El elemento sobrenatural en la Iglesia Primitiva – 2

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Iglesia-primitiva

Por: Dr. Álvaro Pandiani*

Para continuar el tema retomamos lo que veníamos diciendo sobre la Iglesia Primitiva. Como ya dijimos, esa Iglesia Primitiva se extendería hasta principios del siglo IV; sin embargo, aquella iglesia en la que pensamos como tal, es la del siglo I, la Iglesia del período apostólico, signado por la presencia de los apóstoles, que fueron desapareciendo de a poco, hasta la muerte de Juan, a principios del siglo II. Los dos siglos restantes quedan comprendidos en el período de los Padres Apostólicos; es decir, discípulos de los apóstoles, y discípulos de discípulos de los apóstoles: Policarpo, Papías, Clemente, Ignacio, y padres posteriores como Justino, Ireneo, Tertuliano, Orígenes. Es un período interesante, porque en él asistimos a la declinación del elemento sobrenatural en la vida y extensión de la Iglesia, entendiendo por tal la actividad del Espíritu Santo en los creyentes y su fruto de vida fervorosa, santa y consagrada; vale acotar que otro aspecto, como es el de los milagros, prosigue, fundiéndose progresivamente con la magia y el fetichismo. Frente a esta declinación espiritual, también en este período surgen las primeras reacciones, entre las que destaca en forma apasionante la figura de Montano.

Muy poco tiempo después de haber comenzado la era cristiana, cuando la Iglesia aún no había salido de Jerusalén para iniciar la expansión mundial del mensaje de Cristo, la tormenta de oposición y persecución ya se había levantado. También resulta sugestivo que el primer encontronazo con las autoridades religiosas se dé en ocasión del milagro de sanidad de un hombre paralítico de más de cuarenta años de edad. La historia del paralítico que era traído cada día a una de las puertas del Templo, llamada la Hermosa, milagro por el que recibió lo que nunca había tenido, la capacidad de andar con sus propias piernas, también se ha incluido en los mensajes y arengas que procuran despertar en los tiempos que corren la conciencia de los creyentes, para buscar un despertar espiritual portentoso en todas las iglesias, en todas partes, entre todos los cristianos. Al leer las páginas del Nuevo Testamento – fundamentalmente Hechos de los Apóstoles – y si uno se despoja de todo prejuicio religioso – o antirreligioso – y le otorga al documento el justo valor histórico que posee, puede casi palparse la atmósfera electrizante que envolvía a los primeros cristianos. Casi en cada capítulo Dios interviene en forma sobrenatural.

Después de la curación milagrosa del paralítico, Pedro y Juan son encarcelados por predicar la resurrección de Jesucristo, y puestos en libertad, se reúnen con el resto de los cristianos para, unidos, elevar una sencilla oración a Dios pidiendo protección, y manifestando su intención de continuar la comisión de predicar que se les había encomendado, pese a la persecución. Finalizada la oración, el recinto donde se habían reunido tembló hasta los cimientos. Este breve terremoto local podría considerarse un fenómeno similar a aquel viento tempestuoso del día de Pentecostés, pues luego del temblor “todos fueron llenos del Espíritu Santo” (Hechos 4:31). Posteriormente los apóstoles continuaron predicando la resurrección en una atmósfera de poder espiritual y milagros. Poco tiempo después un matrimonio de miembros de la iglesia, enfervorizados por el prestigio que obtenían en la primitiva comunidad cristiana aquellos que donaban la totalidad de sus bienes, vendieron una propiedad y trajeron una parte del dinero, pretendiendo que la comunidad creyera que era la totalidad. El diagnóstico de Pedro fue paralizante: habían mentido a Dios; es decir, al tratar de mentir a la Iglesia, fue como si trataran de mentirle a Dios. Y el resultado fue mortífero: ambos cayeron muertos de una muerte que nadie pudo explicar. Y los hechos portentosos siguieron.

Pedro sanaba enfermos con su sombra; encarcelado nuevamente junto a los otros apóstoles, son liberados por un ángel. Milagros en Jerusalén por medio de Esteban; milagros en Samaria por medio de Felipe. Derramamiento del Espíritu Santo en Samaria por medio de Pedro y Juan. El archienemigo y perseguidor Saulo de Tarso, derribado en la carretera cerca de la ciudad de Damasco por una visión celestial y enceguecido, recibe la vista por medio de Ananías, un humilde cristiano que no vuelve a ser mencionado, y se convierte en cristiano. Un toque de aventura se añade a aquella atmósfera electrizante. Saulo debe huir de Damasco, bajando la muralla de la ciudad en una canasta para escapar de quienes amenazaban su vida. La historia continúa jalonada por hechos prodigiosos. El paralítico Eneas camina; una viuda laboriosa y devota llamada Dorcas, muerta, es resucitada. Se convierten al cristianismo los primeros no judíos, y el Espíritu Santo cae con maravilloso poder en casa del centurión Cornelio. Derramamiento del Espíritu Santo en Antioquía. Jacobo el hermano de Juan, el segundo mártir cristiano mencionado por su nombre en el Nuevo Testamento después de Esteban, ofrenda su vida por Cristo. Pedro, encarcelado por tercera vez, es nuevamente liberado por un ángel. Luego Pablo comienza sus viajes misioneros desde los extremos orientales de los dominios romanos hacia el resto del imperio. Milagros en Chipre (Hechos 13), milagros en Asia Menor (Hechos 14), milagros en Europa (Hechos 16), y algo que apasiona a muchos cristianos evangélicos de hoy en día: en Éfeso, ciudad de Asia Menor que era santuario de la magia pagana, los milagros de Dios por mano de Pablo empujan a los practicantes de la hechicería a destruir los libros de artes ocultas.

Todos estos sucesos portentosos se dan en medio de viajes, navegaciones marítimas peligrosas, violentas reacciones de oposición, corridas, encarcelamientos, escapes, apedreamientos, y del siempre emocionante espectáculo de ver hombres y mujeres abandonando sus pecados, su incredulidad y su paganismo, para entregar sus vidas a Cristo, y así hacer crecer en forma acelerada la Iglesia de Cristo, aquella Iglesia Primitiva. Uno no puede dejar de sentir, al leer Hechos de los Apóstoles, que algo potente estaba sacudiendo el mundo en aquel entonces. Así lo sentían los cristianos, como Pablo lo expresa en 2 Corintios 5:19: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo”. Y desde un punto de vista muy diferente, esa era también la impresión de los paganos, como evidencia la reacción de la gente de Tesalónica, quienes protestaron por la llegada de los misioneros, diciendo: “Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá” (Hechos 17:6).

Si echamos una mirada al interior de una iglesia local de aquel joven período, vemos a través de la primera epístola a los Corintios a una congregación cristiana primitiva preocupada por los dones espirituales y su ejercicio en la vida y las reuniones de culto. El énfasis del escritor sagrado está en definir correctamente los dones del Espíritu Santo y su lugar en la iglesia (capítulo 12), remarcar la supremacía del amor sobre toda capacidad sobrenatural de que el cristiano esté dotado (capítulo 13), y corregir los abusos que en relación a la exteriorización del elemento sobrenatural en la iglesia se infiltraban en las congregaciones locales que no contaban con un liderazgo adecuadamente cimentado en la Palabra de Dios. En 1 Corintios 3:1, 2, el apóstol Pablo escribe: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, no alimento sólido, porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía”. Aquí habla de la incapacidad de los cristianos de Corinto para recibir comida sólida, metáfora utilizada hasta el día de hoy, por lo menos en las iglesias evangélicas, para referirse a doctrinas profundas y complejas de la Biblia, en contraposición a la “leche”, es decir, enseñanzas elementales del cristianismo, aquellas que pueden asimilar quienes recién han principiado su andar en la fe. Este infantilismo espiritual incluía, obviamente, a los pastores de la congregación, pues el apóstol Pablo les habla a todos por igual. La inmadurez, la inexperiencia, y podemos suponer que hasta cierto punto la ignorancia en el manejo de un pode incomprensible, que hasta el día de hoy sigue estando mucho más allá del alcance de la capacidad humana, todo esto unido tal vez a sentimientos de asombro y superioridad, pudo dar como resultado, en primer lugar el descontrol en el uso de las capacidades sobrenaturales (“Si, pues, toda la iglesia se reúne en un lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?; Dios no es Dios de confusión, sino de paz”; 1 Corintios 14:23, 33). También es infantilismo pretender reproducir esas capacidades, cuando su auténtica fuente de origen sobrenatural no está activa por razones que están en el secreto inescrutable de los propósitos de Dios. A modo de resumen, Pablo recomienda enérgicamente: “Hágase todo decentemente y con orden” (1 Corintios 14:40).

El fin del libro de Hechos nos encuentra a principios de la década de los sesenta de aquel siglo. El apóstol Pablo está preso en Roma; del apóstol Pedro no hay noticia cierta. Se encuentran cristianos prácticamente en todas las regiones del imperio, y aún más allá. Tradiciones históricas de aquel tiempo, no bien documentadas, hablan de una visita hecha por Jacobo el hermano de Juan a España, antes de su martirio en Jerusalén. También otra historia, infiltrada de rasgos legendarios, ubica al apóstol Tomás en la India. Sea esto verdad o no, el hecho es que todo el mundo mediterráneo estaba sembrado de iglesias cristianas en aquellos sesenta. Nubes de tormenta cubrían ya el horizonte. El emperador romano Claudio César Nerón tras incendiar la capital del imperio, acusó a los cristianos – para alejar de sí las sospechas – y desencadenó una persecución sangrienta. Corría el año 64 D.C. Ni Pedro ni Pablo sobrevivieron a esta persecución. Quizás este suceso trágico represente un punto de inflexión en la historia temprana del cristianismo; un acontecimiento puntual que separa el período rutilante de las primeras décadas de vida de la iglesia, de la etapa posterior. Etapa en la que, no obstante, prosigue la intervención de Dios, concretamente en la inspiración de escritos que, reunidos, completarían el Nuevo Testamento.

En el escrito conservado como la epístola a los Hebreos puede leerse lo siguiente: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales, prodigios, diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad” (Hebreos 2:3, 4). Lo primero a decir es que los eruditos están de acuerdo en que Hebreos es un escrito procedente de los años sesenta del siglo I, precisamente esa década que estamos considerando, pues al referirse a los sacrificios de animales ofrecidos en el Templo de Jerusalén según el ritual judaico habla en tiempo presente (8:4), dando a entender que dicho ritual proseguía al momento de escribir la epístola; y dicho ritual prosiguió hasta el año 70, cuando las legiones romanas destruyeron Jerusalén y arrasaron el Templo, que hasta el presente permanece sin ser reedificado. Ahora, así como algunas cosas el escritor de Hebreos las pone en tiempo presente, otras las pone en tiempo pasado. Precisamente, en el párrafo reproducido se advierte la referencia a una etapa de predicación del mensaje cristiano acompañada de milagros portentosos y manifestaciones del Espíritu Santo; etapa que según algunos interpretan, al momento de escribirse esta epístola estaba finalizando. Sin embargo, la conclusión de que el escritor sagrado hace aquí una referencia nostálgica a un período radiante al que estaba llegando el ocaso es apriorística, influenciada por posturas teológicas modernas.

Lo que sabemos de cierto es que el apóstol Juan prosiguió como faro de luz espiritual por otras tres décadas o más, sobreviviendo incluso a la persecución de Domiciano, desencadenada a mediados de los años noventa de aquel siglo. Y con Juan y por medio de Juan, prosiguió por parte de Dios la entrega de los escritos inspirados que formarían el Nuevo Testamento. A fines de esos años noventa, o principios del siglo II, Juan, el último de los doce discípulos originales de Jesús de Nazaret, desaparece de la escena del mundo, y con su muerte se cierra la era apostólica.

Entonces sí, definitivamente, toca a su fin un período radiante.

 

* Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario. (Adaptado del El elemento sobrenatural en la iglesia primitiva, Parte 2, Capítulo 1 del libro Sentires, Editorial ACUPS, Montevideo, Setiembre de 2000).

2 Comments

  1. MOISES HIBRAIM NUNEZ dice:

    EXCELENTE… ! GRACIASSSSS

  2. Carlos dice:

    Queridos Hnos.
    Muy buen material de estudio, normalmente leo “Alimento para el alma” diariamente, así que conozco vuestros edificantes y profundos mensajes.
    Muchas Gracias.
    Dios Los Bendiga.
    Carlos Vanoli

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