El ser cristiano en la Iglesia Antigua – Parte 1

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Por: Dr. Alvaro Pandiani*

¿Qué sucede con el ser cristiano al cruzar el año 300 e iniciarse el siglo IV d.C.?

La situación externa no había cambiado gran cosa; los enemigos externos aún estaban en el poder, y el ser cristiano implicaba todavía la posibilidad de ser llamado ante los tribunales a abjurar de la fe o mantenerse firme a costa de lo que fuere. Si bien esta situación cambiaría en pocos años, seguramente nadie preveía ese cambio cuando en los primeros años de dicho siglo Diocleciano, cabeza de una tretarquía gobernante que procuraba estabilizar el tambaleante imperio, lanzó la más feroz de todas las persecuciones, que llevaría a una enorme tumba común a multitud de cristianos en todos los rincones del imperio.

La razón de esta persecución fue la negativa del cristianismo a entrar, junto al resto de las religiones del imperio (excepto los judíos), en la sincretista fórmula religiosa representada por el monoteísmo solar, novedad religiosa de Roma de fines del siglo III, con la que se procuraba fortalecer el poder imperial. Como había sucedido previamente con Decio, quién quiso llevar el espíritu religioso del imperio de regreso a los antiguos dioses de Roma, una idea que parecía buena para la “seguridad nacional” choca de frente con una ideología religiosa exclusivista. Desde sus principios, el cristianismo exigió adhesión total; durante los primeros trescientos años, los cristianos tuvieron presentes las enseñanzas de Cristo y los apóstoles.

El ser cristiano implica no ser pagano, no adorar a otro dios, no participar de otra religión, creencia o práctica mística, y eso en un sentido absoluto; se puede considerar como ejemplo las palabras de Justino Mártir y sus compañeros en el juicio ante una corte imperial, de la que recibieron la sentencia de muerte: “Haced lo que queráis, nosotros, somos cristianos, y no ofrecemos sacrificio a los ídolos”. (Vila S, Santamaría DA, “Justino”, artículo en la Enciclopedia Ilustrada de Historia de la Iglesia. Editorial Clie, España, 1979; pág. 402-3).

Esta característica esencial de la profesión de fe cristiana, que se hizo tan patente en los días del emperador Diocleciano, conserva una vigencia de importancia crucial en nuestros días; la firmeza de aquellas personas se transparenta en las palabras del Dr. Samuel Vila: “El martirio aparece como una manera suprema de dar testimonio de la fe cristiana aún a costa de derramar la sangre como fidelidad a Cristo y su mensaje” (Vila S, Santamaría DA, La sangre de los mártires es semilla de cristianos; Enciclopedia Ilustrada de Historia de la Iglesia; pág. 33-6).

Aproximadamente diez años después saldría a la luz el Edicto de Milán del año 313, de los augustos co-emperadores Constantino y Licinio; en este edicto el cristianismo recibe reconocimiento legal: “… es conveniente que tu excelencia sepa que hemos decidido anular completamente las disposiciones que te han sido enviadas anteriormente respecto al nombre de los cristianos, ya que nos parecían hostiles y poco propias de nuestra clemencia, y permitir de ahora en adelante a todos los que quieran observar la religión cristiana, hacerlo libremente sin que esto les suponga ninguna clase de inquietud y molestia” (fragmento; Vila S, Santamaría DA, El salto de la Iglesia Primitiva al establecimiento de la Iglesia Católica; pág. 51-8). Esto representó el fin de las persecuciones romanas, y preparó el camino para una nueva etapa en la historia de la iglesia; etapa que tendría hondas repercusiones en el cristianismo individual de quienes de allí en más llevarían el nombre de cristianos.

Constantino, amigable para con los cristianos aún antes del año 313, derrotó a Licinio y ocupó el trono como único emperador romano el año 323. Los cristianos gozaban de paz y tranquilidad; nadie los molestaba desde fuera (afortunadamente, pues por dentro ardía ya la controversia arriana sobre la divinidad de Cristo). El emperador fue inclinándose más a favor de la iglesia cada día, y si bien no fue Constantino quién estableció definitivamente al cristianismo como religión oficial del imperio, sí inició la gestión que llevó a dicha condición al mundo grecorromano: “… es él, el que antes profesaba el deísmo, quién creará el Imperio cristiano. Fe personal, sin duda, pero también consideración política. A los ojos de Constantino, el cristianismo representa, para su Imperio envejecido y ya tambaleante, el elemento necesario de renovación. Según él piensa, sustituyendo la fórmula solar por la idea cristiana, fuerza material y autoridad moral, el poder imperial no podrá menos que salir ganando” (Homo L, Los emperadores ilirios; Nueva Historia de Roma. Editorial Iberia, España, 1955; pág. 357-76); por su parte, otros historiadores cristianos dicen: “El carácter personal de Constantino no era perfecto. Aunque por lo general era justo, ocasionalmente era cruel y tirano… Si él no era un gran cristiano, ciertamente era un político sabio, pues tuvo la percepción de unirse con el movimiento que tenía el futuro de su imperio.” (Hurlbut JL, Roswell J, Narro M, La Iglesia Imperial; La Historia de la Iglesia Cristiana. Editorial Vida, USA, 1975; pág. 66-89).

Otro historiador eclesiástico afirma: “La política de Constantino fue de tolerancia. El no hizo del cristianismo la religión única del estado. Esto había de suceder más tarde bajo el dominio de emperadores sucesivos… A medida que pasaba el tiempo, Constantino se mostraba más y más decididamente en favor del cristianismo. Si era cristiano solamente por motivos políticos o por sincera convicción religiosa es cuestión que se ha discutido acaloradamente. Tal vez él mismo no lo sabía.” (Latourette KS, La extensión del cristianismo a través del mundo grecorromano; Historia del Cristianismo, Tomo I. Casa Bautista de Publicaciones; 1967; pág. 101-53). El proceso iniciado por Constantino continuó con sus sucesores, y luego de un breve paréntesis de dos años bajo Juliano el apóstata, quién intentó infructuosamente reavivar el paganismo, prosiguió hasta el desenlace lógico: el romance entre la Iglesia y el Estado culminó en matrimonio.

Bajo Teodosio, el cristianismo fue impuesto como religión oficial del Imperio Romano. El Edicto de Tesalónica del año 380 d.C. lo establece de la siguiente manera: “Queremos que todas las gentes que estén sometidas a nuestra clemencia sigan la religión que el divino apóstol Pedro predicó a los romanos y que, perpetuada hasta nuestros días, es el más fiel testigo de las predicaciones del apóstol, religión que siguen también el papa Dámaso y Pedro, obispo de Alejandría, varón de insigne santidad, de tal modo que según las enseñanzas de los apóstoles y las contenidas en el Evangelio, creamos en la Trinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo Dios y tres personas con un mismo poder y majestad.

“Ordenamos que de acuerdo con esta ley todas las gentes abracen el nombre de cristianos y católicos, declarando que los dementes e insensatos que sostienen la herejía y cuyas reuniones no reciben el nombre de iglesias, han de ser castigados primero por la justicia divina y después por la pena que lleva inherente el incumplimiento de nuestro mandato, mandato que proviene de la voluntad de Dios” CODEX THEODOSIANUS, XVI, 1-2. (Vila S, Santamaría DA, El salto de la Iglesia Primitiva al establecimiento de la Iglesia Católica;  Enciclopedia Ilustrada de Historia de la Iglesia. Editorial Clie, España, 1979; pág. 51-8).

A partir de este momento el cristianismo empezó a disfrutar de lo que aparentaba ser un triunfo definitivo. Lo que trescientos cincuenta años antes había comenzado como una religión de pobres y esclavos, y salvo escasas excepciones había mantenido esa característica durante tres siglos, alcanzó la preeminencia en uno de los tres grandes centros de civilización del mundo de aquel entonces, y el que tendría la mayor repercusión en la historia de la humanidad en tiempos posteriores.

Las palabras del apóstol Pablo acerca de los propósitos de Dios, según constan  en 1 Corintios 1:27,28, demostraban una vez más ser ciertas. Ya desde los primeros tiempos se había cumplido en  los apóstoles, y luego de éstos en hombres como Justino, Orígenes, Tertuliano, Ireneo, Hipólito y otros, la primera parte de dicha sentencia: “lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios” (27a); en la culminación definitiva del intento imperial por erradicar el cristianismo, y en el consiguiente fracaso de dicho intento tras diez grandes períodos de sangrienta persecución a lo largo de doscientos cuarenta años, sumado a la claudicación final de la Roma imperial ante los seguidores de Cristo, se cumplió la segunda parte: “lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte” (27b).

Y aún se cumpliría la tercera y última parte de dicha expresión del plan divino, que dice: “y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es” (28), pues cien años después del Edicto de Tesalónica el Imperio Romano había caído, y su continuación oriental, el Imperio Bizantino, no era sino un pobre vestigio de la desaparecida grandeza. Y lo que al principio había sido una religión de pobres y esclavos, la Iglesia Cristiana, sobrevivió al derrumbe del gigante; y sobrevivió hasta el presente. Y aún hizo más que sobrevivir: floreció y creció; y mil quinientos años después de que aquel imperio degenerado y caduco se desintegrara, la Iglesia de Cristo marcha aún hacia el futuro, fuerte y saludable, y con la experiencia acumulada de numerables siglos y con lecciones de la historia provenientes de diversas épocas que no podemos desoír.

* Dr. Alvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista, profesor universitario y ejerce el pastorado en el Centro Evangelístico de la calle Juan Jacobo Rosseau 4171 entre Villagrán y Enrique Clay, barrio de la Unión en Montevideo.

Escuche aquí “El ser cristiano en la Iglesia Antigua – Parte 2”

Escuche aquí “El ser cristiano en la Iglesia Antigua – Parte 3”

Escuche aquí “El ser cristiano en la Iglesia Antigua – Parte 4”

4 Comments

  1. Sidney dice:

    Ejemplos de la persecución actual a la iglesia:

    https://esradio.libertaddigital.com/fonoteca/2020-07-19/editorial-de-luis-del-pino-ataques-contra-las-iglesias-152196.html

    La situación no es muy diferente hoy a la existente en la iglesia antigua.
    Saludos y gracias por el magnífico trabajo.

    En Cuanto:

    Sidney.A. Orret

  2. Elena dice:

    Este artículo me hace meditar en que estamos en una época en la que hemos olvidado el origen de lo que hoy disfrutamos en completa libertad. La fe costó sangre a quienes la profesaban. La única recompensa de los cristianos se hallaba en el cielo, no en los beneficios que podían obtener de Dios ahora. No había tiempo para ello, pues no sabían con cuánto tiempo contaban antes de que les mataran por su fe. Lo único que sabían es que necesitaban hablar de Cristo a otros y su mira estaban en las cosas de arriba …

  3. Cristina Bruzone dice:

    Qué bendición “…que la Iglesia de Cristo marcha aún hacia el futuro fuerte y saludable” ¿Cómo no aprovechar esta libertad? ¡Qué el Señor nos ayude cada día, a hablar de Cristo!

  4. melva Gonzalez dice:

    Creo que con este interesante recorrido histórico comprobamos que la fe y la consagración nunca se puede dar por decreto .El cristianismo es una voz profética que nunca debe aliarse con el poder si quiere cumplir su misión.
    Ni ayer ni hoy se debe olvidar el cometido de la obra de Dios en la tierra.La Iglesia ha sido parte del poder hegemónico y ha cometido también barbaries…La inquisición ,las cruzadas,el exterminio i ndígena en latinoamérica, la iglesia silenciosa en las dictaduras o apoyando movimientos armamentistas e invasivos en varias partes del mundo..También la iglesia se hizo camino en las minorías,en las cárceles con los que tienen menos dando sentido al sin sentido….Hoy parece que no hay un piso donde apoyarse pero está en forma permanente la voz profética que nos ilumina….

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