El paradigma de los que sufren – 1

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Por: Dr. Álvaro Pandiani*

Quebranto, aflicción, padecimiento, amargura, dolor, y muchos otros términos son utilizados para referirse a estados vivenciales negativos, que tienen un denominador común: el sufrimiento. Las personas sufren dolor, sufren angustia, sufren una aflicción, sufren una enfermedad. Las personas sufren.

El sufrimiento es una experiencia universal; todos los seres humanos, e incluso todos los seres vivos en alguna medida, sufren. Quizás no todas las personas lleguen a conocer la felicidad; tal vez haya quienes nunca gocen de buena salud; muy probablemente no sean muchos los que jamás sepan qué es padecer necesidades, y seguramente hay muchísimos para quienes la alegría es solo un destello pasajero en el curso de una vida oscura. Pero todos saben lo que es sufrir. Aún el niño nacido en cuna de oro, al bajar de la misma puede sufrir un golpe; o una quemadura. O puede sufrir falta de amor. El sufrimiento es democrático, todos participan de él; es el comunismo perfecto: queda abolida la diferencia de clases. Es atravesar por momentos, por experiencias o vivencias negativas, desagradables y/o dolorosas; sea una enfermedad, en cuyo caso hablamos de sufrimiento físico; sea una decepción, desengaño o desilusión, sufrimiento del alma; o sea contemplar la degeneración progresiva del hombre y la sociedad, y ahí hablaríamos de sufrimiento moral o del espíritu. Quién padece un dolor agudo, experimenta una vivencia de angustia; quién padece un dolor crónico, una vivencia de depresión; ambos sufren. El sufrimiento puede considerarse en líneas generales una consecuencia del pecado; dice en Génesis 3:17:
“maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida”. Su universalidad es testimonio de la universalidad del pecado; leemos en Eclesiastés 7:20: “ciertamente no hay en la tierra hombre tan justo, que haga el bien y nunca peque”. El sufrimiento humano es mudo testigo de los efectos devastadores del pecado. Al hablar del sufrimiento, es oportuno considerar la historia de Job.

Job, paradigma de los que sufren, habiendo alcanzado la cima del prestigio y una posición muy acomodada para su tierra y su tiempo, atraviesa de forma súbita y sucesiva por la pérdida de la totalidad de sus bienes materiales, incluyendo la muerte de sus empleados, luego la muerte de sus diez hijos, y la pérdida de la salud al sobrevenirle una enfermedad descrita como “sarna maligna”, que cubrió todo su cuerpo. Posteriormente se agregó la incomprensión de su mujer, y quizás el abandono, por lo menos temporal. Finalmente sufre también la incomprensión primero, y luego la reprensión y abierta condena de tres amigos suyos, que habían venido a él con el propósito de “consolarle”.

Es un drama cósmico. Satanás desafía a Dios; afirma que la piedad sincera del ser humano, representado por Job, es producto de la prosperidad, fama, salud y felicidad. Es una fe interesada, una religión de conveniencia. Dios autoriza a Satanás a causar toda clase de aflicciones a Job (todos los reveses ya mencionados). Luego Satanás desaparece definitivamente de la escena. Dios también se ausenta, y solo reaparecerá al final.

Job entonces queda solo, como un pobre mendigo enfermo. Su firmeza en la fe, que se había manifestado al principio al decir: “Jehová dio y Jehová quitó. ¡Bendito sea el nombre de Jehová!”, y: “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (1:21; 2:10), comienza a resquebrajarse: “Perezca el día en que yo nací”; “¿Por qué no morí yo en la matriz, o expiré al salir del vientre?” (3:3,11). Job siente que está en una situación que siempre le había dado miedo, en un lugar que nunca hubiera querido ocupar: “me ha venido aquello que me espantaba, me ha acontecido lo que yo temía” (3.25). El sufrimiento es intenso, y no se vislumbra una solución; tan desesperante es su situación, que desea la muerte: “agradara a Dios destruirme, que soltara su mano y acabara conmigo” (6:9). Vemos que su fe continúa resquebrajándose: le pide a Dios la muerte; parece no creer que Dios pueda darle otra cosa. Es que en realidad, él cree que Dios es el responsable de lo que le ocurre: “¿Cuándo apartarás de mi tu mirada y me soltarás para tragar siquiera mi saliva? Aunque haya pecado, ¿qué mal puedo hacerte a ti, Guarda de los hombres?” (7.19, 20). Un poco antes en este capítulo encontramos una referencia a su enfermedad de la piel: “Mi carne está vestida de gusanos y costras de polvo; mi piel hendida y abierta, supura” (7:5). El Job firme como una roca, que aguanta la desgracia estoicamente según nos enseñaron a creer, en realidad ya no lo soporta más y se desahoga exclamando: “no refrenaré mi boca, sino que hablaré en la angustia de mi espíritu y me quejaré en la amargura de mi alma” (7:11).

Job enfrenta entonces a tres hombres que se dicen sus amigos, que son religiosos, y que sostienen que el sufrimiento es siempre un castigo por el pecado. Elifaz, el primero en hablar, aborda el tema no como una proposición, sino como un axioma de la naturaleza. Él dice: “¿qué inocente se pierde? ¿Dónde los rectos son destruidos? Yo he visto cosechar iniquidad a los que siembran injuria e iniquidad cultivan” (4:7,8); la inferencia es clara: si Job fuera un hombre recto, no estaría en ese estado. El segundo en hablar, Bildad, reafirma las razones de Elifaz: “¿Acaso torcerá Dios el derecho, o pervertirá el Todopoderoso la justicia?” (8:3). Bildad concibe a Dios como Juez de los hombres; es una concepción mecánica; parece que Dios solo es capaz de actos judiciales. Por lo tanto, lo que le aconteció a Job necesariamente es un castigo. Bildad va más lejos en su acusación cuando dice: “si eres puro y recto, ciertamente él velará por ti y hará prosperar la morada de tu justicia” (8:6); incluso, parecería que hubiera estado a punto de decirle a Job: “si eres puro y recto… como aparentas”. Veladamente, le trata de hipócrita. Va madurando en ellos la idea de que Job es un malvado encubierto, que finalmente ha sido descubierto y castigado por Dios. Job sabe que no es perfecto ni es moralmente superior al común de los hombres, pero también sabe que no es tan malvado como para merecer semejantes desgracias (9:15-24). En el versículo 22 vemos que comienza a gestarse otro paso en el deterioro de la fe de Job: la idea de que Dios es injusto (“Una cosa me resta por decir: que al perfecto y al impío él los destruye”). En el versículo 24, al final, Job se pregunta quién otro podría ser el causante de sus males: “Y si no es él, ¿quién es?, ¿dónde está?”. En medio de su dolor, Job atribuye a Dios la responsabilidad, olvidando (o quizás ignorando aún en aquella época) la verdadera identidad del enemigo de la raza humana, aquel ángel caído de quién Jesús dijo que venía para “hurtar, matar y destruir”. Job mira a Dios como el causante de todo; le increpa: “Diré a Dios: no me condenes, sino hazme entender por qué contiendes conmigo” (10:2); también prorrumpe en interrogantes sin respuesta, como cuando dice: “¿Son tus días como los días del hombre, o tus años como el tiempo de los seres humanos, para que estés al acecho de mi iniquidad y andes indagando tras mi pecado, aún sabiendo que no soy impío y que nadie podría librarme de tu mano?” (10:5-7). Por fin, Job pide a Dios que se retire, para morir solo: “¡Déjame, pues! Apártate de mí, para que pueda consolarme un poco antes que vaya para no volver, a la tierra de las tinieblas y la sombra de muerte” (10:20,21).

Este es el punto más bajo en el descenso de Job a las profundidades de la incertidumbre acerca de Dios, sus propósitos y su amor; su fe parece disolverse y diluirse en la oscuridad.

Sus amigos en tanto prosiguen sus discursos, aparentemente insensibles a lo que ocurre en el alma de su amigo. Ahora le toca el turno a Zofar. Este hombre duro ignora, parece que voluntariamente, algo que Job ha expresado ya dos veces: que las palabras de alguien ahogado por el sufrimiento no pueden tomarse seriamente. Job había dicho: “los discursos de un desesperado… son como el viento” (6:26), y “me consta que no soy así” (9:35). Para Zofar, lo que Job ha dicho es evidencia de su carácter inicuo; su aseveración es terrible: “¿Harán tus falacias callar a los hombres? ¿Te burlarás, sin que nadie te avergüence? Tú dices: mi doctrina es recta, y yo soy puro delante de tus ojos. Mas, ¡ah, quién diera que Dios hablara, que abriera para ti sus labios y te declarara los secretos de la sabiduría, que son de doble valor que las riquezas! Sabrías entonces que Dios te ha castigado menos de lo que tu iniquidad merece” (11:3-6). Job había dicho que no merecía tanto castigo; pero Zofar considera que hace falta más.

Al llegar a este punto Job, después de tomarse un instante para ironizar al decir “Ciertamente vosotros sois el pueblo, y con vosotros morirá la sabiduría” (12:2), afirma que todo lo que sus tres amigos han dicho, él también lo sabe: “Todas estas cosas han visto mis ojos, y han oído y entendido mis oídos. Como vosotros lo sabéis, lo sé yo” (13:1,2). Y a continuación vemos que, en la oscuridad de su corazón sufriente, brilla una pequeña luz, cuando dice: “Aunque él me mate, en él esperaré” (13:15). Job había esperado en esos tres hombres, sus amigos; quizás una respuesta, una solución al problema, una clave para el enigma de su sufrimiento. O por lo menos un consuelo. Nada de eso había llegado; solo acerbas acusaciones. Por lo tanto, esperará solo en Dios. Pase lo que pase, solo eso le queda. Llegado este punto, su fe comienza a remontarse nuevamente, rumbo al siguiente paso en su peregrinaje espiritual. Continuaremos analizando ese siguiente paso, la próxima semana.

* Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario. Material adaptado de “La enfermedad y el sufrimiento”, Capítulo 3 del libro Cielo de Hierro Tierra de Bronce, Editorial ACUPS, Montevideo, Octubre de 1998.

3 Comments

  1. Mariano dice:

    Muy buen artículo. La actitud de los amigos de Job se resume en las “algo habrás hecho” ó “si falta A es porque faltó B”. Donde “A” puede ser salud, dinero, éxito ministerial, etc. Y “B” puede ser obediencia, servicio, fe, unción, palabras positivas, ofrendas, etc. Me hace acordar la anécdota de cuando vino a Uruguay el hno. Nick Vujicic -de gran testimonio-. Todo tipo de personas fueron corriendo a verlo, a sacarse fotos, etc. Me llamó la atención que entre los que salieron en primera fila había varios defensores de la confesión positiva, de la palabra de fe y otras barbaridades. Los mismos que le dicen a veces a una anciana en su iglesia pasando pruebas que “declare prosperidad”, o “visualice éxito”. O peor, ellos mismos van a la casa de la hna. y le “decretan salud”. Mi duda es ¿por qué ninguno le hizo esa sugerencia al hno. Vujicic para solucionar su discapacidad? Si son de Dios esas maravillosas doctrinas ¿por qué no se lo hicieron saber? … sólo Mateo 23:4-7, 23:14 me viene a la mente como respuesta.

  2. Flaco Oriental dice:

    Dr. Pandiani: ¿y qué hacemos entonces con la máxima que parece haberse popularizado en la venta de una fe sin dolor como es la del “Pare de sufrir”? Me parece que a esos muchachos se les perdió uno de los libros de La Biblia como es Job y como usted señala unos cuántos pasajes más del resto de las Escrituras. ¿Les dolerán las muelas? ¿Tendrán dolores en las artículaciones? ¿Se engriparán? ¿O son de una especie de superhombre tipo He-Man? En fin, la realidad es que sufrimos y pareciera que la ausencia de dolor no es más que un paréntesis en una existencia dominada por el sufrimiento. ¡Qué ejemplo el de Job!

    • Mariano dice:

      Estimado Oriental, Dios quisiera que el único lugar donde estuviera eso fuera “Pare de sufrir”. Al menos la liturgia de esa iglesia (los aceites, mantos, etc.) sirven de semáforo para más de un dormido. El problema es cuando ese mensaje sopla como viento de doctrina en más de una iglesia evangélica clásica, en formatos más simpáticos y sutiles. Busque “evangelio de la prosperidad”, “confesión positiva”, “semilla de fe”, “palabra rhema”, “oración de Jabes”, “ley de siembra y cosecha”, “pactos (humanos)” . Con estos vientos fríos tan de moda, hay que empezar a cerrar ventanas, o por lo menos empezar a abrigarse uno y a los suyos.

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