Creencias tradicionales frente a los postulados bíblicos.
Por: Dr. Álvaro Pandiani
Cuando se considera la situación de enfermedad, independientemente del mal específico que afecte a una persona y de los aspectos médicos del mismo, puede suceder que el enfermo, y también los familiares, sean presa de una idea que se vuelve preponderante.
Cuanto más grave sea la enfermedad, cuanto más largo y trabajoso sea el tratamiento y la evolución, cuanto más sombrío el pronóstico, esa idea a las que nos referimos ronda insistentemente los pensamientos del paciente, y los de su familia, cuando su cuidado distorsiona demasiado la rutina normal. Tal idea finalmente se exterioriza en frases estereotipadas como: “¿por qué, Dios mío?”; “¿por qué a mí?”; “¿qué hice para merecer esto?”. Estas preguntas no pueden ser respondidas desde la medicina; la razón que se busca como explicación no es física, sino metafísica.
La búsqueda de un por qué implica la creencia, quizás inconsciente, en una razón última para cada cosa o suceso del universo. El alegato acerca del merecimiento o inmerecimiento de algo que, como la enfermedad, la mayoría de las veces sobreviene independientemente de la voluntad humana, evoca la idea de una administración de justicia sobrehumana, o sobrenatural. En ese plano la enfermedad, con su carga de sufrimiento, dolor y molestias, así como la proximidad o no de la muerte, puede ser vivida como un castigo, administrado por un Juez Superior, en pago por el pecado humano. De la misma manera que la negación, primera fase de elaboración del proceso de enfermedad (“esto no puede estar pasándome a mí”), podría interpretarse teológicamente como una declaración inconsciente de la propia inocencia (esta enfermedad no me corresponde a mí; yo no cometí una maldad tal como para merecerla), el concepto de la enfermedad como castigo podría estar apoyado en una errónea idea de autoexpiación, de la capacidad del hombre de pagar por sus pecados.
¿Cuál es el origen del concepto de castigo? La herencia religiosa de nuestra sociedad, indudablemente inculcaba la idea de un Dios que castiga (“Dios te va a castigar”, nos decían algunas abuelas cuando cometíamos alguna travesura). El concepto de castigo es tradicional e histórico. Virtualmente todas las religiones del mundo primitivo y antiguo practicaron los sacrificios de animales, y en algunos casos, también de seres humanos, para “aplacar la ira de los dioses”, y lograr el concurso de los mismos en el progreso de las empresas humanas. A manera de ejemplo, cuando en los siglos II y III después de Cristo los reveses militares y la desintegración social comenzaron a sacudir el Imperio Romano, los paganos atribuyeron los desastres a la ira de los dioses, quienes castigaban a Roma por el rechazo de algunos de los súbditos del imperio; concretamente, los cristianos. Las persecuciones y matanzas de cristianos eran, a ojos de los paganos, una manera de vindicar a los dioses para recuperar su favor. Dice el Dr. Samuel Vila: “A mediados del siglo III, durante la crisis política y económica que había de herir de muerte al imperio, Decio quiere restaurar el culto de la antigua Roma, que para los cristianos era sacrílego” (Vila, S; Santamaría, D; Enciclopedia Ilustrada de Historia de la Iglesia, Segunda Parte; Editorial Clie; España. 1979).
Sobre el mismo tema, narra el historiador eclesiástico Kenneth S. Latourette: “Muchos paganos afirmaban que el descuido de los antiguos dioses que habían dado poderío a Roma era causa de los desastres que estaban acosando al mundo mediterráneo”; y más adelante, cuando habla sobre la persecución desencadenada por el emperador Decio, dice: “Decio era aclamado por sus admiradores como la personificación de las viejas virtudes romanas, y bien pudo haber sido que, en la tendencia hacia religiones no romanas notada bajo el reinado de sus antecesores, así como en el consiguiente abandono de los dioses romanos quienes, desde el punto de vista de él, habían hecho grande a Roma, creyera encontrar la causa de las calamidades y la decadencia que palpablemente estaban afectando a la sociedad”. Y viniendo al tema de la enfermedad, Latourette cuenta a continuación que bajo Galo, sucesor de Decio, las medidas anticristianas fueron estimuladas por una peste que empujó a la gente aterrorizada hacia los altares de los viejos dioses, y que ese terror llegó a convertirse en histeria contra los cristianos, considerados responsables del desastre por su abandono de los viejos dioses (Latourette, K. S.; Historia del Cristianismo, Tomo I. Casa Bautista de Publicaciones; 1967).
En la antigüedad la aparición de epidemias de enfermedades infectocontagiosas que, en una era de medicina artesanal ineficiente, se extendían en forma fulminante y diezmaban la población, era vista como un juicio con que el cielo castigaba la maldad de los seres humanos. Cuando a partir del siglo IV el cristianismo es oficializado como religión del Imperio Romano, este concepto es transferido al Dios de los cristianos.
Ya en el siglo XIV, tras comenzar en África y Asia Menor, la segunda pandemia histórica de peste, entonces llamada la muerte negra, pasó a Europa y acabó con el 25% de la población. Una obra literaria de esa época, el Decamerón de Giovanni Bocaccio, da un pantallazo de la vida en la Edad Media, con sus vicios y virtudes. Siendo contemporáneo de los hechos de los que escribe, Bocaccio nos permite vislumbrar los efectos de la peste en la ciudad de Florencia. En la Introducción a su obra escribe: “… ya habían los años de la fructífera encarnación del Hijo de Dios llegado al número de mil trescientos cuarenta y ocho, cuando en la egregia ciudad de Florencia, bellísima entre todas las de Italia, sobrevino una mortífera peste. La cual, bien por obra de los cuerpo superiores, o por nuestros inicuos actos, fue en virtud de la justa ira de Dios enviada a los mortales para corregirnos”; más adelante, al continuar su relato, repite el concepto: “… muchos hombres y mujeres abandonaron su ciudad, sus casas, sus lugares, sus parientes y sus cosas, y buscaron el campo ajeno o el propio, cual si la ira de Dios al castigar la iniquidad de los hombres con aquella peste, no pudiera extenderse a cualquier parte”. Nótese que Bocaccio, que no era teólogo ni hombre de Iglesia, y que escribió una obra que resultó escandalosa para su tiempo, no se plantea que la peste pudiera ser un castigo enviado por Dios a causa del pecado humano, sino que lo da por sentado, mencionándolo al pasar y con naturalidad.
Ahora bien, el punto es que este concepto que adscribe a Dios la metodología de castigo de los seres humanos mediante enfermedades y plagas, tiene abundantes precedentes en la Biblia. Parece que, según la Biblia, desde la antigüedad Dios ha usado no ocasionalmente las enfermedades como método correctivo, de castigo o destrucción de algunos individuos o grupos humanos, en lugares determinados y en determinados momentos de la historia.
La primera mención está en el capítulo 12 del libro de Génesis, donde dice que el faraón egipcio y sus príncipes trataron de arrebatarle su esposa al patriarca Abraham, “pero Jehová hirió al faraón y a su casa con grandes plagas” (v. 17). También sobre Egipto se descargan las celebres diez plagas, que Dios envió sobre una nación pagana que había esclavizado al pueblo israelita. Una de esas plagas, llamada genéricamente de úlceras, consistía en una severa enfermedad de la piel.
Tratándose del pueblo de Israel, Dios hace solemnes advertencias contra la desobediencia, y las consecuencias de la misma: “Si no cuidas de poner por obra las palabras de esta ley que están escritas en este libro, temiendo a ese nombre glorioso y temible de Jehová, tu Dios, entonces Jehová aumentará terriblemente tus plagas y las plagas de tu descendencia, plagas grandes y permanentes, enfermedades malignas y duraderas” (Deuteronomio 28:58,59). Estas terribles palabras nos parecen demasiado duras para salir de la boca de un Dios que es amor, pero de quién tal vez no se nos enseñó que es también un Dios de justicia perfecta. No obstante eso, a menudo estamos prontos a adjudicarle la caprichosa autoría de cada pequeño accidente o quebranto de salud transitorio que sufrimos, nosotros o quienes nos rodean.
Es innegable que el concepto de castigo tiene un precedente bíblico. Según la Biblia, Dios ha utilizado en múltiples oportunidades la enfermedad para castigar y aún destruir pueblos y naciones malvadas. En este contexto, no es extraño que las pandemias de peste de los siglos VI y XIV después de Cristo, y posteriores, hayan sido consideradas castigos del cielo. Esta inferencia, que se aplica a naciones, se aplica también a individuos, teniendo su fundamento en el principio bíblico de recompensas y castigos, tan extensamente enunciado en la Biblia (Salmo 62:12; Jeremías 17:10; Mateo 16:27; 1 Pedro 1:17; Apocalipsis 22:12). En varias ocasiones vemos enfermedades que caen sobre individuos determinados, aseverando las Sagradas Escrituras que el hecho fue resultado de un juicio y castigo directo de Dios. Ejemplos: en primer lugar, el rey Joram de Jerusalén, individuo al cual: “le llegó una carta del profeta Elías que decía: Jehová, el Dios de tu padre David, ha dicho así: Por cuanto no has andado en los caminos de Josafat, tu padre, ni en los caminos de Asa, rey de Judá, sino que has andado en el camino de los reyes de Israel, y has hecho que Judá y los habitantes de Jerusalén forniquen, como fornicó la casa de Acab; y además has dado muerte a tus hermanos, a la familia de tu padre, los cuales eran mejores que tú… padecerás muchas enfermedades, y una dolencia tal de tus intestinos, que se te saldrán a causa de tu persistente enfermedad” (2 Crónicas 21:12-13, 15). Dos años después, vino el principio del fin: “Después de todo esto, Jehová lo hirió con una enfermedad incurable en los intestinos. Y aconteció que al pasar muchos días, al cabo de dos años, los intestinos se le salieron por la enfermedad, y murió así de enfermedad muy penosa” (v. 18, 19).
Herodes Agripa I es otro ejemplo; en el libro de los Hechos de los Apóstoles dice: “El día señalado, Herodes, vestido de ropas reales, se sentó en el tribunal y los arengó. Y el pueblo aclamaba gritando: ¡Voz de un dios, y no de un hombre! Al momento, un ángel del Señor lo hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos” (12:21-23). Nótese que Herodes primero fue “herido”, para posteriormente expirar (morir) “comido de gusanos”, habiendo seguramente transcurrido un lapso de tiempo durante el cual alguna enfermedad desvitalizó partes de su cuerpo, favoreciendo la putrefacción.
La fuerza terrible de estos relatos imprime fuertemente en nuestras conciencias el concepto de castigo. Es algo universal y extraordinariamente antiguo. Podríamos recordar también cómo los tres amigos del patriarca Job no podían imaginar otra explicación para los sufrimientos del mismo, más que se trataba de un castigo por sus pecados. Cuando tal idea, el concepto de que todo es un castigo de Dios por el pecado, se enseña como la única y exclusiva explicación para la enfermedad y el sufrimiento, no debería sorprendernos cuando personas que no sostienen un contacto regular ni con la Iglesia, ni con la fe ni con la Biblia, rechazan los postulados poco prácticos de un cristianismo que se les ha presentado como auténtico, pero que solo es el fragmento mutilado de una revelación mucho más amplia y maravillosa.
Porque si bien el concepto de castigo por el pecado tiene abundante precedente y respaldo bíblico, como hemos visto, ahora queremos decir que, como cristianos, consideramos erróneo atribuir absolutamente toda enfermedad física que afecte individual o colectivamente al ser humano, a un acto judicial de Dios. Creemos que la enfermedad física tiene un lugar más amplio en el drama de la humanidad alejada de Dios; y aún creemos que es un instrumento para cumplir un multifacético propósito. Sobre ese propósito hablaremos, Dios mediante, en la próxima entrega de este tema.
(Extractado de La enfermedad y el concepto de castigo, Capítulo 2 del libro Cielo de Hierro Tierra de Bronce, Editorial ACUPS, Montevideo, Octubre de 1998).
* Dr. Álvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista, profesor universitario y ejerce el pastorado en el Centro Evangelístico de la calle Juan Jacobo Rosseau 4171 entre Villagrán y Enrique Clay, barrio de la Unión en Montevideo.
Lea o escuche «La enfermedad, ¿castigo divino? – Parte 2» haciendo clic aquí.


2 Comments
Ansioso por su próxima entrega, más que nada para que los hermanos tengan claridad meridiana sobre donde estamos parados, y ocasión de alzar a la Palabra Sagrada de la Biblia hasta donde nos es encomendado, y ver como el Espíritú del Señor hará un gran trabajo de misericordia en el incorverso, hermanos arrepentidos que estaremos esperando.
A nuestra iglesia la paz y gracia del Dios y Jesucristo; A Dios la gloria. Amén y amén
Creo que bajo la gracia, o sea en el Nuevo testamento las pandemia, como por ejemplo. el actual Coronavirus , el cual estoy convencido que es producto de la maldad del hombre , ya que Jesús como le dijo al hijo del trueno: » yo he venido a perder las almas( Lucas 9:56 y Mateo 24: 12)