Por: Ps. Graciela Gares
Parte 1:
Parte 2:
Dios no es un ser solitario; (Génesis 1: 26 denota que no existe en soledad), y nosotros sus criaturas, tampoco. Necesitamos estar con otros, socializar, porque ello nos motiva y estimula, nos enriquece, nos hace crecer como personas y nos ayuda a percibir nuestros defectos, desafiándonos para corregirlos.
Cada ser humano desarrolla un estilo propio de relacionamiento, en función de su temperamento innato, su historia de vida y las características del ambiente en el cual creció.
En los últimos tiempos hemos asistido con horror a lo que se ha dado en llamar “violencia vicaria”, aludiendo a hijos que fueron asesinados por los propios padres, como castigo a sus ex parejas.
Dar muerte a los hijos constituye en general el último capítulo de un vínculo varón – mujer que viene muy deteriorado desde tiempo atrás, y que luego de atravesar la separación, es rematado por el hombre con el infanticidio.
Es una de las formas más crueles de violencia, a través de la cual, se procura el sufrimiento de la mujer, golpeándola donde más le duele, eliminando a sus hijos.
Y es la violencia más difícil de entender, ya que aún los animales irracionales cuidan y protegen a sus crías del ataque de cualquier depredador.
Quizá la relación amorosa nunca fue sana en tal pareja, pero ello no fue advertido o tenido en cuenta, ya que para llegar a ese extremo, estaríamos hablando de un estilo vincular dominante y controlador, posesivo, vengativo, intolerante a las frustraciones y con escasa percepción de sentirse culpable.
Antes de llegar a la monstruosidad de atentar contra la vida de los hijos, la violencia vicaria se manifiesta en amenazar a la madre de llevarse a los hijos, de quitarle la tenencia, hablar mal de la madre ante los niños o interrumpir los tratamientos médicos que los menores deben seguir.
Concluimos que hay formas de relacionarnos emocional y afectivamente sanas y otras muy perversas, como la violencia vicaria.
La reiteración de estos hechos nos trae a la memoria, algunos pensamientos registrados en el texto bíblico.
“Debes de saber que en los tiempos últimos vendrán días difíciles. Los hombres serán egoístas… serán ingratos. No tendrán cariño ni compasión…no podrán dominar sus pasiones, serán crueles y enemigos de todo lo bueno. Buscarán sus propios placeres en vez de buscar a Dios. No tengas nada que ver con esa gente. (2 Timoteo 3: 1 – 5)
“Como no quieren reconocer a Dios, él los ha abandonado a sus perversos pensamientos, para que hagan lo que no deben. Están llenos de toda clase de injusticia, perversidad, avaricia y maldad. Son… asesinos…engañadores, perversos. Hablan mal de los demás, son enemigos de Dios. No sienten cariño por nadie, no saben perdonar, no sienten compasión”. (Romanos 1: 29 – 31)
¿Cómo llega un ser humano a comportarse así?
En la infancia se construyen las bases del patrón de relacionamientos que nos va a caracterizar. Y en la adultez delineamos nuestro estilo propio, del cual seremos responsables.
Les proponemos averiguar cuál es nuestro patrón de relacionamiento, para efectuar a tiempo las correcciones que entendamos necesarias.
Apego seguro
Si en nuestra primera infancia nuestros progenitores o referentes afectivos estuvieron siempre presentes y activos para atender y satisfacer todas nuestras necesidades de atención, cuidado, abrigo, higiene, nutrición, protección y descanso, es muy probable que hallamos desarrollado hacia ellos un vínculo emocional fuerte, sólido y confiado y seguro.
Ello genera en el niño/a la sensación que el mundo al cual ha llegado es un lugar seguro, donde sus necesidades serán atendidas en tiempo y forma, por lo cual tenderá a relacionarse de modo saludable, confiado, con una buena auto-estima y pudiendo regular sus emociones adecuadamente.
Apego evitativo – despreciativo
Cuando quienes debieron rodear y cuidar al niño/a en sus primeras etapas de vida no estuvieron siempre disponibles, por limitaciones propias (enfermedad física, emocional o estar cursando un duelo) o del entorno (pobreza, falta de recursos, pareja incompleta o desavenida, etc.), es probable que la criatura crezca con la percepción que no siempre en la vida sus necesidades serán satisfechas en tiempo y forma. Aprenderá a postergarse o a auto-abastecerse. Puede no compartir lo que necesita, esconder emociones o mostrarse auto-suficiente. Se vinculará con desconfianza. No pedirá ayudas, evitando mostrarse vulnerable.
Apego ansioso – dependiente
Si en la infancia nuestros referentes en algunas ocasiones estaban presentes para atender nuestras necesidades y llamados de atención, pero en otros momentos no, lo más probable es que crezcamos dudando si la próxima vez que los necesitemos estarán disponibles para nosotros o no.
Dudaremos si cuando lloremos por hambre o por miedo vendrán de inmediato o no.
Esa duda es desestabilizante para el bebé, dado que se sabe absolutamente desvalido para auto-asistirse. Por tanto, desarrollará un vínculo basado en la duda y la ansiedad. La vigilancia y la preocupación serán el rasgo dominante.
En la adultez, pueden relacionarse desarrollando dependencia, inseguridad, temor al rechazo, búsqueda constante de validación.
Apego desorganizado
Es de los más problemáticos. El infante que ha sufrido malos tratos en su niñez, violencia física, psicológica, sexual o negligencia voluntaria, desarrollará sentimientos ambivalentes: sabe que necesita acercarse a sus progenitores para que le cuiden, protejan y provean, pero a la vez teme el sufrimiento que puedan causarle.
Siente miedo y confusión.
Es probable que en la adultez sus relaciones sean caóticas y conflictuadas, oscilando entre la confianza y la desconfianza. Le costará mucho abrirse, confiar, entregarse a otros. La inestabilidad emocional en que vive puede llevarle al consumo de drogas o conductas destructivas para sí mismo o hacia otros.
Marcas de infancia no nos condenan
Es importante destacar que, si bien lo vivido en la infancia fija pautas de relacionamiento, al crecer es natural que debamos ajustar y corregir nuestros vínculos, determinando nuestro estilo propio. Esa es nuestra responsabilidad.
No es válido escudarse en desatender las necesidades ajenas porque otrora alguien desatendió las nuestras. Al contrario, no replicaremos el dolor que nosotros ya sufrimos. Ninguna forma de violencia en la adultez puede justificarse a partir de lo que hayamos vivido en etapas tempranas de nuestra vida.
También, debemos considerar que es difícil que la pareja pueda sanar las heridas emocionales de infancia que cada uno portamos. Sí es válido esperar que no las agrave.
Dios sanador
Dios es Padre por excelencia y está dispuesto a suplir todas las carencias de amor, aceptación, cuidado y seguridad, con las que hayamos crecido.
Reconciliarnos con Dios significa acercarnos al Ser que conoce profundamente todas nuestras necesidades humanas y puede proveerlas a partir de su amor perfecto e incondicional. ¡Y espera de brazos abiertos a quien desee experimentarlo!
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? (Romanos 8: 32)
Ps. Graciela Gares: Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h

