Cuando Dios necesitó pañales

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Sí, Dios necesitó pañales. El relato del nacimiento de Jesucristo lo menciona en una corta frase, “Y (María) dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales…” (Lc. 2:7). Sin embargo, el hecho por simple que parezca me conmueve. Aquellos que somos padres y hemos tenido que cambiar los pañales de nuestros hijos sabemos bien lo que su presencia significa en la casa.

¿Quién usa pañales? Aquel que sufre alguna incontinencia. En el caso de los bebés por su falta de madurez en el control de los esfínteres. Eso es comprensible y lo aceptamos. Se vuelve una tarea rutinaria, maloliente, sucia y molesta. Pero alguien tiene que cambiar los pañales, es parte de la paternidad, y en definitiva un acto de amor hacia nuestros hijos.

Ahora, es importante notar que María no pudo usar ninguno de los prácticos pañales anatómicos y descartables del siglo XXI. Recuerdo a mi madre en mi “tierna” infancia lavando y colgando decenas de pañales de tela, chiripás y la bombacha de goma de mis hermanos. Somos cuatro en total. Así que imagine lo que fue esa titánica tarea.

¿Cómo habrá sido hace 2000 años atrás? ¿Cómo hizo María para lavar los pañales? ¿Cómo se las arregló para mantener sin paspar la colita del niño Jesús sin las cremas y talcos hipoalergénicos que tenemos hoy? Todas preguntas que hacen de esta situación doméstica toda una hazaña por parte de esa madre primeriza y adolescente, sin la atención médica adecuada y nadie más de la familia que la acompañara, salvo su esposo José que sostuvo la familia comprometidamente.

En esta nueva Navidad, como en todas ellas, los pañales toman una nueva dimensión: son una señal de Dios.

Cuando los pastores, que cuidaban sus rebaños en las cercanías de Belén, recibieron la noticia del nacimiento de Jesucristo, el ángel les dijo que “la señal” del anuncio sería el niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lc. 2:12). ¿Y? ¿Qué tiene eso de especial? Miles de niños en Latinoamérica nacen todos los días en los lugares más insólitos y debido a la pobreza en condiciones similares.

Pero un momento, piense en ello: ¿Dios necesitando pañales? ¡Impresionante! El Dios Todopoderoso del universo se humilló de tal manera que precisó que su madre le limpiara la cola como a cualquier otro mortal que habita esta tierra.

El Apóstol Pablo describió este acto de Jesucristo con las siguientes palabras que bien vale la pena repasar en el segundo capítulo de su carta a los Filipenses:

“Aunque existía con el mismo ser de Dios,
no se aferró a su igualdad con él,
sino que renunció a lo que era suyo
y tomó naturaleza de siervo.
Haciéndose como todos los hombres
y presentándose como un hombre cualquiera,
se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte,
hasta la muerte en la cruz.
Por eso Dios le dio el más alto honor
y el más excelente de todos los nombres,
para que, ante ese nombre concedido a Jesús,
doblen todos las rodillas
en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra,
y todos reconozcan que Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.”

Ahora, cada vez que veo un pañal mi perspectiva cambia. Lo tomo como un recordatorio de “la señal” de Dios para todos nosotros. De un Dios que se hizo como cualquiera de nosotros, que experimentó todas nuestras incontinencias y limitaciones, siendo uno de nosotros, dándonos una señal de amor y cercanía; un niño en pañales y acostado en un pesebre. En Él, cada Navidad, renovamos la esperanza de una vida diferente de gozo y paz, sabiendo que el Creador no se ha desentendido y abandonado a su obra en la falta de esperanza y la desesperación. ¡No! Dios está con nosotros, nos comprende y calzó nuestros zapatos.

¡Dios en pañales! ¡Qué impresionante acto de amor! ¿Lo valoramos en su justa medida?

Lic. Esteban D. Larrosa

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