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«Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra» v. 2
En esta oportunidad me gustaría compartir una enseñanza sobre la adoración que Dios acepta. La advertencia fue y sigue siendo de gran bendición para mi alma y es mi deseo que también lo sea para la suya. Tiene que ver con el corazón al momento de acercarnos a Dios. Porque es en ese momento que más atraídos somos por naturaleza, a querer ser vistos por los hombres, siendo que el objetivo es ser tenidos en cuenta por Dios.
Debemos recordar que Él no mira al altivo, al que busca alabanza de los hombres, al que quiere exponerse para ser visto y recibir incienso de los demás; a ellos, el Señor mismo les dice que ya tienen su recompensa (Mateo 6:1-2,5,16).
Así que es necesario: Primero, que busquemos la gloria de Dios, no la nuestra. Segundo, que al acercarnos a Dios lo hagamos con humildad, con pobreza de espíritu, sin justicia propia, considerando sus mandamientos. Busquemos de corazón, vestirnos como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándonos unos a otros, y perdonándonos unos a otros. De la manera que Cristo nos perdonó, así también hacerlo nosotros. Y sobre todo, que nos vistamos de amor, que es el vínculo perfecto (Colosenses 3:12-14).
¿De qué sirve ser visto por los hombres si el Dios Altísimo no nos mira? ¿De qué sirve recibir alabanza de los hombres si el Señor nos rechaza?
Francisco Pintos, Paraguay
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.