Evangelización y campañas evangelísticas – Parte 1

Ocho clases de inteligencia
26 julio 2012
“A través de la Biblia”
27 julio 2012
Ocho clases de inteligencia
26 julio 2012
“A través de la Biblia”
27 julio 2012

Luces y sombras de una tradición evangélica.

Por: Dr. Álvaro Pandiani*

Todos hemos leído de los grandes avivamientos de los siglos 18, 19, y primera parte del 20; y si no todos, por lo menos aquellos que hemos querido documentarnos sobre la historia del cristianismo protestante, y cómo hemos llegado a ser lo que somos hoy, los cristianos evangélicos. Hubo una época en que me subyugaba leer los relatos de las grandes reuniones campestres de aquellos tiempos, cuando John Wesley, George Whitefield, Jonathan Edwards, y más tarde Dwight Moody, Charles Finney, Evan Roberts, y otros predicaban el evangelio, y literalmente miles de personas pasaban por una dramática experiencia de conversión, de auténtica conversión; me cautivaba leer esos relatos, e imaginar que hoy en día se dieran nuevamente esos movimientos de masas hacia la fe en Jesucristo. Aún hoy me subyuga leer acerca de las cosas portentosas de aquellos tiempos; me inspira, me hace soñar, me hace anhelar ver a ésta, nuestra sociedad decadente, secularizada y perdida en aquello que la Palabra de Dios llama pecado, encendida e incendiada por un derramamiento del Espíritu Santo como aquellos de los que tanto hemos leído, pero es dudoso que hayamos tenido real oportunidad de ver.

Un tipo de actividad evangelística que es heredera directa de aquellas reuniones multitudinarias realizadas en los campos junto a los poblados, en las colonias británicas de Norteamérica, o luego en los Estados Unidos de América, o en Gran Bretaña (nunca en los siglos 18 y 19 en América Latina; detalle que no había notado yo en mis épocas de entusiasmo juvenil por estas actividades), una actividad heredera de aquellas predicaciones hechas en la “campaña”, es justamente la campaña evangelística. La campaña evangelística como movimiento masivo de predicación del evangelio es usada aún hoy en día por innumerables predicadores, iglesias y ministerios evangélicos, en todas partes del mundo. También aquí en Uruguay.

Desde hace más de veinte años me involucré en campañas evangelísticas, aquí en Montevideo, mi ciudad. Por supuesto, en diferentes niveles de responsabilidad y decisión. Y siempre noté la diferencia entre lo que podía leer acerca de aquellos grandes avivamientos históricos, y las campañas de evangelismo masivo a las que pude asistir, y en las que pude trabajar y colaborar. Diferencias que más de una vez me llevaron a plantearme si los relatos de aquellos avivamientos eran exagerados, llegando al engaño, o si estas campañas que yo pude ver en mi país, a las que se llamaba (y se llama) ampulosamente “avivamientos”, y en las que se reportan a veces miles de “conversiones”, no son tales avivamientos.

¿Por qué? Porque reiteradamente he visto, en las campañas evangelísticas de nuestros días, que de esas miles de personas que pasan al frente con la mano en alto para “aceptar a Cristo”, un gran porcentaje ya son miembros de iglesias evangélicas, que pasan al frente porque ni siquiera están seguros de su salvación y profesión de fe cristiana; y del resto, de los que no son cristianos, un porcentaje no mensurado, pero que se antoja no pequeño, una vez pasado el momento emotivo de la campaña, no quiere saber nada de ir a la iglesia.

¿Cuales son las expectativas que se generan en torno a una campaña evangelística? El objetivo principal explícito de una actividad de este tipo siempre es “ganar almas”, entendiendo por esto lograr que personas que no conocen el evangelio cristiano se vuelvan seguidores de Jesucristo; esta breve definición de “ganar almas” nos proporciona dos nociones generales: a quienes está orientada la campaña evangelística, y qué clase de respuesta se espera de las personas a quienes está dirigida.

La actividad se dirige eminentemente a las personas que, como recién se dijo, “no conocen” el evangelio de Jesús; sin embargo, en un país de larga tradición religiosa cristiana, concretamente católica romana, herencia de las potencias que colonizaron estas tierras hace cinco siglos, cabe preguntarse qué alcance tiene ese “no conocer” el evangelio. En otras palabras, cabe preguntarse cuántas personas no saben nada o carecen de una idea general acerca de Dios, Cristo o la Iglesia, en un país cristianizado por los conquistadores europeos, y con una preeminencia de la Iglesia Católica Romana en la vida nacional que, en el caso de Uruguay, solo hace poco más de cien años comenzó a declinar, pero no ha desaparecido. En el informe Condiciones de vida en Montevideo – 2do semestre 2008, del Instituto Nacional de Estadística, puede leerse: “De acuerdo a los datos del cuadro anterior un 44,7% de los montevideanos se declararon cristianos católicos, un 7,7% cristianos no católicos y un 24,9% sólo creyentes en Dios. En suma, un 77,3% manifestaron creer en Dios. Otras opciones religiosas sólo mostraron poco más de un 2% de adherentes, integrando el resto un 16,1% de ateos y un 4,3% de agnósticos” (página 35). Incluso, podemos especular que ese 16,1% de ateos y 4,3% de agnósticos que hay en Montevideo, son personas que lograron adquirir esa idea general acerca de Dios que mencionábamos, pero decidieron no creer (ateos), o no saben si creer o no (agnósticos). Sin emitir juicios de valor sobre estas posturas, la observación aquí es que ambos constituyen un 20,4%, es decir, un poquito más de la quinta parte de la población de Montevideo, capital de nuestro país. Los esfuerzos evangelísticos a realizar en Montevideo, entonces, estarían orientados a ese poco más de 22,4% de ateos, agnósticos y adherentes a “otras opciones religiosas”, suponemos que no cristianas, aunque el informe no lo aclara. Pero dado que los evangélicos no entendemos la profesión de fe individual divorciada de la experiencia comunitaria de fe a través de la vida de la iglesia, seguramente el esfuerzo evangelístico apunte a ese 24,9% que “solo cree en Dios”, por lo que la población objetivo del evangelismo ascendería al 47,3%. Ahora, como los cristianos evangélicos también tenemos reparos con la profesión de fe católica, como ellos los tienen con la nuestra, y preferimos a los creyentes depositando su fe solo en Jesucristo y leyendo la Biblia, entonces ese 44,7% de católicos también se vuelven destinatarios del trabajo evangelístico tradicional; por lo tanto, la población a evangelizar, por ejemplo, en Montevideo, sube ahora al 92%. Llegados a este punto vemos que, inevitablemente, hay otro pero: el informe dice que un 7,7% es cristiano no católico, sin entrar en más detalles; la falta de datos más específicos sugiere que ese 7,7% es como una bolsa dentro de la que se echaron en forma poco elaborada los distintos grupos cristianos y seudocristianos, aquellos que los cristianos evangélicos que nos consideramos fundamentados en la Biblia (que también rodamos dentro de ese 7,7%), juzgamos desviados de las enseñanzas bíblicas, por lo que no tenemos confraternización con ellos. Y por lo que constituyen, también, población objetivo de los métodos de evangelismo implementados por los evangélicos; incluida, por supuesto, la “campaña”.

Por lo tanto, en caso de proponernos efectuar actividades evangelísticas en Montevideo, en principio nuestros esfuerzos apuntarían a los que no creen, a los que no saben si creer o no, a los adherentes de otras religiones, a los que solo creen en Dios sin vincularse con una congregación religiosa, a los que adhieren a la forma católica romana de nuestra fe, o a otras formas no católicas de cristianismo, que juntos constituyen más del 92% de la población de la ciudad a la que pretendemos predicar el evangelio de Jesucristo.

A estas personas se procura conducir a que crean en Dios; argumentar para convencerles de creer en Dios; atraerles concretamente a la fe en Jesucristo; conquistarles mediante el anuncio del amor de Dios en Cristo hacia los seres humanos; lograr que en su vidas haya un cambio genuino, representado por la figura – en la que tanto insiste el Nuevo Testamento – del arrepentimiento, y que reciban el perdón de los pecados, una transformación, un nuevo nacimiento – otra figura neotestamentaria – una nueva orientación en la vida; y finalmente, hacerles comprender que esa nueva vida, necesariamente, incluye la integración al cuerpo de Cristo, la Iglesia; es decir, volverse un asiduo concurrente a la Iglesia, entendiendo como tal la congregación local, el grupo de creyentes que comparten fe, esperanza y amor fraternal.

En otras palabras, se espera como respuesta a ese esfuerzo evangelístico que los “resultados”, es decir, aquellas personas que respondieron afirmativamente al llamado del evangelista que predicó el evangelio de Jesús, puedan ser “conservados”; de hecho, muchos equipos que funcionan como organizaciones itinerantes de evangelismo ofrecen a las iglesias locales cursos y entrenamientos para la “conservación de resultados”, una vez finalizada la campaña. Para los cristianos evangélicos, entonces, la conservación de resultados significa el establecimiento de un vínculo permanente entre las personas que hicieron profesión de fe en Jesús durante la campaña evangelística, y la Iglesia Evangélica más cercana a su domicilio, entre aquellas que apoyaron la campaña. Los evangélicos somos bien especiales en esto, y tenemos nuestras reglas, un modelo que hemos heredado de nuestros mayores, y que bien podría venir desde los reformadores más radicales de la antigüedad. Efectivamente, Lutero, Calvino, Melanchton, Zwinglio y otros entendían la Reforma como un regreso al cristianismo y la Iglesia tal como aparece en el Nuevo Testamento, sin los agregados, múltiples y de diversas estirpes, que se habían ido sumando a la doctrina de la Iglesia Oficial. Pero a la par que estaba en marcha la obra de estos reformadores, otros reformadores llamados radicales entendían que no se era cristiano por el hecho de haber nacido en una sociedad cristiana, sino que “… para ser parte de la iglesia hay que hacer una decisión personal. La iglesia es una comunidad voluntaria…” (Justo L. González; El movimiento anabaptista; Historia del Cristianismo; Editorial Unilit, Miami, 1994, tomo 2, pág. 65). Estos reformadores radicales iniciaron un movimiento que se caracterizó, entre otras cosas, por que los adultos se re-bautizaban (anabaptistas) por propia decisión, al considerar que el bautismo era un rito que había que cumplir luego de profesar fe en Jesucristo, y se unían en iglesias (congregaciones) en forma voluntaria, llamándose entre sí “hermanos”. Perseguidos como subversivos en el siglo 16, sus ideas acerca de la Iglesia arraigaron en el protestantismo posterior, y no es ocioso comparar las características que mencionamos con la forma en que entendemos la membresía de la iglesia, hoy en día.

En efecto, y volviendo a la cuestión de la “conservación de resultados”, las congregaciones evangélicas entienden tal conservación en dos sentidos. En el administrativo, aquel que ha profesado fe en Jesucristo es invitado a pasar por el bautismo en las aguas, en el entendido que el bautismo administrado en la infancia (en caso de haber cumplido con el convencionalismo social de una comunidad otrora católica), no es válido por no haber sido un paso voluntario, dado con pleno conocimiento; luego del bautismo, el nuevo creyente es anotado en el registro de miembros de la congregación, con lo que se incrementa la membresía de esa iglesia. En el sentido espiritual, la conservación implica que el nuevo creyente, ahora un “hermano” en Cristo, o hermano en la fe, sea discipulado por los pastores y hermanos de la congregación a la que se ha unido; es decir, que se vuelva un seguidor y discípulo de Jesús, a través de la enseñanza y ejemplo de vida de quienes llegaron a la fe antes que él. Y que esa enseñanza y ejemplo de vida vayan moldeando su vida, tal que refleje en sus hechos, actitudes y conducta cotidiana la presencia del Espíritu de Jesucristo en su corazón, y se transforme en un servidor del Señor, activo y útil en la obra de extender el evangelio cristiano entre las gentes.

(Condensado del artículo Estamos de campaña viendo la gloria de Dios – 1, publicado en iglesiaenmarcha.net en octubre de 2009)

* Dr. Alvaro Pandiani: Columnista de la programación de RTM en el espacio “Diálogos a Contramano” que se emite los días martes, 21:00 hs. por el 610 AM. Además, es escritor, médico internista y profesor universitario.

2 Comments

  1. Leo Fernandez dice:

    Hola no puedo acceder a la segunda y tercera parte me podrían ayudar esta muy interesante, gracias!! Bendiciones!!

  2. Daniel ILare dice:

    Hermano Álvaro, me parece muy bueno el artículo. El recorrido histórico y las aplicaciones actuales me parecen muy pertinentes. Espero poder leer la parte dos (2). Especialmente me interesa, porque estoy en proceso de realizar una tesis con énfasis en la “evangelización masiva” del Seminario donde estudio. Dios le bendiga.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *