
Por: Ps. Graciela Gares
Parte 1:
Parte 2:
Uruguay ha debatido durante 8 años sobre la eutanasia, un proyecto legal al cual nos oponemos todos los defensores de la vida humana. ¿Qué hay detrás de la eutanasia y el suicidio asistido? No solo mandatos de la geopolítica internacional, sino también la dificultad del hombre de hoy para enfrentar el cierre de su propia partida de esta vida.
Nos proponemos entonces hablar sobre saber vivir y saber morir.
¿Cómo afronta la muerte el hombre contemporáneo?
Para el hombre y la mujer de la postmodernidad la muerte se ha convertido en un tema tabú. La quitamos de nuestro hablar cotidiano. No es vista como algo esperable. Intentamos vivir como si no fuésemos a morir nunca. Tampoco cuidamos responsablemente nuestra salud mientras la tenemos. Solemos aún no cuidar bien los afectos. Postergamos cosas importantes. Priorizamos lo material. No usamos bien el tiempo.
Tenemos dificultad en aceptar e integrar el final de la vida e intentamos ocultar y negar el envejecer y la muerte. La ciencia promete extender la vida y apelamos también a la tecnología para el control y monitoreo de nuestros signos vitales. Que nada escape a nuestro control y, en suma, tratar de postergarla a toda costa lo que sabemos que es inevitable.
Los tiempos de velatorios se han reducido al mínimo. Los sitios para ese ritual de despedida fueron “tercerizados” hacia salas mortuorias de empresas, alejados del hogar del moribundo. También expulsamos de la intimidad del hogar la agonía, trasladándola a los hospitales donde se aguarda que uno muera para dar a otro esa cama. A menudo, se elimina o dificulta la experiencia del acompañamiento familiar del que parte.
A veces hablamos de ir a un entierro como un mero trámite a cumplir. Y a la hora del balance final nos desesperamos pues no nos hemos preparado en vida para la partida. Surge entonces el deseo de tomar control de la situación “adelantando” el trámite de morir.
Mientras los propulsores de la cultura de la muerte usan eufemismos como “muerte digna y muerte asistida” para encubrir asesinatos, el Dr. Jorge Patpatián, quien comparte la cosmovisión cristiana ha dicho: “provocar intencionalmente la muerte es tarea de verdugos o asesinos, no de médicos. Los médicos colaboran para curar y si no es posible, aliviar el sufrimiento”.
El texto bíblico establece claramente: “El Señor quita la vida y la da; nos hace bajar al sepulcro y de él nos hace subir” (1 Samuel 2: 6). Y el Creador afirma tajantemente: “Yo soy el único Dios; no hay otros dioses fuera de mí. Yo doy la vida, y la quito… No hay quien se libre de mi poder (Deuteronomio 32: 39).
Por tanto, nuestra generación debe saber que la eutanasia no será nunca un derecho, aunque se legalice. Será siempre una rebelión contra Dios. Un Dios que tampoco desea el sufrimiento indecible para el ser humano y de eso trata el artículo presente.
En la Biblia hallamos ejemplos de cómo afrontaba la muerte el hombre en la antigüedad, y ello puede servirnos de inspiración.
En el libro 1 Reyes 2, se relatan las últimas instrucciones del legendario rey David a su hijo: “La muerte de David se acercaba por momentos, así que David ordenó a su hijo Salomón: voy a emprender el último viaje, como todo el mundo. Ten valor y pórtate como un hombre. Cumple las ordenanzas del Señor tu Dios, haciendo su voluntad y cumpliendo sus leyes, mandamientos, decretos y mandatos, según están escritos en la ley de Moisés, para que prosperes en todo lo que hagas y dondequiera que vayas.”
Lo primero que expresa es la aceptación de la muerte como el final del camino para todo ser viviente. Y esa aceptación es lo opuesto a la resistencia y desesperación con la cual hoy muchos enfrentan su final en este mundo. Luego David asume la tarea de dar instrucciones finales a su hijo, lo cual llena de intenso propósito esas últimas horas de un padre. Se le nota preocupado por el bienestar futuro de su descendiente y esto es una forma de prodigar amor. Es amar hasta el último aliento.
No sabemos si experimentaba algún dolor o sufrimiento físico, pero si así fuera, David no se focalizaba en ello, no pensaba en sí mismo sino en dejar un legado. Por la lectura del capítulo anterior sabemos que su cuerpo anciano y debilitado no entraba en calor, experimentaba hipotermia. Pero su atención no estaba en sí mismo.
Otro relato bíblico sobre cómo afrontar la muerte sabiamente refiere a la partida del patriarca Jacob. Había llegado a la edad de 147 años y dice que un día sintió que pronto iba a morir. Él lo refería como “ir a descansar con sus antepasados”.
Cuando su hijo José vino a visitarlo “Jacob hizo un gran esfuerzo y se sentó en la cama.” “Ya era muy viejo y le fallaba la vista. No podía ver muy bien”. Y le dijo a su hijo: “Ya no esperaba volver a verte y, sin embargo, Dios me ha dejado ver también a tus hijos.”
Luego de ese reconocimiento de la bondad de Dios, se ocupó de bendecir a su hijo y nietos y darles palabras de esperanza: “Mira, yo voy a morir; pero Dios estará con ustedes y los hará regresar a la tierra de sus antepasados.” Luego dio palabras proféticas al resto de sus hijos.
“Cuando Jacob terminó de dar estas instrucciones a sus hijos, volvió a acostarse y murió”. (Génesis 48 y 49)
Allí observamos el mismo patrón de conducta:
a-reconocer la cercanía de la muerte y aceptarla
b-focalizarse en pasar un legado de instrucciones de vida y bendecir a sus descendientes
c-aferrarse a su fe en Dios
d-desviar la atención de lo que estaría experimentando corporalmente
e-partir en paz, sin resistencia
Ese buen morir puede trasmitirse de una generación a otra. Vemos que, a su tiempo, su hijo José enfrentó la muerte de un modo similar: “Un día José dijo a sus hermanos: “Me falta poco para morir, pero Dios vendrá a ayudarlos, y los sacará de este país para llevarlos a la tierra que les prometió a Abraham, Isaac y Jacob”. Y luego el relato dice que José murió. (Génesis 50: 24 – 26)
Hubo aceptación, tranquilidad, preocupación y cuidado por los que quedaban y afirmación del legado de fe. Vale tener esos ejemplos ancestrales a la vista a la hora de definir qué sería morir con dignidad.
Aquí compartimos algunas pautas o aspiraciones deseables para enfrentar ese momento trascendente de abandonar la experiencia terrenal:
- En mi lugar o territorio propio; es decir, si es posible, en el seno de mi hogar (con la asistencia terapéutica que el caso requiera).
- En silencio y calma; no en medio del trajín de un CTI, sanatorio u hospital.
- En privacidad, no rodeado de extraños.
- En compañía y contención de gente que yo escoja y ame: pareja, hijo, padre o madre, amigo íntimo, sacerdote o pastor.
- Cerrando ciclos con quien sea necesario. Reafirmando y recibiendo afecto, dando y recibiendo perdón.
- Con el alivio medicinal que amerite la situación (cuidados paliativos, si es el caso)
- Despidiéndome de los que amo con un “hasta pronto” cargado de esperanza.
- Bendiciendo, aconsejando y pasando el legado de fe a los que quedan.
- En paz con mi Hacedor: confesando y recibiendo perdón para ir su encuentro.
Alcanzados estos objetivos, ya no es necesario el suicidio. Podremos partir en paz.
Ps. Graciela Gares: Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h