 
									Por: Ps. Graciela Gares
Parte 1:
Parte 2:
Parte 3:
Hace más de 2000 años Jesús advertía a sus alumnos y seguidores acerca de los postreros tiempos diciendo que “por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24: 12 y 13). A su vez, el apóstol Pablo enseñando al joven Timoteo le explicaba: “Timoteo, es bueno que sepas que, en los últimos días, habrá tiempos muy difíciles. Pues la gente solo tendrá amor por sí misma y por su dinero…. se burlarán de Dios, serán desobedientes a sus padres y malagradecidos. No considerarán nada sagrado….No amarán ni perdonarán; calumniarán a otros y no tendrán control propio. Serán crueles y odiarán lo que es bueno.” (2 Timoteo 3: 1-3)
De modo que todo lector atento de la Biblia no se sorprende de la violencia que hoy afecta a nuestras sociedades. En ocasiones nos referimos a los distintos conflictos bélicos activos hoy sobre el planeta. Pero ¿qué decir de la violencia interna que azota a los países por parte de sus mismos habitantes? Como en los tiempos de Noé, la tierra se ha corrompido y está llena de violencia. (Génesis 6: 11)
Si alguien pensara que esto ocurre solo a raíz de la pobreza o el bajo nivel educativo de una nación, se equivoca. Suecia, con alto nivel de ingresos per cápita, buen nivel de vida y alto índice de desarrollo humano, reporta que los tiroteos entre bandas criminales se han intensificado y extendido por toda Suecia en los últimos años. El avance del delito le ha quitado la reputación de ser un país seguro. Por ello, tuvo que recurrir al Ejército en apoyo a la Policía para detener la ola de asesinatos derivados de disputas entre bandas. El tráfico de drogas está involucrado en el aumento de la violencia.
La política de mano dura que viene aplicando el actual presidente de El Salvador, Nayib Bukele estaría siendo de inspiración para países como Suecia a la hora de intentar acabar con la violencia entre pandillas. El modelo Bukele –exitoso hasta el momento contra la delincuencia interna-, es observado con atención por distintos gobiernos del mundo, pues la violencia con trasfondo de narcotráfico se está expandiendo sobre el planeta como reguero de pólvora. Habiendo construido una cárcel modelo para 40.000 presos, el Salvador celebra cada día sin homicidios, cuando antes padecían 18 asesinatos por día.
Por su parte, en Argentina, la provincia de Rosario también viene siendo noticia por haberse convertido en la ciudad más peligrosa del país vecino, ostentando la mayor tasa de homicidios de los últimos tiempos. Ni hablar de la realidad de Haití, donde los malvivientes han tomado el control del gobierno del país. La situación interna de Honduras también deja mucho que desear. La lucha contra la delincuencia y la corrupción supone el encarcelamiento de un mayor número de ciudadanos en los distintos países.
La realidad uruguaya
En Uruguay el tema de las cárceles ocupa la atención de los diversos estratos sociales: gubernamentales, Ongs vinculadas a derechos humanos y población en general. Gobiernos de distinto signo político que ha tenido el país en las últimas décadas, no han logrado revertir la situación.
Uruguay sería el país con más presos de Sudamérica en relación al total de su población: “un sub-estado dentro del Estado”, en opinión del Comisionado parlamentario para las cárceles, Juan Miguel Petit. “Los 15.000 presos que tiene Uruguay, ubican al país dentro del top 10 del ranking global de población carcelaria, y en uno de los primeros lugares de América Latina y el Caribe, una tendencia alcista casi ininterrumpida desde hace 17 años.”
De cada 1.000 uruguayos 4 estarían presos, algunos en condiciones de hacinamiento en una estructura carcelaria, a todas luces insuficiente para contenerlos. Dicho de otra manera, por cada 230 habitantes, 1 vive dentro de una cárcel. Además, casi 20 mil personas cumplen medidas alternativas a la prisión. Uruguay cuenta con más población carcelaria por habitante que cualquier otro país de su región, según datos de la organización Ceres (Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social).
En el año 2000, había poco más de 200 mujeres privadas de libertad, pero en la actualidad, la cifra supera las 1000. Esta situación se debe principalmente a la expansión reciente del micro-tráfico de sustancias psico-activas o drogas. ¡Más de dos mil niños tienen a sus madres en prisión!
El hacinamiento y las adicciones son dos de los principales problemas del sistema penitenciario uruguayo. Cifras de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE) muestran que el 95% de los presos mantiene un consumo problemático, que incluye desde tabaco y alcohol hasta sustancias psicoactivas como la pasta base y los medicamentos suministrados en los propios centros para tratar casos de enfermedad mental. En 2022, durante los operativos de control del sistema carcelario, se requisaron 35 kilos de marihuana, 11 kilos de pasta base y 950 gramos de cocaína.
Juventud en prisión
El delincuente promedio uruguayo (datos de 2019) es varón de 30 años, tiene como máximo primaria completa, aunque la representación de las ocupaciones u oficios es amplia e incluye desde hurgadores hasta bomberos, ayudantes de arquitecto o gastrónomos.
Predominan los solteros. Han sido privados de su libertad por hurto, rapiña, narcotráfico, receptación o violencia doméstica. El grupo etáreo que comete más delitos se sitúa entre los 18 y los 24 años. ¡Un país con su fuerza joven encarcelada!
Es elevado el número de reclusos que no son visitados por nadie en la prisión. Madres visitan más que los papás. Hermanos, hijos y esposas tienden a mantener la relación con el recluso.
Una luz de esperanza
En medio de este duro panorama hay una luz de esperanza: el evangelio viene siendo predicado en cárceles y muchos se han entregado a Cristo, alcanzando verdadera libertad del mal aunque físicamente se hallen recluidos. Dios está rompiendo ataduras espirituales de maldad dentro de las cárceles, cambiando vidas y familias.
“Si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres”, afirmaba Jesús. (Juan 8: 36)
Embajadores de Cristo visitan todas las semanas establecimientos carcelarios. Pertenecen a distintas iglesias de la ciudad. Uno de estos enviados de Dios nos contó su experiencia en una de las cárceles de máxima seguridad. Los controles de ingreso son rigurosos, no permitiéndoles portar celulares ni Biblias.
Les llevan una lección bíblica en cada ocasión para motivarles a reflexionar sobre sus vidas. Les enfatizan que la cárcel puede verse más que un castigo, una oportunidad de Dios para cambiar sus vidas. Celda por celda, los recluidos son invitados a participar. Veinte o treinta internos asisten voluntariamente a las charlas, que suelen organizarse dos veces a la semana.
Iglesias carcelarias
Los restantes días de la semana, los presos se reúnen también para cantar y leer Biblia, dirigidos por referentes de grupos, electos por ellos mismos. Constituyen una iglesia dentro del recinto carcelario.
Nos cuenta nuestro informante que en la cárcel que él visita, en diciembre de 2022 bautizaron a 100 presos que habían entregado sus vidas a Jesús. En Diciembre de 2023, bautizaron a 150 personas privadas de libertad. Les entregaron Biblias que fueron antes exhaustivamente revisadas por el personal carcelario. Guardias carcelarios presenciaron tales eventos.
Si hubo conflictos o motines en la semana, no les permiten salir de sus celdas para participar de las charlas bíblicas.
Cuando alguno de estos participantes sale en libertad, se le pregunta si tiene adónde ir. Si la respuesta es positiva, se procura mantener el vínculo, visitándole.
Cuando la respuesta es negativa, se le invita a integrarse a alguno de los Hogares de rehabilitación para personas en vulnerabilidad social que la iglesia tiene a disposición. Esta opción les preserva de volver a recaer en el delito. Varios presos que salieron libres hoy son miembros activos de iglesias.
Oidores olvidadizos (Santiago 1: 22)
Reflexionando sobre los antecedentes de la población encarcelada, nuestro informante nos cuenta que muchos de ellos ya conocían el evangelio pues provenían de familias cristianas. Están hoy en prisión personas que ejercieron antes como pastores de iglesias. Otros gozaban de un bienestar económico pero se volvieron adictos y ello les llevó al robo y a la cárcel. Nunca se imaginaron que terminarían allí. Hay gente muy joven y gente mayor. Muchos delitos cometidos están vinculados al consumo de drogas.
Hoy asisten a las charlas en la cárcel para conocer a Dios y librarse de la culpa por los hechos que cometieron y por haber abandonado a sus familias. Oran y lloran por eso, pidiendo a los cristianos que visiten a las familias de ellos. Esa es su mayor carga. Y las familias tienden a aceptar esta ayuda.
Gente común y corriente
Nuestro informante concluye que además de estafadores y violadores –que están aislados-, en la cárcel encontró gente común que resbaló en su conducta. Nos acota que el encierro no cambia a nadie, pero el encuentro con Dios sí cambia vidas para siempre.
La tarea que desarrollan los “embajadores de Cristo” en las cárceles, es un trabajo socialmente invisible. Poco o nada dice la prensa al respecto. Pero quienes desarrollan este servicio sienten mucho gozo. “Me siento completo al salir de allí”, nos manifestaba quien nos contó esta historia.
Dios dice de ellos: “Ustedes tuvieron compasión de los que estaban en la cárcel”. (Hebreos 10: 34)

