
Por: Ps. Graciela Gares
Parte 1:
Parte 2:
La interacción del ser humano con la tecnología ha aumentado exponencialmente. Primero fue la robótica (ingeniería e informática aplicadas a la creación de robots); ahora la llamada “inteligencia artificial”.
No hablamos de simples herramientas robóticas de uso cotidiano como una aspiradora o un lavarropas, sino de la infiltración tecnológica en todas las áreas de la vida cotidiana, como Google maps, dispositivos inteligentes en los hogares, sistemas de vigilancia, tecnología para chequeos médicos complejos, etc.
Y cada nuevo avance en estos campos nos deslumbra. ¡Y han llegado para quedarse!
Las Sagradas Escrituras ya anticipaban este fenómeno para los tiempos del fin: “Muchos correrán de aquí para allá y aumentará la ciencia”. (Daniel 12: 4)
Las llamadas “inteligencias” artificiales son tecnologías creadas por el hombre y se valen de algoritmos (conjunto de operaciones o instrucciones, secuencias de pasos lógicos) o modelos matemáticos, para resolver un problema o alcanzar un resultado determinado. Intentan imitar funciones cognitivas que son propias de los humanos.
Convengamos entonces que la IA es un instrumento al servicio de la raza humana.
Hoy la inteligencia artificial es la estrella de la tecnología por el asombroso potencial que tiene para procesar y sintetizar en tiempos brevísimos, volúmenes increíbles de información que fue generada por nosotros mismos y almacenada durante tiempo.
La IA es una hazaña tecnológica, un recurso clave para automatizar tareas administrativas repetitivas y monótonas, entre otras funciones.
Genera resultados que parecen fruto de la inteligencia. De hecho, se inspira en el funcionamiento de las neuronas humanas.
¿Pero acaso las máquinas pueden pensar? No. El pensamiento es un atributo dado por Dios sólo a las criaturas que Él diseñó a su imagen y semejanza, los seres humanos. Pero puede ser imitado.
Por tanto, lo que llamamos “Inteligencia Artificial” es un constructo falso.
La inteligencia, como capacidad de entender, comprender y resolver problemas es privativa de los humanos. Y con esa facultad, el hombre ha diseñado dispositivos que emulan o imitan el razonamiento humano.
Estas tecnologías llamadas falsamente inteligencias artificiales actúan como procesadores de información que han obtenido de nosotros mismos, y quedaron registradas en algún sistema de computación cada vez que efectuamos transacciones en la sociedad.
La recolección, almacenamiento y procesamiento sistematizado y organizado de grandes volúmenes o bases de datos, “big data” (input) da como producto final (output) una serie de sentencias o afirmaciones que no deberían ser atribuidas al dispositivo o máquina, sino a los humanos, ya que se nutren de los datos que generamos y ahora son utilizados, con o sin nuestro conocimiento y consentimiento. Se necesita de la intervención humana para la configuración del sistema.
El procesamiento de toda esa información lleva a detectar patrones implícitos de conductas (observar lo que se repite), exponiendo tendencias o correlaciones.
Lo justo es denominar a esa herramienta como un potentísimo procesador de información y no calificarla de “inteligencia”.
La imposición de la IA
Tanto si operamos desde whatsapp, como si realizamos una búsqueda en internet, la IA se hace presente sin que la convoquemos, ofreciéndonos sus servicios. Aparece en primer término, una vez que apelamos a buscadores como Google, posicionándose en lugar de privilegio para ser vista. Ello suena a imposición, o posición dominante.
Es fácil caer en la tentación de aceptar la información que nos presenta y no seguir analizando y buscando.
Quizá como sociedades aún no estábamos preparados para su advenimiento.
Su uso en el ámbito educativo ha generado debates. Los estudiantes no sólo apelan al ChatGPT para que les redacte un ensayo sobre un tema o les resuma en pocas líneas un repartido extenso, sino que recientemente, decenas de estudiantes de la Facultad de Psicología en Uruguay, habrían apelado a la IA para responder rápidamente exámenes virtuales y salvar materias, sin probar estudio y comprensión de las mismas.
Los docentes también han reconocido el uso de la IA para planificar sus clases. “En 10 o 15 segundos puedo tener 50 o 100 ejercicios distintos para plantear al alumnado, atendiendo a sus distintas necesidades”, expresaba un docente.
Es imposible negar la contribución que puede tener la IA para avances en investigación científica, pero también puede ser usada para avances académicos fraudulentos, como ocurrió en ese Centro de Estudios.
El pensamiento crítico
Pero la IA no solo automatiza tareas. Puede afectar el trabajo mental del ser humano.
Existen riesgos al delegar el trabajo intelectual a los sistemas de la IA, según la publicación del portal en línea “Psychology Today”.
El uso de la IA promueve la pereza en el pensamiento crítico y la dependencia de sus soluciones algorítmicas puede devenir en la pérdida de capacidad para adoptar decisiones.
Confiar en ella para el análisis de un texto, a la larga, empobrece el desarrollo cognitivo en los estudiantes. Disminuye la curiosidad, la creatividad y la imaginación.
Los consumidores frecuentes de IA empobrecen su razonar intelectual al perder capacidad analítica. El libre albedrío que caracteriza al pensar humano puede resultar menoscabado.
La mente humana se desarrolla haciéndose preguntas e investigando; es decir lo opuesto a consumir información producida por sistemas externos.
No toda información que nos aporte la IA será verdadera.
En opinión de un experto uruguayo que figura entre las 100 personalidades más influyentes en IA del mundo, no hay garantía de que lo que diga la IA sea verdad. El modelo toma todos los textos que encuentra en la esfera digital, sin discriminar que la información contenida sea veraz o no.
Pero además, la herramienta está diseñada para decirnos lo que queremos escuchar, dijo el experto.
Las herramientas de IA están diseñadas para ganar dinero y generar dependencia emocional.
Para acercarnos a la verdad no debemos dejar de ejercer el pensamiento crítico, averiguar de qué fuentes se nutre la IA para emitir sus conclusiones, seleccionar las fuentes de información y los autores que respondan a nuestra escala de valores.
El procesamiento de información hecho por una herramienta tecnológica no nos exime de la tarea de analizar en profundidad la realidad que tenemos por delante. No podemos tomar decisiones en base a una supuesta “inteligencia” artificial impersonal.
Nuestra vida debe estar regida por sentido, propósito y valores. La tecnología carece de tales atributos.
Una sociedad que renuncia a pensar por sí misma, se infantiliza, se estupidiza y es fácilmente controlable.
La Biblia afirma que el principio de la sabiduría es el temor de Jehová, y en sus mandamientos encontramos los valores que deben regir nuestra vida y decisiones. (Salmos 111: 10)
¿La IA puede oficiar de psicólogo, tal como se escucha?
Tal vez podrá aportarnos luz para interpretar síntomas psicológicos que estemos experimentando, pero difícil que nos ayude a sanar. La conexión humana es irreemplazable.
¿Puede darme información para ayudarme a interpretar qué me ocurre? Quizá sí, como lo haría leer un libro de Psicología. Pero la tarea del psicólogo va más allá de eso. Es el arte de curar mediante el vínculo humano que establece con el que sufre; y
ello no es sustituible por una máquina o dispositivo sin alma, ni sentimientos.
Las máquinas y dispositivos no aman porque no tienen vida ni fibra amorosa. No sienten ni tienen empatía, ni alma. Los humanos sí.
Un robot no me presta atención, no me valida, ni me reconoce como un ser valioso. Un terapeuta humano sí podrá hacerlo.
La mal llamada Inteligencia Artificial hará lo que yo le pida, pero no logrará discernir lo que yo realmente necesito.
¿Podrá dar un diagnóstico médico?
Quizá sí. Si le aportamos toda la sintomatología con precisión, buscará en su base de datos a qué problema de salud pueda corresponder. Y ello estará sujeto a error, como ya advertimos. Pero el proceso de sanidad es un “traje a medida” que un buen médico debe confeccionar para cada paciente, teniendo en cuenta todos los detalles de su persona y estilo de vida.
¿Podrá dar un buen consejo?
La prensa internacional informó recientemente sobre un adolescente de EE.UU. -California-, que confió al chatGPT sus ideas suicidas durante meses y le consultó sobre métodos específicos de suicidio y el chat se los proporcionó. Sus padres han iniciado una demanda legal al respecto.
Por tanto, la IA no debe sobre-estimarse pero tampoco subestimarla.
No tiene capacidad de evaluar ni medir el impacto de lo que dice. No entiende la sensibilidad del consultante. Tampoco tiene auto-conciencia, ni tiene ética.
¿Puede ser un amigo la IA?
Personas con serios trastornos en sus relaciones interpersonales, establecen relaciones más fáciles con una máquina o robots que con los humanos. Ello debido a que los dispositivos no critican ni cuestionan.
La IA puede escribir poemas y canciones, pero sabemos que no tiene vida afectiva, ni amorosa. No siente; no experimenta empatía. Carece de alma.
“El hierro se afila con el hierro; y el hombre en el trato con el hombre” afirma la Biblia en Proverbios 27: 17.
Cuestiones éticas de la robótica
La IA como herramienta irrumpió sin que se activaran previamente las normas éticas que la regulan.
El desempeño de las herramientas creadas por el hombre puede superar nuestro rendimiento. No podemos competir con ella. Imposible prohibir el uso de la IA. Pero que ella no se enseñoree de nosotros. Todo me es lícito pero no todo nos conviene, afirmaba el apóstol Pablo en la antigüedad. (1 Corintios 10: 23)
La tecnología no es mala ni buena. Dependiendo de instrucciones recibidas, puede salvar vidas, mejorar diagnósticos o calidad de vida. Pero también puede generar nuevas pandemias, ataques digitales, o armas de destrucción masiva.
Lo que es poco fiable es el corazón humano que la opera o programa, según declara el Creador:
“la intención del corazón del hombre es mala desde su juventud” (Génesis 8: 21)
Bienvenido todo avance de la ciencia que sea usado con temor a Dios, el cual es el principio de la sabiduría, según Proverbios 9: 10:
“La sabiduría comienza por honrar al Señor; conocer al Santísimo es tener inteligencia”.
Ps. Graciela Gares: Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h