Sin perder la compostura
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Alcemos nuestros ojos
11 octubre 2022
Lectura: 1 Juan 3:11 – 16
“En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.” v.16
El ser humano es, en general, desmemoriado. Una parte de ello tiene que ver con nuestras capacidades finitas. Pero hay otra parte, y bastante importante, debo decir, que más que con una cuestión de capacidad, tiene que ver con la disposición a olvidar, a no retener, porque le
quitamos importancia.
Nuestra mente suele escoger selectivamente aquellos estímulos que quiere conservar. Es cierto que, en muchas ocasiones, almacenamos recuerdos que nos gustaría poder borrar. Pero en lo que tiene que ver con el ejercicio voluntario de hacer memoria, al margen de las cuestiones que quedan fuera de nuestro control, somos muy selectivos.
El antídoto al veneno de nuestro propio orgullo y autosuficiencia como seres humanos tiene que ver con hacer memoria: recordar de dónde salimos, Quién nos salvó… y, sobre todo, no olvidar que fue a precio de sangre, el Justo por los injustos, Su vida por nosotros. De ahí se
desprende, sin posibilidad de otra cosa, la realidad –que nos gustaría olvidar y, por tanto, desatendemos: si somos “víctimas” del amor y de la gracia, no se pedirá menos de nosotros en cuanto al trato que dispensemos a los demás. El amor es dar la vida por otros. No siempre es de manera integral, como Jesús hizo, pero hemos de reconocer que nos cuesta también demasiado hacerlo en lo pequeño. Nosotros éramos “el otro”, “el ajeno”, “el apartado” al que Dios amó. ¿Podemos, de verdad, eludir amar al otro, cuando hemos sido amados primero?
Lidia Martín Torralba, España
El amor cuesta. El amor es auto-sacrificio