Hasta de fútbol hablamos

“Tierra Firme”
26 julio 2010
Los Grandes Temas
1 agosto 2010
“Tierra Firme”
26 julio 2010
Los Grandes Temas
1 agosto 2010

Por: Álvaro Pandiani*

Tal vez alguno se pregunte, sorprendido, ¿ya estamos en julio? ¿Dónde se fue junio? ¿Tan rápido pasó? Yo me lo pregunté hoy, al comenzar a escribir estas líneas, el mismo día en que se cumplen sesenta años del Maracanazo; y pensé: ¿será que los primeros fríos verdaderamente crudos del invierno, que acostumbramos padecer en junio, se demoraron hasta ahora? Pero la respuesta es otra: en junio pasó algo que tornó cálidas las calles de las ciudades y pueblos uruguayos, y no fue el veranillo. Algo subió la temperatura en los corazones y en los afectos de los orientales. Como decía una publicidad: “en junio tu cabeza va a estar en Sudáfrica”. Y así fue; en junio, la cabeza y el corazón de la mayoría de los uruguayos estuvo en el Campeonato Mundial de Fútbol (no de “soccer”, si me permiten decirlo, de FÚTBOL) Sudáfrica 2010. Y fue comprensible; a lo largo de cuarenta años, desde que Uruguay llegó a semifinales en México 70, los uruguayos vimos a nuestra selección quedar afuera de cinco mundiales, clasificar a duras penas para varios de los otros, quedar afuera en la primera ronda, o pasar también a duras penas y calculadora en mano (“matemáticamente tenemos chance” se convirtió en una frase clásica del periodismo vernáculo), solo para ser vapuleados en octavos de final.

El desempeño de la selección uruguaya de fútbol en Sudáfrica 2010 no solo fue “histórico”; también fue atípico, y como tal, creo que nos tomó por sorpresa. Empatar sin goles con el vicecampeón del mundo de Alemania 2006 (aunque Francia resultó un fiasco, y estuvo entre los primeros en hacer las valijas e irse, en ese momento no lo sabíamos), golear al anfitrión (sin gran historia futbolística, pero locatario al fin), ganarle a México (tal vez sin tantas glorias mundialistas, pero con un fútbol no despreciable), y clasificar a octavos cómodamente, invictos, primeros en la serie y sin goles en contra (y con la calculadora apagada), seguramente hizo que muchos uruguayos parpadeáramos sorprendidos y dijéramos: ¿pero qué está ocurriendo allá en Sudáfrica? La sorpresa, la alegría, la esperanza y la ilusión de alcanzar una nueva gloria futbolística mundial fueron en aumento. Aquí la gente empezó a creer que era posible, después de sesenta años, acariciar el sueño de volver a ser campeones del mundo.

Desde Sudáfrica llegaban, en tanto, referencias y elogios al esfuerzo y la humildad que demostraban los celestes, desde el director técnico, pasando por las estrellas del equipo, hasta el último de los jugadores; y tal vez eso hizo que los uruguayos sintieran aún más suyos a los integrantes de la selección: ellos eran orientales de a pie, como todos los demás, que con trabajo, sencillez y coraje habían ido a representar no solo el fútbol uruguayo, sino también al país y a su gente. No me tiembla el pulso al opinar, aunque suene más poético que académico, que el pueblo uruguayo se “enamoró” de esta selección. ¿Cómo explicar, sino, lo que pasó aquí en Uruguay? Y me atrevo a decir: lo que nos pasó. En esos días inolvidables, miles (y quizás más) se envolvieron en la bandera uruguaya, se la pintaron en la cara, y se colocaron sombreros ridículos que lucían orgullosos, porque allí estaban sus colores; la celeste era la más linda, el sol de nuestro pabellón, el mejor regalo; las banderas uruguayas cubrieron ventanas y balcones, mostradores y oficinas, y flamearon en miles de vehículos (y aún flamean en muchos).

Cómo explicar lo que nos pasó: cómo fueron movilizados los afectos y emociones de los fanáticos, de los simpatizantes, y de quienes no somos tan futboleros habitualmente. Porque los festejos tras las victorias sobre Sudáfrica, sobre México y Corea del Sur, y sobre Ghana en aquel agónico desenlace por penales, pueden tomarse como eso: festejos por el triunfo. Pero cuando no se pudo pasar del cuarto puesto (comentarios aparte sobre los arbitrajes, y sobre el escaso interés de la FIFA en que el torneo fuera ganado por un pequeño país sudamericano), el festejo se transformó en homenaje, en multitudinario tributo, en público y masivo agradecimiento, cristalizado en la memorable tarde del martes trece de julio, uno de los días más gélidos del año, cuando más de medio millón de uruguayos se volcaron a las calles de Montevideo para expresar su cariño y su gratitud a los celestes.

Lo hecho por la selección uruguaya de fútbol en el Mundial de Sudáfrica amalgamó a los uruguayos en una unidad impensable hasta poco tiempo antes, cuando inmersos cada cual en sus problemas, y conscientes de los problemas del país, mirábamos con suspicacia la proximidad del comienzo del Campeonato, y algunos hasta decíamos, con cierta resignación: “¿iremos a pasar vergüenza otra vez?”

Ahora bien, El Uruguay está lleno de “opinólogos”; es decir, ciudadanos que sin ser especialistas en un tema, opinan sobre el mismo con absoluta autoridad, como si supieran de qué están hablando. Como buenos uruguayos, opinamos sobre todo, porque de todo sabemos, y somos expertos en todo; y más aún tratándose de fútbol. Un dicho común entre nosotros es que en Uruguay – país que cuenta aproximadamente con tres millones de habitantes – hay tres millones de directores técnicos; todos sabemos qué debe hacer el entrenador de nuestro cuadro favorito, el DT de otro equipo sobre el cual nos metemos a opinar, y por supuesto, todos sabemos lo que debería hacer o haber hecho el director técnico de la selección: a quién citar y a quién llevar, a quién poner o sacar, cuando hacer los cambios, o qué táctica emplear para ganar los partidos y salir campeones del mundo. Y algo que caracteriza a los opinólogos de fútbol es lo amargos que se ponen, criticando acerbamente a técnicos y jugadores, cebándose en la derrota para dictar cátedra acerca de lo que se hizo mal, y cómo debería haberse hecho para que saliera bien. Lo interesante es que, cuando el desempeño de nuestra selección en Sudáfrica no fue el de siempre, el de los últimos años, lo que en más de una oportunidad fue, al decir de algunos, lisa y llanamente ir al mundial a pasar vergüenza, la alegría en aumento y el regocijo desbordante hizo que los opinólogos amargos menguaran en número, bien que no desaparecieron. Porque en los blogs de la prensa deportiva, tras cada partido de Uruguay o ya al final del torneo, entre multitud de mensajes y comentarios que expresaban el júbilo por los triunfos, la satisfacción por el lugar alcanzado, el reconocimiento a la selección y/o el acuerdo con los periodistas que elogiaban a los jugadores, no dejaron de aparecer aislados opinólogos que explicaban a los lectores que en realidad Uruguay había jugado mal, que el planteo táctico había sido erróneo, que el entrenador debía haber puesto a éste, o sacado al otro, o incluso debía haber llevado al mundial a tal o cual jugador.

Es curioso que la manía de opinar no quedó ni siquiera ahí, sino que hasta hubo quién vinculó el buen momento de la selección nacional, y por lo tanto del fútbol uruguayo, al color político del partido de gobierno, y al buen momento general que la gestión de dicho partido habría traído al país. A propósito de este punto, sociólogos consultados sobre el fenómeno coincidieron en opinar (ésta sí, una opinión autorizada) que el gobierno fue “cauteloso” y “discreto”, y no aprovechó para politizar los buenos resultados de la selección en el mundial (El Efecto Celeste; www.elpais.com.uy/10/07/18/pnacio_502512.asp).

También merecen tenerse en cuenta las opiniones de estos profesionales consultados respecto a la alegría manifestada públicamente por la población, como expresión de anhelos constreñidos por largo tiempo, vinculados sobre todo a lo futbolístico, pero inscriptos en el contexto cultural de nuestra sociedad. Si confrontamos lo dicho por el psicólogo social Antonio Pérez García, quién señaló que en el marco de la “cultura triste” que se suele atribuir a los uruguayos, esto fue un “alegrarnos todos juntos”, con la que opina Fernando Arocena, quién “considera que el optimismo y la alegría uruguayas son “claramente pasajeros” y se irán diluyendo con el paso del tiempo y el regreso de cada quien a la vida y los problemas cotidianos”, parece que la conclusión que debemos sacar, bien que no nos gusta, es que al regresar a la vida y los problemas cotidianos, regresaremos a esa cultura triste, que tenemos tan asumida como uruguaya; en otras palabras, después de la explosión de euforia y alegría celeste que sacudió a los uruguayos desde mediados de junio hasta casi la mitad de julio, deberemos resignarnos a que regrese la tristeza, que el celeste se vuelva gris, que nuestra sociedad vuelva a su chatura que aceptamos como habitual. Hasta tal punto, parece que algunos opinólogos amargos desearían que fuera así, que el estallido de alegría termine de una vez, o que nunca hubiera existido. Baste leer lo comentado en el blog de un artículo publicado en esta misma página, La Mano de Suárez, donde un lector nos dice: “no voy a escribir un comentario, ni a favor ni en contra de esta nota, simplemente me limito a comentar que me duele la frivolidad futbolera a la cual nos han empujado, desde el propio gobierno y desde los grandes medios masivos de comunicación. Verdaderamente aberrante, que mientras hay seres humanos en Uruguay, comiendo de la basura, durmiendo bajo los puentes y en la calle, con el cincuenta y dos por ciento de los niños BAJO EL NIVEL DE POBREZA, se realicen festejos que rayan con la estupidez lumpénica”. Con el inmenso respeto que me merece quién opina, porque los problemas que plantea son reales, cabe preguntarse si la pobreza y la miseria (y las otras cosa que no menciona: corrupción, violencia, inseguridad, inmoralidad, y un largo etcétera), habrían cambiado o se habrían solucionado si Uruguay no hubiera ido al Mundial. Tal vez aquellos anhelos mencionados por los sociólogos, anhelos de éxitos deportivos uruguayos a nivel mundialista, y la enorme felicidad que demostró la gente por lo alcanzado, haya sido una forma de escapar momentáneamente, de tomarse un respiro, de esa otra realidad tan lacerante (porque, ¿quién no quiere tomarse un momento para despejar la cabeza de cosas negativas). Y tal vez también haya sido, en una sociedad tan apasionadamente futbolera, una forma de eludir la frustración que surge de problemáticas que aparentan ser irresolubles; algo así como decir: “por lo menos en esto mejoramos; mirá, llegamos a estar entre los cuatro mejores del mundo”.

Volviendo al artículo de El País que consideramos antes, otro de los sociólogos deja abierta una puerta a la esperanza: La permanencia en el tiempo de este estado de ánimo nacional está, para (César) Aguiar, dependiendo de los resultados futuros. “Si seguimos en el mismo nivel, no será pasajero. Si resultó ser un resultado casual, quedará en la memoria colectiva sobre el deporte y sus logros”, señaló.

Los cristianos sabemos de esperanza; una esperanza firme, estable, imperecedera, porque está sostenida por la fe en Aquel que murió en la cruz por amor a cada uno de nosotros y resucitó para ascender a los cielos, de donde volverá a buscar a los suyos.

Los cristianos sabemos de alegría; la alegría que surge del inmenso amor que nuestro Padre Celestial ha tenido y tiene por nosotros, un amor que lo impulsó al sacrificio de su Hijo para salvarnos, y que permanece invariable, independientemente de circunstancias externas.

Los cristianos también sabemos de alegrías pasajeras: la llegada del amor, el nacimiento de un hijo, un éxito laboral o profesional, ¿y por qué no un triunfo deportivo del cuadro de nuestros amores? Alegrías momentáneas, pero no menos reales; como las tristezas y los problemas cotidianos, los individuales y los nacionales, de los que hablaba el sociólogo. Problemas de los que somos muy conscientes, y para enfrentar los cuales ponemos nuestra parte.

Los cristianos creemos e insistimos en otro camino para que nuestra sociedad y nuestra patria recupere la alegría, una alegría sólida y no pasajera, que le permita enfrentar con esperanza los desafíos que a todos nos acucian. Ese camino es el que tantas veces hemos mencionado, y en el que hemos insistido: el regreso a las raíces espirituales de la Palabra de Dios, la Biblia, y a la persona de Jesucristo, en arrepentimiento, fe y entrega total de nuestra vida.

Y no consideramos un despropósito (por lo menos yo no lo considero), que a nuestra esperanza firme y a nuestro gozo por la obra de salvación que el Señor ha consumado, se añada compartir con el resto de nuestros compatriotas uruguayos el júbilo, tal vez pasajero pero muy real, surgido de lo que pasó en Sudáfrica con nuestra selección.

¡Salud celestes! ¡Que Dios les bendiga por estos días de tanta alegría!

* Dr. Alvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.

2 Comments

  1. elarrosa dice:

    Gracias Sembrador! Sí, los cristianos también podemos disfrutar de una victoria tan significativa como es la Copa América. Muy contento de ver a nuestra selección jugar y ganar en manera tan leal y positiva. Veremos si con el Dr. Pandiani tomamos algunos valores importantes de este proceso de selección y hablamos un poco más de fútbol y los tamizamos desde la fe. No estaría nada mal.

    Al mismo tiempo, mis respetos a todos los paraguayos que ayer habrán sufrido la derrota. Allí tenemos una oficina de RTM, en Asunción, y me imagino que les habrá golpeado el avatar deportivo del momento. Hoy nos toca a nosotros, pero la alegría deportiva va por barrios.

    Un abrazo,
    Esteban

  2. Sembrador dice:

    Uruguay que no ni no!!!!
    Uruguay que no ni no!!!!
    Uruguay que no ni no!!!!
    Uruguay que no ni no!!!!
    ¿Y ahora, eh? ¿Y ahora?
    ¡¡URUGUAY CAMPEÓN DE AMÉRICA!!
    Gracias, Dios mío………………………

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