “buena calidad de vida”.
  6. Se habría aplicado eutanasia a enfermos crónicos, no terminales, y aun pacientes psicológicos que experimentaban una simple tristeza.
  7. Se hizo un uso rutinario de la eutanasia, donde un 60 % de los casos no eran reportados por los facultativos, quedando en oculto.

Obviamente, ello cambia radicalmente la relación médico – paciente, corrompiéndose el vínculo. No será fácil confiar y entregarse en sus manos. La eutanasia agiganta peligrosamente la asimetría de poder entre el médico y el individuo que enferma, ya que ahora éste sabe que se pone a merced de quien está legitimado tanto para curarle o como para quitarle la vida.

Inconsistencias del proyecto de ley

En la exposición de motivos del proyecto uruguayo se lee: “Toda persona adulta es dueña de su propia vida y debe poder disponer de ella mientras no haga daño a otros… La libertad de la persona, atributo inseparable de la dignidad inherente a su condición de tal, comprende el derecho a determinar el fin de la propia vida”. Esto es una falacia: nadie compró ni generó su propia vida sino le fue dada en administración y le será pedida en devolución en cierto momento de su existencia y no podrá retenerla. Por tanto, lo que no adquirimos ni somos capaces de generar ni conservar por el tiempo que nosotros dispongamos, no es nuestro, es prestado. La regla que prohíbe asesinar, es una norma dispuesta por el Creador y tiene validez universal para todos los tiempos.

Otro argumento inconsistente del proyecto sostiene: “Es un secreto a voces que tanto la eutanasia activa como el suicidio médicamente asistido han existido siempre y existen hoy en el Uruguay. Son hechos que ocurren clandestinamente y en penumbras y que exponen a los profesionales de la salud que participan en ellos a la eventualidad de la sanción penal”. Si fuéramos a legalizar todas las prácticas clandestinas que ocurren como el incesto, el narcotráfico, etc. sería una temeridad y una tremenda irresponsabilidad. Una propuesta de esta naturaleza deja en descubierto la carencia de una escala de valores con alta ética para laudar en estos temas.

“Es tiempo de que la sociedad asuma colectivamente, a través de la ley, la responsabilidad por la forma en que trata a los enfermos terminales o a quienes están agobiados por sufrimientos insoportables”. A esta declaración contraponemos la siguiente: es mejor dejar de hablar de enfermos terminales y referirse a seres humanos enfrentando eventualmente el capítulo final de su existencia sobre la tierra. Para acompañarles a transitar esa trascendente fase al más allá, el profesional de la medicina debería reconocerse insuficiente e incapaz y convocar en su auxilio a especialistas en cuidados del alma (pastor, cura, consejero espiritual), eventualmente a un psicólogo y no olvidar rodear al moribundo de todos sus afectos significativos (hijos, cónyuges, amigos íntimos). Si ello no puede darse en un CTI, será que el lugar más humano para partir de esta vida deberá volver a ser el espacio cotidiano del hogar. La medicalización de todas las esferas y momentos vitales (nacer, parir, morir) no contribuye al bienestar y dignidad del paciente.

Y no dejamos de considerar los errores de diagnóstico y pronóstico en los cuales suele incurrir la medicina convencional cada vez más inmediatista (15 min de atención al paciente por vez) y cada vez más “tecnologizada”. ¿Cuántas personas que un día fueron desahuciadas recuperaron luego la buena salud? Lo irreversible de la eutanasia la torna en extremo peligrosa ante esa eventualidad. Según el proyecto de ley, un paciente “psíquicamente apto” estaría en condición de solicitar asistencia para morir. Pero nos preguntamos: cuando el componente psíquico del dolor con sus pasiones tristes (pena, tristeza, abatimiento, estupor, terror) invade totalmente la conciencia, ¿se podrá decir que el afectado está psíquicamente apto?

Aprendamos a interpretar el dolor

¿Qué está expresando la persona que dice: “Terminemos con ESTO. Ya no quiero vivir ASÍ?”. Tal como lo sostiene el Dr. Jacinto Bátiz de Viscaya, España, ante esa demanda la clave es tratar el “esto” y el “así”, y no provocarle la muerte. “Esto” alude a la condición en que vive, no a la vida misma. Ningún ser viviente desea morir. Es innato el deseo de seguir con vida. Detrás de la petición “quiero morir” hay un trasfondo que significa “quiero vivir o morir de otra forma”, afirma Bátiz. El dolor tiene una misteriosa complejidad, presentando componentes físicos, psíquicos, morales y aún espirituales.

Definamos pues qué es el dolor: es una percepción sensorial localizada y subjetiva, desagradable, que se siente en una parte del cuerpo, como resultado de una excitación o estimulación de terminaciones nerviosas sensitivas especializadas, a causa de una lesión. En el caso de quien padece una enfermedad que la medicina declara incurable, se añadirán sufrimientos psíquicos (frustración, angustia, ansiedad, necesidad de comenzar a elaborar duelos y despedidas, preocupación por el futuro de los suyos, etc.), morales (percibirse a sí mismo en situación de máxima indefensión, totalmente desvalido e impotente, dependiente y carga para los demás) y espirituales (desesperanza, dudas y temores o terror acerca del más allá). Todo ello tiene el potencial de provocar la exacerbación del dolor, el cual indudablemente no cederá con fármacos.

“La causa más habitual del dolor en pacientes oncológicos es la ausencia de una adecuada integración entre los diferentes profesionales”, asegura el doctor Alberto Alonso, coordinador de la guía y subdirector de la revista Medicina Paliativa de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos. Cuando la ley hace referencia a “sufrimientos insoportables” vale preguntarse si parte de ellos no son generados en los centros de salud: lejos del hogar, separados de la familia, conectados a máquinas y asistidos por extraños, en el marco de una medicina deshumanizada y tecnificada en exceso. Quien fallece en paz consigo mismo, con su entorno familiar y con Dios es muy factible que mantenga alto el umbral del dolor, disminuyendo la percepción sensorial dolorosa que se exacerba con el sufrimiento psíquico.

David pudo matar a Saúl pero no se atrevió a hacerlo (1 Samuel 26).
El escudero de Saúl tampoco, aunque éste se lo rogó (1 Samuel 31).

¡Abogamos para que Uruguay continúe respetando la sacralidad de la vida humana!

 

*Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h

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