
Por: Ps. Graciela Gares
Parte 1:
En nuestra sociedad uruguaya, la demanda de atención psiquiátrica creció exponencialmente. La Psiquiatría es una de las especialidades médicas más demandadas, con demoras de varias semanas e incluso meses, en ser satisfecha.
Según cifras recientes de la Administración de Servicios de Salud del Estado, hay 30.000 personas en lista de espera para acceder a un equipo de salud mental en Uruguay. Pero la psiquiatría tradicional o biológica tal como la conocemos, está en crisis, ha fracasado.
El Ministerio de Salud Pública de Uruguay aspira a profundizar la des-institucionalización de las personas con enfermedades o trastornos mentales y el cierre progresivo de los hospitales psiquiátricos. Pero ello no aparejará de por sí que la salud mental de la población mejore.
Referentes españoles como el psiquiatra José Luis Marín (Presidente de la Sociedad Española de Medicina Psico-somática y Psicoterapia) y la Doctora en Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid, María Xesús Froxán, afirman que la psiquiatría no cura a nadie.
Seis de cada diez personas que acuden a consulta psiquiátrica no mejoran y una de cada diez, empeora. Proponen que la Psiquiatría debe hacerse su auto-crítica.
El Dr. José Luis Marín, conocido como el psiquiatra anti-pastillas, afirma que sus colegas se centran en registrar y mitigar los síntomas actuales del paciente con psico-fármacos, pero pocos preguntan al consultante cómo vive, si duerme bien o con quien vive, qué es lo que come, es decir, su historia de vida.
Enfatiza que tanto la ansiedad como la depresión no son enfermedades, sino trastornos que han sido medicalizados. Explica que la ansiedad es la “psiquiatrización” del miedo (miedo al juicio ajeno, al fracaso, a no ser aceptados, al futuro, etc.).
A la “psiquiatrización” de la tristeza la llamamos depresión y a la “psiquiatrización” de la timidez se le llama fobia social. Y todo lo que se “psiquiatriza” no tiene solución y termina siendo medicado, es decir, atenuado con pastillas. Cada vez hay más fármacos anti-depresivos, ansiolíticos, anti-psicóticos, cada uno con sus efectos secundarios. Ello equivale a una mercantilización de la enfermedad en los tiempos actuales.
El Manual DSM V de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, que fija criterios de diagnóstico, está cada vez más cuestionado pues convierte en enfermedades o trastornos a un número cada vez mayor de conductas humanas. Y ello beneficia a la poderosa industria farmacéutica, en tanto “etiqueta” a las personas sufrientes bajo rótulos, a veces denigrantes, como ser bipolar, esquizofrénico, etc.
Es muy inocente pensar que la industria farmacéutica vele por nuestra salud, pues si todos estuviésemos sanos, esa industria se fundiría. Es la ciencia médica, con fondos de los Estados, la que debe investigar sobre promoción de salud, ya que ello concierne a la Salud Pública.
Los diagnósticos no son más que construcciones teóricas. Estar ansiosos o estar tristes no son enfermedades. Tampoco son fenómenos nuevos para la raza humana. Aún antes de la llegada de Cristo a este mundo, el sabio escritor del Libro de los Proverbios decía: “La ansiedad en el corazón del hombre lo agobia, pero la buena palabra lo alegra” (Proverbios 12: 25). Y el salmista de la antigüedad escribió en una ocasión: “Se deshace mi alma de ansiedad”. (Salmos 119: 28)
Por tanto, podemos conjeturar que estas vivencias acompañan al ser humano en su periplo sobre el planeta Tierra, desde que decidió caminar alejado de su Creador.
En su momento, Jesús se ocupó del tema y planteó esta estrategia: “no se preocupen por el día de mañana” (Mateo 6: 34); “no se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14: 27); por nada estén ansiosos.” (Filipenses 4: 6)
El Dr. J. L. Marín asegura que la depresión es “una emoción psiquiatrizada”, un trastorno psicológico, una manifestación de sufrimiento humano y no una enfermedad del cerebro, pues no hay analítica ni marcadores biológicos que la identifiquen como una enfermedad. Primero nos deprimimos y luego se afecta la serotonina. Por tanto, no debería afirmarse que la causa de la depresión está en la falta de serotonina.
El deprimido necesita hablar de lo que le pasa, poder darle un nombre, ponerlo en palabras y ser escuchado. “Hablar cura el trauma”, cuando puede hacerse en un entorno empático y comprensivo. Quien padece un sufrimiento o un trastorno psicológico necesita poner en palabras lo que ha sufrido, y ser escuchado, comprendido y ayudado a construir una estrategia de adaptación en su situación.
Aún en casos de problemas mentales graves, que se manifiestan con alucinaciones o delirios, puede sospecharse que siempre hubo un evento traumático en la génesis de un brote psicótico, aún en los casos de predisposición familiar. Esto lo postuló el equipo del psicólogo finlandés Jaakko Seikkula, promotor de la Terapia de Diálogo Abierto (2019), afirmando que cualquiera podría tener un brote psicótico a partir de un estrés muy fuerte.
Alguien se preguntará: ¿entonces, debemos abandonar por completo el consumo de psico-fármacos? No, ello no sería prudente y hasta puede acarrear consecuencias nefastas. El paciente puede acordar con el psiquiatra tratante una estrategia de reemplazo de los fármacos por tratamientos más eficaces, como la psicoterapia, ayuda para resolución de conflictos, cambios de estilo de vida.
Cuando el individuo ha perdido el contacto con la realidad, sin dudas, necesita recibir medicación, por ejemplo en casos de psicosis, cuando ya no podemos contactar con él, o cuando presenta alucinaciones, delirios, tendencias a auto-lesionarse, descuido personal, ideas suicidas o pretende agredir a otros.
Pero el diálogo con el paciente y su entorno afectivo será fundamental para revertir la situación, según el Psic. Seikkula. Obviamente, hay determinantes sociales, familiares y hasta de consumo de drogas que inciden en la salud mental.
Una persona no debería dormir siempre con hipnóticos. Debe averiguar la causa de su dificultad para dormir naturalmente y subsanarla, restituyendo en su organismo el ciclo natural del sueño y el descanso. Para quien enfrenta un período depresivo debido a soledad por divorcio, hijos que crecieron y ya no le visitan, o emigraron a un país extranjero, no hay pastillas que puedan resolver su situación, pero Dios sí.
La fe en Dios opera como factor protector de la salud mental, en particular, si se desarrolla una relación personal con el Creador. Y la pertenencia a una comunidad cristiana bíblica suele ser una vivencia sanadora y promotora del bienestar integral del ser humano.
A propósito, circula un video en internet atribuido a Elon Musk -un outsider de lo religioso -, donde se relatan sus impresiones al visitar accidentalmente una iglesia y valorar las interacciones humanas que ocurren dentro de ella.
Le impresionó la sencillez y sinceridad del núcleo humano allí reunido. Observó que en las iglesias se conectan generaciones. La diversidad de edades era un tesoro para ese grupo humano y la sabiduría del anciano no era considerada obsoleta y descartada como ocurre en la sociedad contemporánea. Ocurría allí un rico intercambio intergeneracional.
Mientras en las sociedades actuales los individuos son segregados según la franja etárea y la condición social a la que pertenecen, en las iglesias cristianas locales un veinteañero podía ocupar un lugar junto a una anciana, ayudándola a sentarse o a pararse.
Observó cómo la gente se saludaba entre sí y advirtió que no lo hacían movidos por algún interés personal ni empresarial, como ocurre en el medio social en que Musk se mueve. En las charlas advirtió un interés genuino por la vida de las personas. Unos a otros se preguntaban: ¿cómo está la salud de tu madre o padre? ¿conseguiste el trabajo que necesitabas? No eran intercambios superficiales. Se compartían preocupaciones y alegrías.
Se satisfacía la necesidad que tenemos todos de ser conocidos a lo largo del tiempo. Cada uno tenía un conocimiento previo de la vida del otro y sabía preguntarle al respecto. No sólo oraban unos por otros sino que se organizaban para satisfacer las necesidades materiales de sus miembros.
Eran normales las reuniones periódicas y el apoyo mutuo. Es decir, no solo compartían creencias comunes, sino que desarrollaban una vida en común. Concluyó que las comunidades religiosas abordan necesidades que ningún programa gubernamental (“Ministerios de la soledad”), ni tecnologías pueden satisfacer.
Quienes pertenecemos a la “familia de la fe” sabemos que la iglesia satisface nuestra necesidad profunda de pertenencia, no importa nuestra edad, raza o condición económica, en contraposición a la sociedad individualista y fragmentada en la cual vivimos. Allí se celebra y se llora juntos.
“Cuando las preocupaciones de mi corazón son muchas, tus consuelos alegran mi alma”. (Salmos 94:29)
Ps. Graciela Gares: Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h