Aprendiendo de un niño
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“Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás”. v.10
¿Era necesario que Jesús fuera tentado? ¡Qué historia! Cuando recordamos sus sufrimientos pensamos en la traición de Judas, los juicios, azotes, la corona de espinas, la incomprensión de los discípulos, el dolor y la agonía de la crucifixión. ¿Comprendemos la magnitud de su sacrificio? No obstante, pocas veces reconocemos que las propias tentaciones fueron una colisión feroz de Jesús con las maquinaciones diabólicas desde su condición humana, algo totalmente ajeno para él en su naturaleza divina. ¿Entenderemos eso alguna vez? Era Dios, vivía en gloria y santidad. Para salvarnos, asumió limitaciones físicas y emocionales impropias para un ser omnipotente y eterno que incluyeron, para colmo, lo más desconcertante: las tentaciones. ¿Puedes asimilar, en verdad, esta enseñanza?
Consciente de su ahora doble naturaleza, debió ser desgarrador. La Biblia enseña que “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Quienes padecemos el pecado como posibilidad cotidiana, nos es difícil comprender la aflicción que pudieron provocarle las tentaciones, así como la propia lucha que libró en el Getsemaní sobre cumplir la voluntad del Padre. ¿Cómo experimentar dentro de su ser santísimo la horrorosa disyuntiva, la duda sobre incumplir con su misión?
Sin embargo, al ser instigado Jesús por Satanás a la desobediencia nos asegura que tenemos un Salvador capaz de comprendernos. ¡Jamás estaremos solos! Cuando llegue la tentación bastará recordarle sufriendo nuestra vergüenza, para recibir fuerzas y obtener la victoria. Jesús nos mostró cómo reaccionar cuando el diablo aceche ofreciéndonos maravillas deslumbrantes, tan atrayentes como indiscutiblemente falsas. Sin importar qué suframos, debemos ser obedientes a Dios hasta el final.
Alberto I. González, Cuba
Recordar a Jesús nos fortalece para vencer la tentación.