De la sección “Es bueno saberlo” del programa “Los años no vienen solos”.
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Tomado de: Revista Diálogos. Edición Nro. 13
Existe mucha evidencia que afirma que la religión contribuye positivamente a la salud, tanto física como mental, de los individuos. La esperanza de vida alcanza los 80 años y queremos llegar a este alargue de forma digna, sana y feliz. Si bien está ampliamente documentado que las condiciones de vida —salud e ingreso—, y los vínculos sociales, especialmente familiares, tienen un impacto positivo sobre el bienestar de la población adulta en esta ocasión el interés particular está puesto en la religión, concretamente en la religiosidad, como factor protector de un buen envejecer, temática que ha sido escasamente abordada.
Las personas que practican una religión presentan menor prevalencia de algunos tipos de cáncer, enfermedades coronarias y cerebrovasculares, un mejor funcionamiento cognitivo y tienen tasas de mortalidad significativamente más reducidas. También se observa que tienen menores tasas de deterioro funcional y de discapacidad y hay menor índice de tabaquismo, consumo de alcohol y abuso de drogas menos prevalentes. Esto, en parte, se explica porque la religión impone una serie de reglas no solamente asociadas al comportamiento ético de los sujetos, sino también en lo que respecta a la ingesta de comidas y bebidas, la actividad sexual, entre otros aspectos; promoviendo hábitos saludables que favorecen un buen envejecer.
En el caso de la salud mental, varios estudios muestran cómo la religión favorece el ajuste a eventos estresantes y ayuda a contrarrestar síntomas depresivos y ansiosos, a través de mecanismos psicosociales que incluyen apoyo social mejorado, un mayor compromiso de actividad y mejoramiento en la adaptación, puesto que afecta la interacción social y la construcción de redes, incrementando las oportunidades de recibir una ayuda rápida y de mejor calidad en caso de necesidad, especialmente en condiciones de vulnerabilidad física, psicológica y económica, que son comunes en la vejez.
La religión nos permite darle sentido a las vicisitudes de la vida y enfrentarlas de una mejor manera, pues ofrece símbolos poderosos y rituales complejos (explicación) para lidiar con las tensiones que se acumulan, de manera especial, en la etapa final de nuestra existencia. A esto se debe agregar la capacidad inaudita de la religión —de la que carece cualquier otro sistema social de ofrecer un sentido específico al dolor, el sufrimiento y la muerte, contribuyendo todo ello a un buen envejecer.
Otros estudios muestran que las generaciones más envejecidas son quienes perciben a la religión como uno de los aspectos más relevantes de sus vidas, lo que en parte se explica por la teoría de la secularización, que indica que cada generación será portadora de un nivel de religiosidad más bajo que la anterior, y también por la teoría de la elección intertemporal y de formación de capital, que predice que la gente se vuelve más religiosa a medida que envejece , lo que parece muy plausible, “ya que a medida que las personas se acercan a la muerte, los factores espirituales podrían llegar a ser cada vez más importantes, siendo la religión un fuerte componente de disminución del estrés que implica enfrentarse a la muerte”.
Por otra parte, en relación con la asociación entre religiosidad y un buen envejecer, se observa que las personas que se declaran como más religiosas, muestran mejores indicadores de salud física y mental. Asimismo, presentan mayores niveles de asociatividad y evalúan de manera más positiva la calidad de sus relaciones sociales y familiares. Por último, dichas personas presentan un nivel de satisfacción con la vida más alto. En este sentido, para avalar el efecto neto de la religiosidad en el bienestar subjetivo, o buen envejecer del adulto mayor, se hace necesario controlar dicha relación por otros determinantes — condiciones de vida, relaciones sociales, recursos personales—. Para ello, se estimó adicionalmente un modelo de regresión logística, donde se concluyó que la religiosidad continúa teniendo una relación significativa y positiva en la probabilidad de encontrarse satisfecho con la vida, incluso al controlar por dichos factores: las personas más religiosas tienen 1,2 veces más oportunidades que las personas poco y nada religiosas de estar satisfechas.
Con todo ello, se vislumbra que la religiosidad es una variable relevante para que los adultos mayores logren un alto bienestar durante la vejez. Sin embargo, no se puede desconocer la posible existencia de endogeneidad en esta relación: la religiosidad podría incrementarse en el caso de personas que envejecen bien y viceversa. Una persona que envejece bien puede ser más agradecida y atribuir su buena calidad de vida al favor de Dios, convirtiéndose en una persona más devota, o quizás más de lo que fue a lo largo de su vida. Por el contrario, una persona con dificultades en la vejez se alejaría por la misma razón o quizás por impedimentos objetivos —por ejemplo, no poder asistir con frecuencia a la iglesia por razones físicas o de salud—, lo que la inhibe a declararse muy religiosa.

