
Por: Ps. Graciela Gares
Parte 1:
Parte 2:
La arquitectura hostil o defensiva ha ido en aumento y consiste en la instalación de pinchos, púas y otros elementos punzantes, agresivos y disuasivos, como bancos “anti- durmientes” o plantas espinosas, en el frente de una vivienda privada o en espacios públicos. Busca alejar a las personas en situación de calle y disuadirlas de pernoctar, acampar, guardar sus pertenencias o hacer necesidades fisiológicas en espacios públicos o frente a viviendas ajenas.
Una realidad lamentable es que muchos ciudadanos se han visto afectados por la instalación en la vereda de su casa o en el zaguán del edificio donde viven, de algún individuo y a veces más de 1 persona sin hogar, que decide recalar justo ante nuestra vivienda. Otros lo hacen en plazas públicas y en todos los casos generan situaciones incómodas para los transeúntes o vecinos del lugar.
Para impedir el uso indebido y problemático de la vía pública se incrementó en las ciudades de todo el mundo lo que se ha llamado “arquitectura hostil” o anti – vagabundos, motivada por la incomodidad, inseguridad y el miedo que tales situaciones generan. También se utiliza para proteger del vandalismo estatuas o mobiliario urbano.
Dado que no existía hasta ahora en nuestro país una regulación para la instalación de dispositivos para ahuyentar a los “homeless”, ciudadanos particulares y aún organizaciones (inversores inmobiliarios) se las ingeniaron para protegerse de esa presencia humana no deseada.
En Uruguay, en concreto en Montevideo, el tema cobró notoriedad hace pocos meses atrás, cuando un hombre de 30 años que caminaba junto a su familia por el centro montevideano tropezó con un escalón y por desgracia cayó justo sobre un objeto punzante instalado sobre la vereda. El pincho le perforó el pómulo derecho llegando hasta el cerebro, perdiendo la vida días después, a raíz de las severas lesiones recibidas.
A partir de ese lamentable hecho, la municipalidad se abocó a legislar sobre el tema y prohibió la instalación en Montevideo, de arquitectura hostil, punzante o cortante y dio plazo para el reemplazo de la ya existente.
No está permitido ahora instalar elementos arquitectónicos que representen riesgos significativos para la integridad física de las personas, ya sea que estén colocados en fachadas, cercos, cerramientos, límites o estructuras de cualquier tipo, en espacios públicos, propiedades privadas o del propio Estado, que den sobre la vía pública. Se estableció asimismo, un plazo para eliminar o modificar los ya existentes. También se estipularán multas para los infractores y se harán campañas de difusión y concientización al respecto.
La gravedad de lo ocurrido nos hace reflexionar profundamente como sociedad sobre cómo defendernos de lo que nos molesta o agrede, pero a la vez cuidar la vida de nuestros prójimos. Sin dudas, quienes han instalado elementos punzantes en torno a sus viviendas, jamás anticiparon que pudieran causar la muerte de un inocente, pero así ocurrió.
Nos preguntamos: ¿la seguridad de los ciudadanos puede quedar librada a su propio arbitrio, de modo que cada uno instrumente la medida defensiva que se le ocurra? La respuesta es no, pero cuando quienes deben brindar seguridad a la población fallan en ese cometido, surgen este tipo de estrategias defensivas individuales, de consecuencias a veces impredecibles.
Otra crítica a la arquitectura hostil sostiene que, amén de ser riesgosa para cualquier transeúnte, – niños, ancianos y discapacitados-, ahonda la exclusión social y la marginalidad, en lugar de atacar y brindar solución a los problemas de fondo que motivan la vida a la intemperie de un grupo creciente de ciudadanos.
La arquitectura “anti – vagabundos” se ha hecho presente en casi todas las ciudades del mundo y testimonia el deterioro de la convivencia entre las personas de cada comunidad. El tejido de contención social se ha roto y muchos individuos han sido excluidos o expulsados de su entorno familiar. En general, ocurre cuando el estilo de vida de esos sujetos es incompatible o atenta contra la convivencia en paz: drogadicción, violencia, falta de hábitos de trabajo, de higiene, o delincuencia.
Lo que queda claro es que las medidas hostiles y defensivas que cada vecino implemente no solucionarán el problema de fondo en su comunidad, y hasta pueden complicarlo, como nos ocurrió en Montevideo.
El miedo es la emoción predominante que impulsa la adopción de estas respuestas hostiles.
¿Cómo combatir el miedo cuando afecta a toda una comunidad? ¡No todos tenemos la opción de mudarnos a un barrio privado con vigilancia permanente!
En Finlandia, por ejemplo, su gobierno priorizó la construcción de casas para personas sin hogar, a fin de eliminar la necesidad de implementar medidas hostiles en espacios públicos. En París, se transformaron áreas urbanas en “espacios” comunitarios con agua potable y baños públicos para suplir las necesidades de la población de la calle.
En Uruguay, los distintos gobiernos nacionales a través de sus respectivos ministerios y los gobiernos municipales vienen fracasando en aportar seguridad plena a los ciudadanos. Y ello ocurre porque no llegan a abordar las causas subyacentes a este fenómeno del vagabundeo creciente en las grandes ciudades. Pero nos consta que lo intentan mediante patrullaje en calles, creación de refugios nocturnos para indigentes, etc.
Es que la raíz del problema está en cada célula familiar que compone la sociedad.
Los “sin techo” provienen del mismo tejido social que luego los expulsa y excluye. Son hijos, sobrinos, nietos de alguien. ¡No han nacido por generación espontánea, ni llegaron de otro planeta!
¿Por qué las familias “producen” indigentes? En algo viene fallando la célula familiar como “segundo útero”, encargado de formar la personalidad de los individuos de esta generación.
Conocemos algunas causales: ausencia de figura paterna, educación con pocos o sin límites ni disciplina adecuada, falta de cultivo de valores éticos y por sobre todo espirituales que estructuren una personalidad respetuosa, esforzada y responsable de sus actos, que aporte valores a la sociedad.
Dios hablando a su pueblo en la antigüedad les decía:
“¿No es acaso el ayuno que yo elegí compartir tu pan con el hambriento y dar refugio a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no dar la espalda a los tuyos? Si así procedes, tu luz despuntará como la aurora, y al instante llegará tu sanidad; tu justicia te abrirá el camino, y la gloria del Señor te seguirá.” (Isaías 58: 7 – 12)
Pero, ¿cómo animarnos a darles hospedaje en nuestras casas sin exponernos al riesgo de robo y violencia?
Varios grupos cristianos han probado desarrollar hogares exclusivos para vagabundos, donde ellos experimenten el amor de Dios y reciban la instrucción y los límites que su hogar de origen fracasó en darles. Y pueden contar testimonios asombrosos de vidas cambiadas por Dios. Nuestro Dios hace habitar en familia al desamparado, dijo el salmista (Salmos 68: 6).
Servimos a quien “anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos del diablo), según relata el texto bíblico en Hechos 10: 38.
Es curioso reflexionar que la inseguridad, el miedo o la violencia han estado presentes a nivel social, en todas las épocas. En tiempos de Jesucristo, se manifestaba en los asaltantes de caminos, según relata la parábola del samaritano que descendía de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones que lo hirieron y despojaron. (Lucas 10:30-35)
Jesús enseñaba a sus seguidores que no se hicieran tesoros en la Tierra porque aquí los ladrones entran a robar (Mateo 6: 19).
Pero también había violencia institucional: Herodes, el Grande, había dispuesto dar muerte a los pequeños que nacieron en la época de Jesús para impedir que éste creciera y se constituyera rey. (Mateo 2: 16 ) Otro gobernante, Herodes Antipas, decretó arbitrariamente la muerte de Juan Bautista porque se sintió acusado moralmente por ese profeta. (Mateo 14: 10)
Es decir, la violencia y el temor han estado presentes en las sociedades humanas desde tiempos inmemoriales y bajo distintas formas de expresarse. Nos toca convivir con la violencia.
Cristo no promovía reaccionar contra la violencia en el tejido social, pero ello no implicaba que fuera tolerante hacia la misma. Entendía las causas profundas y trabajaba para rescatar de esa forma de vida a los que vivían delinquiendo, como Zaqueo que estafaba a sus compatriotas. (Lucas 19: 8)
Lo suyo fue una revolución de amor para rescatar a los desechados por la sociedad. Y nosotros sus seguidores no tenemos otro camino efectivo para responder a la violencia en nuestros barrios y comunidades.
Ps. Graciela Gares: Participa en la programación de RTM Uruguay que se emite por el 610 AM – Columna: “Tendencias” – Lunes 21:00 h