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foto_romaiPor Alvaro Pandiani*

Para cualquier cristiano lúcido y atento a los tiempos que corrían los primeros años de la década del sesenta del primer siglo, la idea de una estrecha asociación entre el imperio y la iglesia habríale parecido descabellada. Los cristianos tenían mucho que decir sobre una cultura cimentada en el paganismo, la corrupción, la inmoralidad, el desenfreno sexual, y otros múltiples vicios, ya antes que esa cultura decidiera que los seguidores de Cristo debían ser suprimidos a sangre y fuego. A partir de esos sesenta, y por casi doscientos cincuenta años, hombres tan desquiciados como Nerón y Domiciano, o tan aparentemente justos como Trajano, Marco Aurelio o Diocleciano, ordenaron, propiciaron o condescendieron con una serie de hasta diez periódicas tempestades de intolerancia religiosa, que apenas si tocaron a los adeptos de las muchas religiones no exclusivistas que pululaban en el imperio, pero que tenían un muy especial efecto sobre la Iglesia Cristiana, institución religiosa exclusivista si las hay. La historia del cristianismo en los primeros siglos es una demostración potente ante los ojos del mundo contemporáneo de la verdad de aquellas palabras inspiradas del apóstol Pablo: „…lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es“ (1 Corintios 1:28). La ferocidad cruel de los siglos de persecución fracasó en su intento de extirpar el cristianismo, y no solo eso; esa religión de pobres y esclavos, inextinguible bajo los fuegos de la persecución, fue entretejiéndose en forma subterránea en los cimientos mismos de esa sociedad, y al fin de ese período emergió triunfante para ocupar un sitial de preminencia en la estructura social del imperio, al que habría de sobrevivir.

Esa supervivencia de la iglesia sobre una civilización que llevaba casi un milenio de esplendor, es justamente el tema de este capítulo.

Y esa integración progresiva que llevó al cristianismo a la victoriosa supremacía sobre el resto de las religiones del mundo mediterráneo y oriental, es la base del siguiente período; perío-do de estrecha asociación entre la iglesia y el imperio. Asociación estrecha que llevó a la iglesia a enfrentar el derrumbe del imperio como su propio derrumbe.

El período de libertad comienza a principios del siglo IV. Luego de la abdicación de Diocleciano y tras el cese de la última y más feroz de las persecuciones, el hombre que llegó al imperio, Constantino, sería recordado por la historia por ser aquel que sacó a la iglesia de las catacumbas y la sentó en una silla de honor junto a su trono. De esta inicial simpatía del hombre que finalmente llegó a dominar como Augusto sobre todo el imperio romano en oriente y occidente, nacería el proceso de triunfo del cristianismo sobre el viejo azote de la persecución; pero del mismo se  gestarían   también   nuevos  peligros.(2)   Las  consecuencias  inmediatas  de  esa  unión  tuvieron vigencia mientras el imperio se mantuvo en pie, pero algunas persistieron luego que éste se había desmoronado.

Mientras transcurría el poco más de siglo y medio entre la libertad religiosa inicial para el cristianismo y el desmembramiento final del imperio romano, fruto de las continuas invasiones bárbaras, se desarrolla un proceso diríamos de afirmación de la iglesia, en una sociedad tambaleante; una independencia de la injerencia estatal en los asuntos eclesiásticos, fuerte en los días de Constantino, y finalmente la teoría de la supremacía del poder espiritual sobre el temporal (iglesia sobre estado).

„Paralelamente a un desarrollo doctrinal cuyas posibilidades de aplicación son en principio muy remotas, tiene lugar un proceso institucional del que surgirá una Iglesia centralizada en torno al primado de Roma, liberada de la tutela imperial y con su centro de gravedad en occidente. La autoridad pontificia se establece a través de un dilatado proceso histórico, que conduce paulatinamente de una primacía de honor que no le venía necesariamente del evangelio, sino de la organización eclesiástica del siglo IV que estaba calcada de las instituciones del imperio romano, a una concentración del poder efectivo en sus manos“ (2). Fuera del hecho de que esa primacía del obispo de Roma, como dice el Dr. Vila, „no le venía necesariamente del evangelio“, hay un hecho providencial aquí a destacar, y es que parecía estar funcionando otra vez el mecanismo de seguridad que ya había funcionando cuatro siglos antes, aunque de una forma asáz distinta. La civilización  fundada y sustentada por Roma se caía a pedazos. Antiguas provincias eran ahora, fundamentalmente al promediar el siglo V, reinos bárbaros con un nivel cultural inferior. La propia sociedad romana estaba en decadencia; las guerras intestinas se sucedían entre los distinos cuerpos del ejército, cada uno pugnando por poner a su líder en el trono imperial, trono en el que duraría poco por intrigas palaciegas y asesinatos. Dice el profesor León Homo en su Nueva Historia de Roma que entre el 455 y el 476 D.C. reinaron nueve emperadores, habiendo nueve meses de interregno.(3) El agotamiento de los recursos que provocaban las continuas luchas internas, la situación indefensa de las fronteras por este mismo motivo, y por la falta de efectividad de las legiones, pálido reflejo de la máqujina militar de la Roma de otros tiempos, sumergía a las gentes en un estado de incertidumbre y grave inseguridad. La corrupción del estado y las presiones fiscales asfixiantes, método desesperado para obtener recursos por parte del gobierno, agravaban dicha situación. Los ciudadanos entonces buscaban refugio en la iglesia. Desde siglos antes, ciudadanos del imperio huían a la soledad de los desiertos para escapar de las presiones impuestas por el estado. En esta época, muchos escapaban a sus obligaciones imposibles de sobrellevar refugiándose en los monasterios. En un hecho puntual pero muy significativo, cuando Alarico conquistó Roma, en el 410 D.C., con el imperio aún en pie, las basílicas de San Pedro y San Pablo se transformaron en refugio de una población desesperada por escapar al saqueo. Los godos de Alarico, cristianizados por los arrianos a fines del siglo anterior, respetaron las iglesias.

Había aquí una institución paralela al imperio; una religión estructurada y organizada según los moldes del imperio; una fe arraigada sino en el corazón, por lo menos en el sistema oficial de ideas y creencias del imperio, y entretejida en el credo al que la vasta mayoría de sus habitantes rendían adhesión. La Iglesia Cristiana de este período fue la Iglesia Imperial; pero cuando el imperio romano de occidente cayó, aquella se sacudió el mote de „imperial“, y siguió su marcha hacia el futuro. Tal vez podría decirse que el cristianismo usó a ese imperio romano que había intentado antes destruirlo; y lo usó como trampolín para proyectarse hacia el destino que le deparaba la historia.

Es un hecho incontestable que la segunda vez que la Iglesia Cristiana se enfrentó a la caída de una civilización con la que había estado íntimamente relacionada, sobrevivió, entrando en un período de nueva expansión y logros mayores aún.

*El Dr, Álvaro Pandiani es columnista de la programación de RTM UY en “Diálogos a Contramano que se emite los martes 21:00 a 21:30 hs. Este escrito es parte del libro “El Magnífico Derrumbe” que fue publicado electrónicamente en la página de Internet de Iglesia en Marcha. Otros capítulos de esta obra fueron discutidos en esta programación al comienzo de la columna con el Dr. Pandiani en el año 2006.

3 Comments

  1. guillermo dice:

    que la relacion que pusiste con el respecto a lutero, no lleva a la conclusion de que el fuese el primero en desertar a la esta religion ya que si te vas a estudios mas concretos obviamente que hay que saber la veracidad de las fuentes , entonces mencionas a lutero como el precursor de la influncia de constantino atravez de una vision cristiana por ende el cristianimo tuvo el poder absoluto en el periodo del siglo III y bajo el reinado de constantino obviamente a lo que voy es que tu opinion sobre lutero esta confusa y no señalas la fuente en la que llegas a esa conclusion hay que ver eso ok checa la verasidad de tu fuente. chauu

  2. guillermo dice:

    pues mira el analisis me parece sorprendiente pero estoy en desacurdo con la compañera que dejo su cita ; ya que mira para empezar la vison cristiana en la roma se modifica a atravez del edicto de milan, fue entonces que esta religion tuvo auge ya que tiempo atravez del tratado esa religion fue tratada como hereje el que practicaba esa religion, entonces a lo que voy es

  3. Ester dice:

    Qué interesante!! Varios aspectos importantes. Por un lado la infiltración de lo mundano , pagano , de lo externo en el cristianismo. Y así es a nivel individual y colectivo. Un alejamiento de lo primigenio y que interesante lo que se fue dando desde el Siglo XIV cuando comienza el Renacimiento. Hubo que esperar varios siglos para volver a aquel cristianismo primitivo o primigenio y se dio con Lutero. Pero ya antes Dios fue preparando el camino si miramos la Alemania Rencentista observaremos la presencia de lo que Lindsay llama hermanos. Estos fueron antecesores de Lutero , comenzaron a apartarse de la iglesia de Roma. Me pareció pertinente plantear esto porque el columnista aludió a Lutero y a esa vuelta a los principios.

    Por otro lado Dios tb. fue el que permitió la presencia y acción de un Constantino. su corazón , su intención sólo la conoce Dios.

    Fundamental la comprensión intelectual y espiritual dejando que la Palabra haga su obra.
    Frente al menosprecio, continuar, siempre.

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