Por: Ps. Graciela Gares
Parte 1:
Parte 2:
En el marco de la Ley de Presupuesto 2025 – 2029, en trámite de aprobación en Uruguay, se ha introducido un artículo tendiente a agilizar los trámites de divorcio en nuestro país. Se busca que sea más fácil y sencilla la desvinculación de la pareja, argumentándose que ello aliviaría el trabajo del Poder Judicial.
Se propone eliminar el requisito de 2 años de antigüedad matrimonial que rige actualmente para poder divorciarse (Art. 187 del Código Civil), y reducir de 3 a 1 el número de audiencias que incluye el proceso de ratificación de la voluntad para disolver el vínculo.
La propuesta lo establece así (Art. 481 del Proyecto de Ley):
“3º) Por la sola voluntad de cualquiera de los cónyuges. En este caso, será necesario que el cónyuge comparezca por escrito ante el Juez Letrado de su domicilio, expresando su voluntad de poner fin al vínculo matrimonial. El juez decretará la separación provisional de los cónyuges y convocará a audiencia. En dicha comparecencia, se dictarán las medidas provisionales que correspondan (artículo 167 del Código Civil), y se consultará al cónyuge que inició el proceso si persiste en su voluntad de divorciarse; en caso de que el compareciente mantenga su voluntad de poner fin al vínculo matrimonial, se dictará sentencia decretando el divorcio”.
Es decir que, en este primer año de un nuevo gobierno, se propone de entrada fragilizar al máximo la institución familiar, célula básica de la sociedad, en lugar de propender a políticas de Estado que la fortalezcan.
Comenzaremos diciendo que la disolución conyugal daña emocionalmente a los adultos que se separan y hasta afecta la economía de los países, generando más pobreza, ya que la convivencia en común supone gastos compartidos, en tanto el divorcio aumenta erogaciones, pues demanda mantener dos casas, duplicando presupuestos.
Pero por sobre todo, nos parece desatinada esta propuesta de agilizar el divorcio en Uruguay, dado que atenta contra el “interés superior del niño”, tantas veces invocado en la jurisprudencia nacional e internacional.
Es enorme el perjuicio que sufren los hijos, cualquiera sean sus edades. Los divorcios dejan a la infancia a la intemperie y a merced de múltiples violencias. El mundo interior afectivo del hijo se derrumba y cambia radicalmente, dejando en ocasiones, secuelas traumáticas en su vida.
Dependiendo de su edad y madurez, los hijos del divorcio pueden experimentar tristeza, miedo al abandono, rabia, rebeldía, culpa (sentirse causantes de la separación), somatizaciones (desde molestias corporales hasta pérdida del control de esfínteres ya adquirido).
Suele afectarse también la autoestima, el rendimiento escolar o académico y volverse transgresores o iniciarse en el consumo de alguna sustancia adictiva. Pueden presentar cuadros de ansiedad, irritabilidad y confusión, al pasar a tener 2 hogares para convivir con uno u otro progenitor, y enfrentarse a frecuentes conflictos de lealtad hacia cada uno de ellos.
Muchos hijos luchan denodadamente para lograr que sus padres se reconcilien y sufren decepción cuando fracasan en ello. Además, a menudo son víctimas de manipulación por parte de un progenitor en contra del otro.
Si el padre es quien abandona el hogar, pierde autoridad frente a sus hijos, y la conducta de ellos puede volverse difícil de controlar, rayando a veces en la delincuencia. La madre -transformada ahora en jefa de hogar-, puede sentirse desbordada si debe trabajar para la manutención del hogar y no es raro que pierda el control de la vida de sus hijos. Finalmente, decimos que la introducción de una nueva pareja en la vida de cualquiera de los progenitores puede no ser bien recibida por los hijos.
¿Lo antedicho significa que el divorcio es inadmisible en toda situación?
No; si la convivencia se ha vuelto riesgosa por causa de violencia o indigna por infidelidad o inmoralidad sexual, se impone como mínimo la separación.
Jesús manifestó que por la dureza del corazón del ser humano, fue permitido el divorcio. (Mateo 19: 8)
“Pero yo os digo que todo el que se divorcia de su mujer, a no ser por causa de infidelidad, la hace cometer adulterio; y cualquiera que se casa con una mujer divorciada, comete adulterio.” (Mateo 5:32)
Son muy pocas las causales por las que el Creador admite el divorcio. Pero existen, pues Dios no nos obliga a vivir en clima de violencia o vejaciones. Pero entendemos que el divorcio “express” que se intenta implantar no está en el corazón y la mente de Dios.
¿Y qué hacer ante una unión conflictiva, con riñas constantes que perturban la paz familiar y dañan a los hijos?
No todo lo que funciona mal se rompe y se tira. Si nuestro cuerpo no funciona bien vamos al médico; si nuestra casa tiene problemas no la echamos abajo, sino que llamamos a un experto que la repare; si nuestros hijos están agresivos no nos deshacemos de ellos, sino que consultamos a un psicólogo.
¿Por qué no hacer lo mismo con una relación tan trascendente a nivel humano, familiar y social, como lo es la pareja humana?
Asistencia a la pareja en crisis
Considerando los altísimos costos personales, familiares y sociales que supone cada divorcio, parece razonable preguntarse ¿cuántas parejas procuran algún tipo de asistencia especializada para rescatar su relación cuando ésta entró en una crisis, sin una aparente salida?
Algunas publicaciones establecen que menos del 50 % de las parejas procuran consejería matrimonial previo a divorciarse.
Las relaciones de pareja no son idílicas todo el tiempo. Acabado el enamoramiento inicial, comienza la etapa de conocerse sin filtros y lidiar con lo bueno y lo malo del otro, recíprocamente. Las rutinas y las responsabilidades del hogar diluyen el romanticismo y suelen quedar al descubierto nuestras incompetencias para la comunicación o la resolución de conflictos.
Si nuestro fin es intentar salvar la pareja, debemos escoger bien al consejero que nos oriente en el trabajo de reparar y fortalecer el vínculo. Muchas parejas a punto de separarse encontraron en un líder cristiano o sacerdote, la consejería bíblica oportuna para re-encauzar y salvar la relación.
Pero cuando existen heridas profundas no sanadas en el alma de alguno o ambos cónyuges, quizá lo más necesario sea un profesional psicólogo pro-familia (opuesto al divorcio) y especializado en terapia de pareja.
Si ambos miembros de la pareja están dispuestos a trabajar duro y re-aprender formas más sanas de comunicarse, vincularse y resolver conflictos, las chances de salvar la pareja son muy elevadas.
“En la multitud de consejeros está la sabiduría”, afirma el texto bíblico (Proverbios 11: 14).
- La consejería de pareja debe contribuir a que cada uno se conozca mejor a sí mismo y al otro cónyuge.
- El espacio neutral de la terapia, es propicio para aprender a crear formas más sanas de relacionamiento y expresión de nuestros sentimientos y deseos.
- Es un espacio seguro para expresar nuestros temores, siendo escuchados por el cónyuge, permitiendo aflojar tensiones.
- Se aprende a escuchar al otro, aún en temas difíciles, sin sentirse amenazado o herido.
- A regularse emocionalmente.
- A desarrollar estrategias para resolver conflictos de modo constructivo.
- A construir acuerdos antes que quedarse con la razón.
- A comprender al otro (necesidades, deseos) siendo más empáticos y reconstruyendo la confianza.
- A aceptar y capitalizar los cambios que el paso del tiempo ha traído a la relación.
- Perdonar y perdonarse, mostrando un amor más maduro y comprometido.
- Revalorizar todo lo que llevan construido desde el inicio del vínculo.
- El mutuo cuidado de la salud psico-emocional del otro.
- A transitar situaciones difíciles en lo económico, respecto a crianza de hijos, etc.
Quienes atraviesan exitosamente la re-construcción de la relación conyugal experimentan un bienestar integral general. Construir una pareja, consolidarla y mantenerla en el tiempo es un emprendimiento retador en la cultura actual.
Pero sin parejas sólidas, el tejido social del Uruguay se torna cada vez más frágil. Hay muchas amenazas desde lo ideológico y lo comportamental en nuestra cultura que atentan contra la unión amorosa, comprometida y permanente de un varón y una mujer.
Trasfondo espiritual
Uniones libres, infidelidades y el divorcio se apartan del diseño original de Dios para la pareja humana. La unión conyugal es de vital trascendencia, porque es figura de realidades espirituales, como el vínculo que Dios Padre decidió tener con su pueblo terrenal, Israel, y de la relación de Cristo Jesús con la iglesia que compró con su sangre.
Por esto no respaldamos la idea del divorcio, ni la aceleración de los plazos para su concreción.
“Tengan todos en alta estima el matrimonio y la fidelidad conyugal”. (Hebreos 13:4)
Ps. Graciela Gares: Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h

