El legado de Lutero

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Por: Ps. Graciela Gares*

Si la lista de héroes de la fe de Hebreros 11 se hubiera escrito posterior al siglo XVI, seguramente incluiría al hermano Martín Lutero. Este monje agustino alemán que vivió al final del medioevo (1483 – 1546) tuvo la honrosa misión de restaurar la verdad de Dios dentro de la iglesia y ante el mundo, y para ello enfrentó la persecución, la excomunión y puso su vida en peligro.

La iglesia que Jesucristo resucitado había instituido antes de volver a los cielos, era una comunidad de pecadores arrepentidos y salvados por fe exclusivamente en la muerte expiatoria de Cristo. Eran unas 120 personas que no poseían bienes materiales de relevancia por lo que compartían lo que tenían, atendiendo a las necesidades de cada uno. Comían juntos con alegría y sencillez de corazón, leían por sí mismos las Sagradas Escrituras, estaban controlados por el Espíritu Santo y éste obraba milagros y maravillas a través de ellos. Oraban a Dios Padre teniendo como único mediador a Jesucristo. María, la madre de Jesús, era una hermana más dentro de la comunidad. Esta iglesia primitiva crecía pues Dios añadía cada día a los que se iban salvando. Siendo Cristo la cabeza de la misma, no existían autoridades humanas salvo pastores y ancianos, quienes se consideraban meros siervos de Cristo y servidores de sus hermanos. Todos eran sacerdotes.

Pero transcurrieron los años, los siglos, y en la Edad Media las cosas habían llegado a ser muy distintas. Había surgido la figura del papado para el gobierno terrenal de la iglesia. De la sencillez de la iglesia primitiva se había pasado al lujo, pompa y boato de las catedrales medievales. Las Sagradas Escrituras, escritas en latín, eran inaccesibles (inentendibles) para el pueblo en general. De la Biblia, la gente sólo conocía lo que era leído en las misas. Ello era aprovechado por algunos líderes inescrupulosos que manipulaban el texto divino para extorsionar a los feligreses. Los objetos de culto se habían multiplicado, instaurándose la adoración de estatuas y las peregrinaciones. La doctrina de la salvación por la fe había sido sustituida por la condición de hacer obras para salvarse. Y peor aún, se había inventado la doctrina de las indulgencias, penitencias y mortificaciones para ser absuelto de faltas y la creencia en el purgatorio, dando lugar a abusos y tráfico de dinero por parte de representantes de la iglesia para con los fieles que desearan alcanzar el perdón o la liberación de culpa del pecado humano.

Esta iglesia carecía del poder espiritual de la iglesia primitiva controlada por el Espíritu Santo. Detentaba en cambio, mucho poder e influencia terrenal y pagana.

La iglesia se erigía como mediadora entre el creyente y la divinidad y operaba como “administradora de la redención” y ello fue utilizado hábilmente por un papa impío, León X, quien habiendo derrochado todo el dinero eclesiástico decidió impulsar la venta de indulgencias para obtener fondos para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma. Se impusieron impuestos papales y se vendían indulgencias, tanto para perdón del pecado de los feligreses, como para “sacar del purgatorio” el alma de los creyentes ya muertos.

¡Es difícil entender como la iglesia primitiva devino en la corrupción eclesiástica de la iglesia medieval!

Esto había sumido a la gente piadosa en el temor y la incertidumbre de no saberse nunca perdonados y tener que seguir pagando indefinidamente por sus faltas, mientras sacerdotes y papas corruptos se aprovechaban de la natural angustia de los fieles.

Martín Lutero fue víctima de esa situación. Queriendo agradar a Dios se había hecho monje, pero no tenía seguridad de estar salvado de las consecuencias de su pecado. Hacía penitencias, flagelaba su cuerpo, dormía sobre la escarcha o vestía incómodas ropas de cilicio. Se confesaba varias veces al día pero el diablo le susurraba al oído que su arrepentimiento no era genuino, por lo que no estaría perdonado. Según la enseñanza recibida en la iglesia de su tiempo, Lutero percibía a Dios como un juez severo y despiadado y nada sabía de su gracia. Hasta que a los 20 años encontró en una biblioteca un ejemplar de la Biblia en latín y se tornó asiduo lector de ella, dado que conocía esa lengua. Así tuvo la oportunidad de acceder a los textos sagrados y allí descubrió el evangelio original de Jesús. Cuando llegó al libro de Romanos encontró la solución a su tormento, al leer:

“Por tanto, habiendo sido declarados justos por la fe, tenemos paz ante Dios mediante nuestro Señor Jesucristo.

Por medio de quien también hemos obtenido derecho de entrada a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (Romanos 5: 1 y 2)”

A partir de allí comenzó su cuestionamiento al sistema eclesial, procurando demostrar que la Biblia tenía mayor autoridad que la tradición de la iglesia. “La palabra divina es infalible mientras que la palabra de la iglesia es falible” (puede fallar o equivocarse) sostenía Lutero, exponiéndose así a ser catalogado como hereje.

Con el fin de promover la reflexión, escribió sus cavilaciones en 95 tesis y las clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg, iniciándose así el proceso de La Reforma religiosa del siglo XVI, origen del cisma de la iglesia católica y surgimiento del protestantismo.

Lutero afirmó que la salvación del alma humana se obtiene solo por la fe y la gracia divina. No valen obras, méritos personales, ni penitencias para comprar el perdón de Dios y satisfacer su justicia. Sólo Cristo fue capaz de satisfacer la justicia divina y nosotros por fe en su sacrificio podemos ser declarados justos ante el Padre.

“Dios considera justo al hombre que posee la justicia que el propio Dios le ofrece” decía Lutero.

Así, sólo Dios es glorificado y la doctrina de la justificación por la fe “distingue a la iglesia de Cristo de toda religión falsa”.

Y aclaraba: “las buenas obras deben y tienen que ser hechas, no para que se confíe en ellas a fin de merecer gracia, sino por amor de Dios y para su loor”.

El reformador entendía que La Biblia, inspirada por Dios, debía llegar a manos de toda persona, por lo que él mismo se encargó de traducirla del hebreo y griego al alemán, para que todos la entendieran. Defendió asimismo, la interpretación libre de las Sagradas Escrituras sin la intermediación de la iglesia.

Declaró que todo creyente redimido es sacerdote, sin que medie ordenación especial eclesiástica (1ª Pedro 2:9; Apocalipsis 5:10)

Cuestionó el celibato sacerdotal (1 Corintios 9:5, 1 Cor. 7:2), casándose con una ex monja, Catalina de Bora con quien tuvo 6 hijos.

Se opuso a reconocer la autoridad papal, la vida monástica, la veneración de imágenes, reliquias y el culto a María virgen, rechazando así la tradición apostólica y el magisterio de la iglesia católica.

Solo reconocía en el texto sagrado dos sacramentos: el bautismo y la comunión. Los demás (confirmación, penitencia, etc.) los consideraba invención del clero.

Aunque su intención no era salir de la iglesia católica sino reformarla, fue declarado hereje y excomulgado en 1521.

Sus ideas revolucionarias se expandieron desde Alemania, a Francia (Calvino), Suiza (Zwinglio), Inglaterra y otros países, llegando luego hasta nuestras tierras.

La reforma de Lutero benefició tanto a la naciente rama protestante del cristianismo como a la rama católica. De hecho, en el Concilio de Trento (1545 – 1563) la iglesia católica puso fin a la venta de indulgencias, librando a sus fieles de tan oprobioso negocio.

Pero lamentablemente, el clero mantuvo en pie hasta hoy las demás prácticas y sacramentos sin sustento bíblico que Lutero denunciara.

Corresponde agradecer a Dios porque en todas las épocas de decaimiento espiritual, Él ha levantado hombres fieles como Josías, Nehemías, Ezequías y Lutero para hacer volver el corazón del pueblo a la verdad y a la santidad de Dios. Todos estos reformadores se caracterizaron por su devoción y temor a Dios, su celo por los asuntos divinos sobre esta tierra y por su intrepidez. Ellos contribuyeron a limpiar el pueblo de Dios de prácticas paganas e idólatras.

Las reformas religiosas de Josías (2 Reyes 22), Nehemías (Nehemías 8), Ezequías y Lutero compartieron como denominador común un retorno a la lectura y obediencia de la Palabra de Dios.

Cristo le aseguró a Pedro que las puertas del infierno no prevalecerían contra su iglesia (Mateo 16:18). Podemos inferir que Él sabía que una de las estrategias de Satanás sería atacar y desvirtuar la pureza del evangelio de la buena noticia de la gracia divina para con los pecadores necesitados de salvación. Y así efectivamente ha venido ocurriendo. Lo esperanzador es que Jesús aseguró que su iglesia saldría victoriosa y ha sido así.

Lutero fue el instrumento que Dios usó para asegurar al cristianismo occidental la pureza del evangelio original.

Es nuestra responsabilidad ser celosos guardianes de este legado, estando alertas y en guardia ante los peligros de esta hora. Satanás no descansa en su intento de debilitar y distraer de su cometido a la iglesia de Cristo. Los instrumentos pueden ser otros: cristianos menos lectores de la Biblia, que nos aletargamos en el confort de los templos en lugar de salir al mundo en busca de los perdidos, profetas y apóstoles auto-proclamados que imparten doctrinas propias, filosofías como la Nueva Era que se infiltran dentro de comunidades cristianas, pastores y líderes “estrellas” que buscan para sí la gloria que solo corresponde a Dios, etc.

Pero su Palabra no volverá a Él vacía (Isaías 55:11).

 

*Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 hs.

 

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