¿A qué nos aferramos?

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El bien morir
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Por: Ps. Graciela Gares*

Parte 1:

Parte 2:

Parte 3:

En la época actual es más fácil adquirir objetos que construir y conservar vínculos humanos satisfactorios.

Se ofrecen muchas relaciones light que no colman las necesidades profundas del alma humana. Los amigos íntimos escasean, los vínculos conyugales ya no se piensan para toda la vida, los vecinos suelen no conocerse entre sí, las redes de contención social son insuficientes, las relaciones laborales se han tornado muy competitivas y como consecuencia, los individuos experimentan profundos sentimientos de soledad.

Algunas personas tienen mayor dificultad que otras para rodearse de contactos humanos significativos y, casi sin quererlo, comienzan a desarrollar vínculos emocionales con objetos o con animales, pretendiendo así llenar su doloroso vacío afectivo. Sobre la marcha, descubren cierta satisfacción y una amortiguación ilusoria de la soledad.

Los objetos que algunos individuos comienzan a acumular pasan a constituirse en su refugio del mundo exterior y les proporcionan una seguridad aparente. Ello puede constituir el inicio del “trastorno de acumulación compulsiva” o “síndrome del acaparador”, una perturbación de la conducta humana que algunos estiman que está creciendo en frecuencia y afectaría al 4 % de la población mundial.

Si bien los casos más conocidos a raíz de su difusión pública refieren al “Síndrome de Diógenes”, existen otras conductas que representan distintos grados de la patología acumulativa.

Las situaciones más leves de este fenómeno pueden pasar desapercibidas, siendo ocultadas por quien las vive. Por ejemplo, una dama –compradora compulsiva- que teniendo 15 o 20 pares de zapatos o carteras, corre a la liquidación de un shopping a comprarse calzado nuevo. Un caso sutil y aparentemente inocuo. 

En cambio, los casos extremos pueden requerir intervención del Estado para su control, dado que distorsionan el entorno social. De hecho, la Defensoría del Vecino o Salubridad de la Intendencia Municipal debieron organizarse para actuar ante denuncias de vecinos de alguien que padece el Síndrome de Diógenes.

¿Quién llega a ser un acumulador compulsivo y cómo se expresa ese trastorno?

Se define como un trastorno psíquico que induce a un individuo a acaparar compulsivamente objetos diversos, – a veces considerados inservibles por la mayoría de las personas -, pero de los cuales el sujeto no puede desprenderse ya que considera que algún día los podrá necesitar.

No toda acumulación de objetos es un comportamiento anormal o patológico.

El coleccionismo, por ejemplo, es una conducta humana (hobby) frecuente y normal (coleccionar antigüedades, monedas, obras de arte, relojes, diarios antiguos, etc.). Se dice que el coleccionismo es motivado por el deseo de resistir el pasado y mantener la memoria.

Pero cuando la acumulación compulsiva de objetos (o animales) afecta la calidad de vida personal (descanso, higiene, orden y comodidad dentro del hogar), familiar y social de un individuo, estamos ante una patología (a veces psiquiátrica) o un desorden del comportamiento, que suele acompañarse de aislamiento, reclusión domiciliaria, quiebre de las relaciones sociales, negligencia en la higiene personal, etc.

Estas formas enfermizas suelen darse con mayor frecuencia en adultos mayores que viven en soledad y cuentan con escaso apoyo familiar o sin red de contención social. A menudo adolecen de trastornos psiquiátricos y no tienen conciencia de estar enfermos.

Con menor severidad el problema puede afectar a personas de edad media, presentando distintas modalidades. Algunos individuos acumulan mascotas (40, 50 o hasta 200 gatos p. e.) a  las consideran “parte de su familia”, estableciendo con ellos fuertes lazos afectivos y emocionales.

Otros acumulan toda clase de objetos usados (algunos útiles, otros inútiles), incluso los que han recogido junto a contenedores de basura. Otros acaparan objetos nuevos (suelen ser compradores compulsivos). Y los menos (felizmente), directamente almacenan toneladas de basura en su hogar.

Los acumuladores compulsivos manifiestan que no pueden desechar ni desprenderse de los objetos que han juntado, ya que a cada cosa le atribuyen un valor afectivo o sentimental.

Este fenómeno no distingue clases sociales y puede verificarse en barrios humildes o en zonas de nivel social privilegiado.

¿Qué consecuencias acarrea este comportamiento a quien lo vive y a su entorno familiar y social? En sus formas leves, el acaparador de objetos genera una dependencia anímica de las cosas materiales, insatisfacción interior, deudas y el trabajo de ocultar estas realidades.

En sus formas graves el acumulador vivirá en el desorden, suciedad, caos en el lugar donde vive, olores desagradables, posible aparición de plagas (ratas, pulgas, etc.). Si la acumulación de cosas se da en el dormitorio e invade la cama, el habitante pasará a dormir en un sillón o en algún otro rincón de la casa. Si invade la cocina, dejará de cocinarse.

Contrariamente a lo que puede pensarse, quienes lo padecen tienen o tuvieron una familia propia, pero el estilo de vida de los acaparadores compulsivos puede llevarlos al quiebre de vínculos sociales, ya que sus familias les abandonan o toman distancia de ellos cuando ya no soportan convivir en ese hacinamiento de objetos.

El trastorno suele instalarse a partir del surgimiento de dificultades matrimoniales, divorcio, jubilación reciente o comenzar a envejecer. Pero estas circunstancias son sólo detonantes y no constituyen la causa del problema.

Desde la psicología se da por descontado la existencia de cierta personalidad previa como terreno propicio para el desarrollo de esta patología. Se trata de personas a las que habitualmente les cuesta mucho empatizar (“ponerse en los zapatos del otro”), con tendencia a ser solitarias, obstinadas y con conflictivas personales de larga data no resueltas. A la incapacidad de sentirse amados suman el error de volverse egocéntricos, para compensar déficits afectivos de las etapas tempranas de la vida.

En su infancia pueden haber experimentado situaciones de abandono o trato negligente por parte de sus figuras paternas, o abusos. En general, no se sintieron queridos.

El acumulador tiende a silenciar su conducta acumuladora y rechaza recibir ayuda, ya que no se propone cambiar.

Los acaparadores de objetos  asocian cada objeto material que poseen a un recuerdo de sus vidas y así van cargando afectivamente cada cosa de modo que no querrán luego desprenderse de ella. Depositan en las cosas materiales el amor que deberían depositar en los humanos, por lo que desapegarse de tales objetos (o animales) les causaría angustia, dolor y aún remordimiento.

El peligro y el error de desplazar el afecto de los humanos hacia las cosas, está facilitado o inducido por factores culturales como el materialismo, consumismo, ateísmo y los insatisfactorios vínculos “light”, y en definitiva, habla de las profundas necesidades de afecto y sentido de vida del  hombre y la mujer en la post-modernidad.

Cada acumulador compulsivo es un individuo que no ha podido experimentar el amor verdadero, no se siente amado (aunque lo amen), duda del afecto humano y más aún del divino y no ha logrado descubrir el sentido de la vida.

Pero no sentirse amado no equivale a que nadie nos ame. Siempre hay personas en nuestro entorno que nos aman y nos necesitan. Basta con dejar de mirar nuestras circunstancias para darnos cuenta de ello. Y por sobre todo, Dios nuestro Creador nos ama y nos lo demuestra cada día, proveyendo diariamente las condiciones para que sigamos vivos. Y especialmente lo demostró cuando castigó a su Hijo, haciéndole morir por nuestra maldad.

Cada individuo necesita compartir su vida con otros seres de su misma naturaleza y con su Creador, a cuya imagen ha sido creado. De allí que ningún acaparador de objetos pueda ser feliz, ni alcanzar satisfacción de sus necesidades humanas y espirituales.

Dios nos dio las personas para amar y los objetos para usar. Jesucristo enseñó que “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15) y aconsejó:

“No acumulen tesoros en la tierra, donde hay ladrones que roban y gusanos y polillas que echan todo a perder. Mejor junten tesoros en el cielo, adonde no llegan ladrones ni los gusanos ni las polillas”. (Mateo 6:19).

¿Cuál es el propósito de la existencia del ser humano sobre este planeta? La Biblia lo expresa así:

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27).

Aferrarse a elementos materiales (objetos, dinero, etc.) constituye un intento fallido de hallar valor o propósito y de llenar vacíos que existan en nuestras vidas.

Toda relación idolátrica con las cosas, que deteriore nuestra calidad de vida, es perniciosa. El acumulador compulsivo afirma tener muchas cosas, las que considera su tesoro pero en realidad las cosas lo poseen a él, ya que no puede desprenderse de ellas sin sentir gran malestar. Esa es su esclavitud. Se volvió esclavo de cosas que sabe que son perecederas. Y sigue con hambre de afecto verdadero que sólo puede hallar en Dios.

¿Cómo ayudar? Quizá sea necesario proponerle primero llenar su vacío con amor verdadero y luego negociar con él o ella la renuncia y el abandono progresivo de parte de su enjambre de objetos. Salvo que esté en juego la seguridad de otros y en tal caso la autoridad pública debe actuar.

Quienes nos consideramos cristianos debemos ser los portadores del mensaje a estas personas de que Dios quiere recibirles como un padre misericordioso recibiría a su hijo en su hogar. Decirles que Su amor es perfecto y no cambia ni falla y puede aceptarles tal como son, perdonarles sus errores, sanar los daños emocionales o cicatrices del pasado y llenar todo  vacío del alma humana.

*Ps. Graciela Gares – Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 hs.

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